Rodolfo Walsh y la contundencia de su Operación Masacre
En su 91 aniversario, recordamos al mejor de los nuestros a través de una de sus obras fundamentales.
Operación Masacre se ha convertido, con el paso del tiempo, en uno de los libros más reconocidos de la historia argentina reciente y paradigma del periodismo de investigación. Su originalidad y contundencia han hecho que 61 años después de su publicación, los hechos narrados sigan causando indignación.
Rodolfo Walsh no sólo consigue describir a la perfección un hecho histórico preciso como fue el fusilamiento de cinco hombres en los basurales de José León Suárez en junio de 1956, luego de un levantamiento cívico-militar, sino que también logra dar cuenta fehacientemente de la realidad de una época, signada por la dictadura del general Pedro Eugenio Aramburu.
«Escribí este libro para que fuera publicado, para que actuara […] Investigué y relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren respeto, para que no puedan jamás repetirse», esta frase de Walsh condensa sus intenciones respecto a la obra.
Con su difusión, que comenzó a hacerse a partir de diciembre del ’56, en pequeñas publicaciones y por vías clandestinas, y luego con la aparición del libro un año más tarde, el autor no buscó lucrar ni enriquecerse. Cada una de las tres reediciones -1964, 1969 y 1972- fue para corregir errores, reescribir fragmentos y agregar nuevos datos a la investigación.
Walsh estuvo comprometido con esta historia desde el primer momento. El 9 de junio de 1956, día en que se produjo la insurrección liderada por el general Juan José Valle, se encontraba jugando al ajedrez en un café de La Plata y presenció los tiros y la muerte al regresar a su casa. Meses más tarde llegó a sus oídos la noticia de que uno de los fusilados había sobrevivido a la masacre. No lo dudó ni un segundo y se involucró de lleno en la investigación. «Yo elijo el tema pero él también me elige a mí. Hay un sentimiemto básico de indignación, de solidaridad ante tamaña injusticia. Yo recién empezaba a hacer periodismo y no es extraño que influyera en mí la posibilidad de hacer una gran nota», sostuvo el autor.
Con el correr de los días fueron apareciendo sobrevivientes y con éstos más pruebas y testimonios para la denuncia de Walsh. El fusilamiento de civiles había sido infructuoso para las fuerzas de seguridad. De las catorce personas inocentes detenidas en una vivienda de Florida y condenadas a muerte por la aplicación de la ley marcial, sólo ejecutaron a cinco. Tres habían sido liberados con antelación y siete lograron escapar a las ráfagas de los fusiles.
Enriqueta Muñiz, una joven periodista, colabora con él durante la investigación, que se extiende desde el 23 de diciembre de 1956 hasta el 29 de abril de 1958. Juntos recorren los lugares de la tragedia; entrevistan a sobrevivientes, testigos y familiares; recolectan expedientes judiciales y consiguen pruebas fundamentales.
Walsh asume su trabajo como una obligación moral. Se compromete al máximo y lucha para que los crímenes no queden impunes. En el transcurso de su indagación recibe amenazas, debe abandonar su vivienda y adoptar una cédula de identidad falsa a nombre de Francisco Freyre.
Su investigación tiene el fin de sacar a la luz hechos ocultos y confusos que habían sido acallados o tergiversados por la prensa oficial. Walsh les da una conexión, une los fragmentos esparcidos tras la masacre y los ordena para que recuperen su sentido.
A partir de allí, el texto hace las veces de prueba de la verdad. Su contundencia descubre a los culpables e intenta hacer justicia. Si esto fracasa no es porque no se hayan llegado a comprobar los delitos denunciados, sino porque el sistema y las autoridades que lo encarnan son autoritarios y corruptos.
«Se trataba de presentar a la Revolución Libertadora […] el caso límite de una atrocidad injustificada, y preguntarles si la reconocían como suya […]. La desautorización no podía revestir otras formas que el castigo de los culpables y la reparación moral y material de las víctimas. […] La respuesta fue siempre el silencio. La clase que esos gobiernos representan se solidariza con aquel asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma», concluyó Walsh en el epílogo de Operación Masacre.
