La tormenta
El Presidente de la República se desempeñó mejor en Instagram que en una conferencia de prensa para la que se había preparado. por Beatriz Sarlo Paso redoblado. El presidente Mauricio Macri y su ministro de Defensa, Oscar Aguad, poco después de anunciar días atrás modificaciones en el rol de los militares. Con las botas puestas Rehenes del statu quo El devenir de una ilusión El albinismo social ¿Hasta cuándo, Presidente, abusarás de nuestra paciencia? La pregunta de Cicerón es una de las frases más famosas de la Antigüedad clásica. La recordé en estos días. Sin discutir con expertos ni con sus aliados de la UCR, sin enviar un proyecto al Congreso, Macri anunció nuevas tareas para las Fuerzas Armadas, que no figuran en las leyes que hasta hoy regulan su actividad. Macri alega que solo está modificando un decreto de Néstor Kirchner.
Al presentar sus decisiones como hechos consumados, recurre a procedimientos verticalistas y discursos sumarios. Solo quien no ha vivido el largo y difícil proceso político que estableció las funciones de las Fuerzas Armadas después de que fueran responsables de una singular matanza de argentinos, solo al que no valora ese arduo camino de profesionalización, se le ocurre tomar la sorpresiva decisión de modificarlas de la noche a la mañana. Macri tiene lagunas de memoria histórica. También carece de consejeros que le avisen lo que saben los especialistas en temas militares: en ninguna parte ha dado buenos resultados la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico (esta semana, Juan Tokatlian, un verdadero experto no improvisado, escribió varias notas con este argumento).
Macri se ha inclinado hacia una solución aparentemente fácil. Se sabe que, frente a problemas complicados como el terrorismo y el narco, las soluciones fáciles son un camino al fracaso. Lo que es difícil exige soluciones complejas. Por supuesto, a Macri no lo ayuda la oratoria, pese a los ejercicios verbales que le indican los encargados de ese rubro. En su conferencia de prensa del 18 de julio, pronunció varias veces la palabra “tormenta” para referirse a la crisis que estaba transcurriendo.
Algunos titulares de periódico llamaron “significante” a esta palabra: el “significante tormenta”. Un poco de Saussure, un poco de Lacan y, desde hace años, las palabras pasaron a ser significantes. Ahora le tocó a tormenta. La obstinación de los hechos ha desflecado el optimismo macrista de los años anteriores No es muy grave usar el concepto de “significante” sin ton ni son, como si todo el mundo fuera lingüista o semiólogo. Lo grave es que con esa palabra Macri quiso evitar la palabra “crisis”. Dijo “tormenta” en vez de “crisis”, atribuyendo a las palabras la magia tranquilizadora que tienen cuando las emplean los buenos oradores.
Fue el rebusque para designar un conjunto de hechos de manera menos alarmante. Para los aficionados a la retórica, “tormenta” fue un eufemismo, un “significante” de atenuación. Instagramer. En su conferencia de prensa, Macri dijo poco y explicó menos. A nadie le quedó claro cuál era el proyecto industrial con el que buscaría persuadir a los empresarios. A nadie le quedó claro si hay un plan económico o simplemente un conjunto de exhortaciones para que exporten y traigan las divisas. Después de ese modesto desempeño, Macri contestó preguntas en Instagram, una plataforma afín a las grageas y las frases sumarias. El Presidente de la República se desempeñó mejor en Instagram que en una conferencia de prensa para la que se había preparado. No es bueno explicando. Y ni siquiera sabemos si tiene mucho para explicar, excepto sus sinceros deseos de que las cosas vayan mejor.
La obstinación de los hechos ha desflecado el optimismo de los años anteriores. La realidad es hostil a las ilusiones y ahora obliga a que el Gobierno se conforme con una visita de la directora del Fondo Monetario Internacional, institución que ha probado que deja de ser benevolente en cuanto los gobiernos no cumplen los difíciles compromisos que firmaron. Ilegal y antiético. Corren los trimestres y el Gobierno tiene poco margen para el error. El escándalo de los aportantes extraídos de los padrones sociales, inverosímiles aportantes a Cambiemos que reciben planes y viven en zona de pobreza, gente que ignora que fue disfrazada como aportantes mediante el uso de su documento de identidad, es una maniobra no solo ilegal sino repulsiva desde el punto de vista ético, por la indefensión y la manipulación de quienes eran utilizados.
La santa gobernadora de la provincia de Buenos Aires tuvo que enfrentar el escándalo echando a María Fernanda Inza, a quien cinco días antes había nombrado contadora general de la Provincia. ¿Como se llegó a este punto? Prometieron transparencia. Un vidalista me dirá: ¿No estarás pensando que Mariú sabía? Le contesto: No se puede descartar ninguna hipótesis. En el lodazal de aportes truchos, se manchó el manto virginal de la gobernadora. Se podrá decir que ella no puede estar en todo. La disculpa de que el trabajo es demasiado para la laboriosa Vidal es inaceptable. Un jefe es siempre responsable de todo lo que hacen sus subordinados. La norma que aplicamos a los kirchneristas vale para todo el mundo. Al día siguiente de la denuncia, Vidal estaba preocupada por su imagen y, según informaciones periodísticas, se fue a recorrer dos distritos, para ver si la gente le echaba en cara la torpeza. Lo primero que se le ocurrió a la gobernadora es averiguar si se había dañado su imagen. La gente que Vidal salió a semblantear no sigue estas noticias hasta que, llegado un punto, descubre que ha sido traicionada. Y, entonces, un día se indigna y empieza a gritar que “son todos iguales”.
Mientras tanto, la educación en la provincia de Buenos Aires enfrenta tantos paros como los que le tocaron a Scioli: los docentes están por alcanzar el décimo. No hay Club del Helicóptero, sino problemas reales y conflictos irresueltos. Con los rumores de una candidatura de Tinelli nos entretenemos en estos días, aunque haya cuestiones más urgentes, como la aprobación del Presupuesto, y más peligrosas, como la pelea con Moyano. No creo que Tinelli llegue a la Presidencia, pero si Trump es presidente de la nación más poderosa de la Tierra, tampoco es completamente imposible. Bastaría con que la gente esté verdaderamente harta, para que Tinelli reciba alguna luz diferente de la que lo ilumina en sus concursos de baile. Frente a los errores de un gobierno, avanza el ejército de los blindados del rating, que nos entretiene hasta que llegue el próximo trimestre con noticias mejores que la caída de la actividad económica. ¡Que llueva, que llueva!
Beatriz Sarlo (Fuente www.perfil.com).