La clave será la voluntad de cooperación y la capacidad de llegar a consensos. Que los halcones moderen sus delirios piromaníacos para que predominen las palomas y su vocación de encontrar acuerdos.
Mauricio Macri busca evitar una hemorragia de reservas. (Foto AP)
Mauricio Macri busca evitar una hemorragia de reservas. (Foto AP)

En situaciones de emergencia deben tomarse con pragmatismo, frialdad y sentido común medidas a menudo costosas, pero que apuntan a evitar un daño mayor. Ocurre algo parecido en las salas de terapia intensiva, donde los médicos especialistas no dudan en aplicar procedimientos que pueden tener importantes daños colaterales, pero que al menos contribuye a mantener al enfermo con esperanza de recuperación. La metáfora no es exagerada: la Argentina estaba desde el 12 de agosto en una situación sumamente compleja. El inesperado resultado de la PASO fue un terremoto que impactó tanto en los mercados como en el sistema político.

Una parte de la sociedad estaba entrando en pánico ante el recuerdo traumático de la crisis del 2001.

En efecto, la súbita y determinante pérdida de valor de nuestra moneda, combinada con el derrumbe en el precio de los activos financieros (tanto de títulos públicos como de acciones) empujaron a la ya debilitada y endeble economía argentina al borde del abismo. Con el riesgo país por las nubes y serios interrogantes sobre la efectiva capacidad de pago cualquiera sea el resultado de las elecciones, el gobierno decidió anunciar el famoso “reperfilamiento”, es decir, negociar con los acreedores (incluyendo el FMI) una postergación en los pagos sin quitas de capital ni de los intereses.

Esto apuntaba entre otras cosas a disponer de más cantidad de dólares para satisfacer la creciente demanda de los agentes económicos. Sin embargo, el impresionante ritmo de retiro de depósitos en dólares en las últimas jornadas combinado con la caída en la demanda de pesos se había tornado incompatible con el objetivo de contener el cimbronazo y recuperar algo de estabilidad. Una parte de la sociedad estaba entrando en pánico ante el recuerdo traumático de la crisis del 2001.

En este contexto, las autoridades económicas establecieron ayer un conjunto de medidas orientadas a limitar la demanda de divisas, fundamentalmente con foco en las grandes empresas y en los ahorristas de mayores recursos. La meta es muy clara: evitar una hemorragia de reservas así como una escalada aún mayor en el tipo de cambio. El gran interrogante, sin embargo, es el siguiente: ¿alcanzarán estas decisiones para dominar una crisis tan virulenta?

Casi cien días hasta el 10 de diciembre constituye un horizonte temporal incompatible con la fragilidad del Banco Central.

Muchos economistas coinciden en que, dadas las circunstancias, estos controles a la compra de dólares son más que razonables. Hay menos consensos en relación con la postergación en los pagos de la deuda, fundamentalmente la denominada en pesos. Pero más allá de la cuestión económica, los principales interrogantes apuntan al plano político.

En efecto, la crisis se viene espiralizando como resultado de la pérdida de autoridad de la actual administración, sumado a la incertidumbre respecto de las medidas que tomaría el próximo gobierno. Casi dos meses hasta las elecciones de octubre y casi cien días hasta el 10 de diciembre constituye un horizonte temporal incompatible con la fragilidad del Banco Central y la creciente desconfianza de los agentes económicos. Por supuesto, en circunstancias tan singulares, con tanta incertidumbre y especulaciones, algunas declaraciones de los principales referentes de la oposición le han agregado un condimento adicional a una situación ya de por sí muy dramática.

La política, en efecto, se ha vuelto de nuevo parte del problema.

La política, en efecto, se ha vuelto de nuevo parte del problema. La crisis requeriría coordinación entre gobierno y oposición, generosidad para consensuar medidas en conjunto, aplacar la ansiedad de los mercados y la creciente desconfianza del conjunto de la sociedad. Para controlar la crisis, en definitiva, para garantizar la gobernabilidad, hubiera sido necesario que se postergaran la inercia de confrontación electoral.

En este sentido, si bien hay palomas y halcones en ambos lados, hubo intentos significativos para al menos mantener algún canal de diálogo entre las partes. De hecho, las medidas tomadas en la última semana fueron por lo menos consultadas con importantes referentes de la oposición, si bien no hubo un compromiso específico o un acuerdo marco que permita maximizar la capacidad para contener la emergencia.

Tal vez lo ideal sea enemigo de lo bueno, y con esto alcance para llevar un poco de tranquilidad a una sociedad apaleada por una crisis que se ha venido agudizando y que tardará mucho en revertirse. Ojalá así sea. Lo sabremos en las próximas jornadas, de acuerdo a la reacción de los mercados, incluyendo la cotización del dólar (tanto el oficial como el blue o paralelo, que volverá a tomar protagonismo). Si esto no ocurre, seguramente deberán considerarse otro paquete complementario de medidas.

Pero al margen de su consistencia técnica, a medida que avance el calendario, el problema tendrá un componente político cada vez más significativo. En este sentido, la clave será la voluntad de cooperación y la capacidad de llegar a consensos claves. Que los halcones moderen sus delirios piromaníacos para que predominen las palomas y su vocación de encontrar acuerdos. Parece poco, pero puede implicar realmente mucho.