Para enseñar en las aulas el valor de los humedales
El pasado domingo 26 de enero se celebró el Día Mundial de la Educación Ambiental. Claudia Costinovsky, coordinadora del área de educación socioambiental del Taller Ecologista de Rosario, destaca el rol de las escuelas para abordar este tema, sobre todo «cuando pone en marcha una búsqueda de otras racionalidades, lejos de la lógica de los manuales escolares». E invita a trabajar en las aulas sobre el valor de los humedales, las trasnformaciones en la producción agrícola y ganadera, la crisis energética y el manejo de los residuos, entre otros temas.
—¿Ves en las nuevas generaciones una mayor conciencia ambiental?
—Estimo que sí, pero es preciso retomar una distinción de muy larga data en el campo de la educación popular latinoamericana: la distinción entre conciencia ingenua y conciencia crítica. La primera se identifica con percepciones iniciales, desarraigadas, que conducen a la rápida adopción de alternativas de acción al alcance de la mano: juntamos tapitas, rellenamos botellas con envoltorios de golosinas, y esto no está mal. Pero las iniciativas con las que se hace lazo con mucha frecuencia no promueven la aprehensión de la auténtica causalidad de las actuales condiciones ambientales, de su complejidad. Es evidente que tanto discurso mediático en favor del cuidado del ambiente —cuando el mismo procede incluso del mercado, a través del marketing verde— va sedimentando con un alcance cada vez más masivo. Sin embargo, hay una distancia importante a recorrer entre estas formas de adhesión y la posibilidad de dimensionar de qué se trata lo que efectivamente acontece. No obstante, en relación con la expansión de la conciencia ambiental entre las nuevas generaciones hay hechos auspiciosos, como la conformación de Jóvenes por el Clima — Argentina, una agrupación que reúne a activistas de menos de 20 años de edad, cuyo reclamo por el cese de emisiones contaminantes cobró mayor notoriedad desde la participación de uno de sus integrantes, Bruno Rodríguez, en la Primera Cumbre Juvenil por el Clima, que tuvo lugar en la sede de Naciones Unidas en setiembre del año pasado.
—¿La escuela acompaña estos debates?
—En algunos casos, en buena medida. Cuando se pone en marcha una búsqueda genuina de otras racionalidades, lejos de la lógica de los manuales escolares. La educación ambiental es un campo transdisciplinar en pleno proceso de estructuración en el que confluyen contenidos provistos por movimientos sociales, ámbitos académicos, medios periodísticos. No es sencillo para la institución escuela vérselas de frente con tanta novedad y apostar, más allá de la comprensión de los hechos, a generar competencias éticas, críticas, estratégicas. Pero el terreno es progresivamente más fértil. La aplicación de algunas recetas para el cuidado del ambiente que vemos repetirse aquí y allá puede devenir punto de partida para interpretaciones progresivamente más profundas y acciones más rigurosamente fundamentadas.╠
—¿Creés que se difunde el medio ambiente regional, con sus humedales y especies?
—Hay experiencias en las que el anclaje en problemáticas del entorno cercano es estructurante de proyectos áulicos e institucionales, pero no es lo más frecuente. Es necesario proveer a los docentes oportunidades e insumos para la construcción de propuestas didácticas situadas. Es necesario recuperar la capacidad de mirar para enseñar a mirar. Y es necesario reconstruir la historia del paisaje para acceder a las claves de la coyuntura actual, que está en relación con la colonialidad —cambiante, pero persistente— que afecta a la naturaleza. Por último, es importante reconocernos como habitantes de una ciudad, pero también como parte de una cuenca fluvial, de un ecosistema, de una ecorregión, los que no pueden ser ignorados ni visualizados como canasta de recursos.
—¿Qué temas urgentes deberían estar en la agenda ambiental de las escuelas de la región?
—Además de promover la visibilización del valor de los humedales, sugerimos abordar las transformaciones en la producción agrícola y ganadera, impactantes de modo adverso sobre la reconfiguración del territorio, la salud de las comunidades y la calidad de los alimentos. Otras cuestiones a indagar: la crisis energética, la generación y el manejo de residuos urbanos, las nuevas tendencias urbanísticas. Además, en cada entramado barrial, las escuelas pueden contribuir a favorecer una cultura de encuentro, de convivencia, de cooperación.
—¿Tenés alguna mirada sobre la figura de la joven activista sueca Greta Thunberg?
—Siempre me he resistido a la idea de que salvar al mundo sea tarea de los «nuevos». Siempre sostuve —frente a esta frase hecha— que la responsabilidad de trabajar en esta dirección le compete a los adultos. Y de pronto apareció Greta: condenando la posición de quienes, en lugares de toma de decisión, no se inmutan ante la emergencia climática que con tanta vehemencia ella denuncia, desenmascarando a los más grandes poderes políticos y económicos, diciéndonos que su generación «no se rendirá sin dar batalla». Greta impulsa a los jóvenes a involucrarse en la construcción del futuro, a sabiendas de la asimetría de fuerzas. Y aunque sea blanco de no pocas impugnaciones, lo consigue.