El negocio de la muerte parece no encontrar descanso. En los últimos días la denuncia de una familia sobre la profanación del sagrado lugar de sus seres queridos puso nuevamente en tela de juicio la eficacia de quienes son los encargados de controlar el predio del cementerio municipal.

La realidad indica que ya ni los muertos pueden vivir en paz en nuestra ciudad, pues también ellos y sus últimas moradas están siendo víctima de negocios inescrupulosos y sacrílegos.

El irrespeto llega al extremo de robar no solo los objetos de valor, sino también los restos óseos que son comercializados en una especie de mercado negro en donde sus compradores, estudiantes de medicina y odontología los utilizan para sus estudios, mientras otros interesados de dudosa reputación los destinan a rituales de ”brujería” o “magia negra”. Además, ante la repetición de estas situaciones que deberían controlarse, nos encontramos frente a la obligación de preguntarnos «si la seguridad del recinto es suficiente o debería reforzarse», teniendo en cuenta que casos como estos no son aislados sino que vienen sucediendo en los últimos tiempos.

 

Falta de responsabilidad

Sorprende el abandono con el que nos encontramos cada vez que visitamos el cementerio, no solo es notoria la falta de mantenimiento -quizás por la escases de recursos o simplemente por el “dejo” de los responsables- y la respuesta siempre es la misma, “hacemos lo que podemos”. Sin embargo nos surgen otra pregunta, ¿cómo pueden desaparecer tantas cosas y nadie enterarse?, ¿cómo pudieron llegar al extremo de robarse huesos y hasta un cuerpo completo (caso Beto Reggiardo) sin que ningún supervisor se enterara de nada? Por ahora manos “anónimas” seguirán causando estragos en la necrópolis local, profanando tumbas, panteones y nichos, un accionar repudiable de vándalos y personas sin escrúpulos, dañando la estima y respetabilidad , especialmente la honra y el buen nombre de las personas muertas, violando lo que se considera sagrado, su última morada.