Aquí está el que te ama
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
A algunas personas les identificamos por la tarea que realizan, por su oficio: gasista, plomero, chofer, médico, etc. A otros por lo que hacen o harán por mí: quien me trajo algo perdido, quien me vendió un auto, regaló un disco, o donó sangre para una cirugía mía o de un familiar.
¿Y a Jesús? ¿Cómo lo ubicaríamos? Yo pienso que como aquel que me ama hasta dar la vida por mí. Es como si dijera que es un donante de vida nueva.
Él está aquí. No hay que seguir buscando porque Él vino a nosotros. No hace falta seguir esperando, porque se encuentra en medio nuestro. ¿Qué quiere? ¿Qué pretende? Que nos abramos a su amor de entrega generosa. Quiere decirnos que muere de amor por vos, por mí, por la humanidad.
Hoy evocamos y hacemos presente la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por los pequeños y sencillos. El relato del Evangelio nos lo muestra como un Rey de paz, no con un reinado político o militar, sino con ataduras de amor, como expresó el profeta Oseas.
Jesús no entra en la Ciudad Santa como turista. Tampoco como peregrino piadoso. Él realiza una procesión religiosa de ofrendas, en la cual lo entregado es su propia vida para ser derramada en el altar de la cruz.
Hoy vamos a las celebraciones en las plazas y las calles. Expresamos la alegría de la fe. Participar del Domingo de Ramos es una manera de rezar públicamente el credo con la propia vida. Al levantar los ramos proclamamos la fe en que Cristo es el único Salvador (tuyo, mío, de todos), el que me ama hasta dar la vida y resucita en vida nueva.
Por eso la celebración oscila entre sentimientos de alegría y alabanza, hasta tristeza y dolor al Proclamar la Pasión, siempre abiertos a la esperanza.
Llevar Ramos benditos a los vecinos o familiares enfermos es un gesto misionero que nos hace compartir con otros esta evocación del momento celebrativo de la comunidad cristiana.
Estamos en las puertas de la Semana Santa. Vamos a celebrar los momentos culminantes de la obra redentora de Jesucristo. Cada año hacemos memoria y actualización. No es una simple teatralización de acontecimientos del pasado. Es revivir el amor de Dios por su Pueblo, amor que no caduca, no tiene fecha de vencimiento.
Si te vas afuera de tu casa dedícale un tiempo a la oración y participación en las celebraciones. Si recibís visitas en casa, tomate igualmente un tiempo con Jesús, tu buen amigo que quiere lograr mayor espacio en tu interioridad.
Aprovechá para regalarte un tiempo de oración y espiritualidad tan necesarios para mirar la vida desde el amor de Jesús. La alegría de tener más tiempo de descanso y familia no nos debería distraer de la oportunidad de renovarnos en la fe.
En varias Parroquias se realizan celebraciones penitenciales. Aprovechá para confesarte, y si no podés hacerlo, pedí perdón por tus pecados y pedile a Dios la gracia de no desviarte del camino del Evangelio.
Acordate, aquí está el que te ama.