«¿Me podes explicar qué quiere decir con eso?», le reclamé a mi colega entre estupefacto (bastante) e ignorante (muchísimo). Claro que me lo explicó. Y, enseguida, lo comento. Sin embargo, la sensación que tuve después de escucharlo es comprender que el poder, como regla general, describe a la realidad con otros anteojos que el común de los mortales que pagamos impuestos. El jueves fue para muchos de nosotros un día de zozobra y angustia con mirada en la historia del que apuesta al dólar pierde, de los anuncios de devaluación o de medidas que sacudieron el bolsillo y especialmente el deseo de futuro de todos. Para el poder, y es una anécdota que hoy sea el turno de Dujovne, Sturzenegger o cualquier otro, se trata de una cuestión de discutir criterios personales o asientos contables para tener razón. Tener razón. No abordar la verdad de la realidad.

Si los resultados fueran de éxito, el comentario que sigue no tendría sentido. Pero la Argentina vive acostumbrada (sic) desde hace años a un 30 por ciento de su gente en la pobreza, a 7 millones de niños de 0 a 17 años no acceden a lo mas elemental y, en los últimos 60 años, a la inflación que nos ubicó en los países más desastrosos en materia devaluatoria. O sea: no es que nos esté yendo maravillosamente bien. Por eso es que uno cree que las fallas mayores no son solo de política educacional, económica o de seguridad. La torpeza inadmisible nace desde no poder reconocer con humildad el error cometido en ese momento y desde la soberbia de creer que el que ocasionalmente ejerce el poder sabe todo y no necesita del acuerdo con los otros, con los que piensan distinto.

No hay que ver demasiadas encuestas para entender que este gobierno de Mauricio Macri y el anterior de los Kirchner (así evitamos el adjetivo de la grieta) no dieron respuesta a la cuestión de la inseguridad y de la perspectiva a económica. Frente a hechos de la inflación indomable y de la violencia personal y sobre las cosas de muchos ciudadanos, hoy las reacciones son iguales: «No están viendo lo bien que vamos, los cambios, la realidad de progreso». Los que no vemos somos nosotros, los ciudadanos. La conferencia de prensa del viernes pasado, luego del jueves más negro para Cambiemos, fue eso: el poder, el que sea, tiene buena y verdadera vista.

Kicillof dijo que no había aumento de precios cuando la inflación trepaba al 30 por ciento. Había «deslizamiento de precios». Dujovne no cree que la pauta de inflación aumentó. Apenas «la recalibró». Antes no había cepo cambiario. Había «normas de acceso diferenciado a la divisa». Ahora, el jueves, no hubo dólar escapando a las corridas. «Hubo un overshooting multicausal». Si es cierto que la única verdad es la realidad, también lo es que la negativa a nombrarla como corresponde es la base del fracaso para modificarla. Es casi obvio que hacer lo mismo siempre trae las mismas consecuencias. Siempre.

La economía

El ala política, la que recorre las calles y ciudades del país, está preocupada con lo ocurrido en la semana anterior y con las luces amarillas prendidas por la que viene. Es cierto que la corrida cambiaria tiene que ver con el timbeo de los inversores internacionales que volaron de los títulos argentinos antes de pagar impuestos, explican. «Pero el timbeo fue ordenado por reglas que nosotros pusimos para favorecerlo», explicó en off un hombre del poder que critica a la conducción económica. «La inflación que se mide con el bolsillo de nuestros votantes, la incertidumbre que provoca son el mejor cimiento para la desconfianza», agregó. Dujovne es el encargado de comandar esta variable, al menos, y está atenazado por la falta de respuestas concretas y por una interna que no trepidó en hacer circular sus gastos en chocoarroz. Porque entendámoslo: ese dato sólo pudo haber venido del palacio. Así están las cosas.

Cambiemos cree que el infierno es ajeno. La apreciación del dólar en el mundo golpeó más en nuestro país, dicen, porque «la herencia» (¡cómo no!) nos hace todavía más inestables. ¿Qué viene? El mismo camino.

La prueba de esto fue la foto de alguna diputada en la casa de gobierno con pretendida fuerza de magia sobrenatural y la insípida conferencia de prensa de titular de hacienda y del ministro Luis Caputo ocurrida el viernes. Este último hecho volvió, desde lo semántico, a demostrar la convicción oficial de los infiernos ajenos. Nico, Toto y Pancho charlaban, auto refiriéndose entre ellos con estos sobrenombres, como quien lo hace de la lluvia que no cesa. Apenas una pregunta de la periodista Silvia Mercado permitió ratificar lo que se sabía: lo que se manda en política económica tiene un solo autor y ése es el presidente. Ni Aranguren con las tarifas, ni el ya explícito ministro con cargo del Banco central Sturzenegger con las tasas. Es Macri. El que crea que hay chances de modificación de las decisiones de los ministros tuvo su tajante respuesta. El plan es este, sin borrador de opción B.

La seguridad

La otra gran demanda ciudadana corre por carriles análogos. Podrían tomarse muchos ejemplos para explicarlo pero la declaración del jefe de la policía bonaerense parece ser el más gráfico e impactante. «La violencia permanente de los delincuentes es producto de la droga, pero también hay una situación social que hace que la persona que tenga la necesidad de comer delinca. Hay gente que delinque por necesidad», le dijo a este cronista el comisario Fabián Perroni.

La corporación política reaccionó con virulenta indignación. ¿Cómo es que este policía dice que la gente con hambre roba? Estigmatiza la pobreza que, de paso, no es de estos dos años. Inadmisible, gritaron a los cuatro vientos y en llamados a las redacciones para que los periodistas opinaran sobre el tema. Otra vez los anteojos del poder que miran la realidad convencidos que son los únicos que compran en la óptica de «la verdad».

En la media hora de charla que sostuvimos con Perroni, el hombre que trata con la inseguridad en la calle y no en los escritorios de los asesores de imagen, señaló la multiplicidad de factores que la generan. Algunos: la droga, la pésima respuesta judicial y penitenciaria a los casos descubiertos, la facilidad al acceso de las armas de fuego y, un dato más, un sector en el que se percibe desesperación por lo básico que puede querer tenerlo por la fuerza. Nunca se dijo que los pobres son ladrones o que ahora que hay más pobreza hay más chorros.

Leerlo de esta última forma es, primero, negar la inteligencia de los que pueden seguir una conversación y no se atrapan con el adjetivo de la literalidad. Y, luego, el mejor modo para ocultar la evidencia de que como en la corrida cambiaria que genera zozobra en el bolsillo, la inseguridad asusta en el cuerpo propio y de nuestras familias.

Las grandes deudas sociales se empiezan a saldar entre varios. Creerse los únicos iluminados para hacer todo, no escuchar al otro y dar cátedra en la adversidad suele ser el mejor modo de parir nuevas frustraciones que se tornan impagables a futuro.

Ls Capital