Sin embargo, estos crímenes no han quedado totalmente impunes. Por medio de su escritura, Rodolfo Walsh ha asegurado la perduración de los hechos narrados para que ni el olvido, ni la injusticia logren borrarlos.
Una vida dedicada a la verdad
El 9 de enero de 1927, en la localidad rionegrina de Choéle-Choel, nacía Rodolfo Walsh. Nadie, ni siquiera él mismo, que en su niñez soñaba con ser aviador, hubiera imaginado en esa época, los caminos que le auguraba su destino. Su vida, dedicada a las letras, al periodismo y a la militancia política, lo llevaría a desarrollar un fuerte compromiso que lo impulsó a luchar por los desfavorecidos y las víctimas del sistema.
Descendiente de una familia de irlandeses, los primeros años de su vida, transcurrieron signados por la ruina económica. Fue limpiador de ventanas, lavacopas, corrector de pruebas, traductor y editor de colecciones. Luego de ganar un premio en un concurso de cuentos policiales en 1950, ingresó al mundo del periodismo. Tres años después, publicó Variaciones en Rojo, su primer libro. «Recién en 1964 decidí que en todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escribir era el que más me convenía», expresó Walsh en su autobiografía.
Con Operación masacre, el escritor ligó su nombre y su espíritu a la historia argentina. Además de inaugurar un nuevo género literario y marcar un hito en la literatura, dio un empuje rotundo al periodismo de investigación y denuncia. En la misma línea seguirían El caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo?
El compromiso, la ética y la contundencia de Walsh en sus denuncias contra el poder, deberían ser, sin duda, el abc de todos los manuales de periodismo.
La riqueza para él estaba en la lucha contra la injusticia y en la búsqueda de la verdad. A pesar de que los tiempos en los que le tocó actuar no fueron fáciles, Walsh aprendió a transformarlos en fuente de inspiración. Intolerancia, represión y ataques a la libertad de expresión reinaban impunemente bajo el dominio de los gobiernos dictatoriales. Fiel a sí mismo y a la causa que buscaba defender, su principal medio de difusión fue la clandestinidad.
Luego de la Revolución Cubana, Walsh participó en la Habana, de la fundación de la agencia de noticias Prensa Latina. Allí Gabriel García Márquez, lo bautizaría como «el hombre que se adelantó a la CIA» por descubrir, en un mensaje encriptado, que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados cubanos en Guatemala, para invadir Cuba en abril de 1961.
Al regresar a su patria, Walsh inició una etapa de ardua labor literaria que conjugó con su pasión por la acción política. En el ’68 comenzó a colaborar en el periódico de la CGT de los Argentinos. Más tarde, durante la primavera democrática, tras la asunción de Héctor Cámpora, contribuiría en la creación del diario Noticias.
Por esa época un dilema le quitaba el sueño. «No encuentro la manera de conciliar mi trabajo político con mi trabajo de artista y no quiero renunciar a ninguno de los dos», admitió Walsh. Pero tuvo que optar y eligió el compromiso político. Entre el ’70 y el ’73 militó en el Peronismo de Base que abandonó luego, para unirse a Montoneros. Creó una escuela de periodismo en la villa 31 de Retiro y editó junto a sus alumnos el Semanario Villero.
La última dictadura militar fue testigo de uno de sus más arriesgados emprendimientos: ANCLA, Agencia de Noticias Clandestinas, que dirigió hasta su muerte, fue un intento de contrainformación a la censura que el poder militar impuso a los medios de comunicación. En 1977, a un año del golpe militar y tras la muerte de su hija María Victoria, Rodolfo Walsh permitió que su pluma inmortalizara la última denuncia: la Carta Abierta a la Junta Militar. Al día siguiente fue secuestrado y asesinado por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada.
«A veces me preguntan si yo creo que fue un suicidio escribir la Carta Abierta a la Junta. Creo que no. Lo buscaban por todo. Él sabía que sus posibilidades de sobrevivir eran escasas y por eso decidió dejarnos su testamento político. No me parece que esta sea la actitud de un suicida, sino la de un hombre que hasta el último día de su vida fue coherente con su lucha», dijo alguna vez Patricia Walsh,su hija menor.
Por: Marina Giacometti
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