Jóvenes y política, ¿el fin de los partidos tradicionales?
Para el ex presidente, las ideas innovadoras de los jóvenes en las redes sociales constituyen una realidad insoslayable y deben ser entendidas por los partidos políticos.
Los resultados de dos elecciones celebradas el pasado domingo 4 de marzo vuelven a poner en evidencia la profunda crisis de representatividad que aqueja a los partidos políticos tradicionales.
En Italia, una coalición de derecha de cuatro partidos obtuvo el 37% de los votos. Pero un movimiento nuevo, 5 Estrellas, constituido a través de un padrón digital, resultó la primera minoría con el 32%. El PD, en el gobierno, obtuvo un 22%. Los partidos tradicionales, como se ve, han desaparecido en la práctica.
En El Salvador, el gobernante FMLN sufrió una durísima derrota frente a su viejo rival, la derechista Arena, que le arrebató varios municipios históricamente gobernados por la izquierda. Pero el triunfo de estos comicios no fue de Arena, según The Economist, la conocida revista inglesa: “El verdadero ganador fue un político que no se postuló, no pertenece a ningún partido y alentó a los votantes a estropear sus boletas: Nayib Bukele, el alcalde saliente de San Salvador. El es ahora el favorito para la presidencia”.
Bukele llamó a la abstención, a anular el voto o a votar en blanco, logrando que, del escaso 41% del padrón electoral que concurrió a las urnas, los votos nulos y en blanco sumaran más del 10%. Pero la novedad es que el Movimiento Nuevas Ideas, lanzado por el joven político salvadoreño, se conformó y expandió a través de su prédica en las redes sociales. La diáspora salvadoreña, unos 3 millones de emigrantes diseminados por todos los continentes, por primera vez participa activamente de la vida política del país. A través de sus celulares.
Padrón digital, movimiento a través de las redes. Lejos han quedado los clásicos métodos de reclutamiento y organización con que actuaron las organizaciones políticas. No se trata meramente de una cuestión tecnológica. Estamos ante una nueva expresión de la política y de la participación, por supuesto, facilitada por las herramientas de comunicación digital.
Se combinan, pues, esos dos fenómenos que han puesto en jaque a los partidos. Pero la responsabilidad de la crisis de representatividad corresponde, sin dudas, al accionar de los partidos. Ocho de cada diez ciudadanos latinoamericanos no confía en ellos. Los responsabilizan de la pobreza, el atraso, la desigualdad, la inseguridad y la corrupción. Para corroborarlo, están las estadísticas económicas y sociales y la cantidad de ex mandatarios y altos funcionarios presos y con procesos por corrupción.
De este alto porcentaje de escépticos de los partidos, la inmensa mayoría son adolescentes y jóvenes que impulsan las nuevas formas de participación. Esta es una realidad insoslayable que, sin embargo, los viejos partidos parecen ignorar mientras continúan con sus metodologías perimidas y sus superadas doctrinas.
El fenómeno del #8M demostró, con las masivas marchas realizadas en numerosos países, que estas convocatorias no requieren de una estructura vertical de movilización ni de la logística del colectivo y el choripán. Lo mismo ocurre con otras temáticas de interés para las nuevas generaciones: la defensa de los derechos humanos, las denuncias contra la corrupción, la democratización de los mecanismos de participación, los reclamos de seguridad y de justicia, la protección del medio ambiente, etcétera.
Estos movimientos, que trascienden las fronteras y se tornan globales, se complementan con métodos de protesta social 2.0, como foros en línea, campañas en redes sociales y juntas de firmas virtuales, que llevan a los gobiernos a revisar medidas e incluir problemáticas en las agendas políticas.
Una nueva ética, una nueva forma de participación, reclaman renovadas estructuras políticas ,capaces de dar cuenta de las demandas actuales, a la par que buscan atacar los viejos males de una sociedad capitalista con una cada vez mayor concentración económica y desigualdad distributiva.
Pertenezco a la vieja generación que luchó contra las dictaduras y contribuyó a afianzar el cauce democrático. Hoy los desafíos son otros y no se los puede asumir con los viejos métodos.
El peronismo es un ejemplo actual de ello: atado conceptualmente a su origen de las tres banderas, niega el debate que lo ha llevado a fracasar una y otra vez en el gobierno, se cierra en encuentros de cúpula, apela a la unidad y, de hecho, profundiza y amplía la división.
Se ha repetido hasta el cansancio que la buena política consiste en poner el oído en el corazón del pueblo. Es lo que no ha hecho mi movimiento en los últimos tiempos y no atina a cambiar. Las generaciones que integran la franja que va desde los 16 a los 40 años –casi un 40% de la población– esperan otra cosa de lo que expresan hoy los referentes peronistas. Y todo el pueblo argentino espera respuestas a sus angustias, no candidatos de ocasión.