«Un sector de la sociedad no comprende la importancia de las normas de cooperación»
El sociólogo e investigador del Conicet Daniel Feierstein dialogó con Télam sobre las diferentes respuestas de la sociedad frente a la pandemia.
El sociólogo e investigador del Conicet Daniel Feierstein indicó que frente a la pandemia, si bien «una parte importante de la sociedad tuvo una actitud solidaria y de cuidado», otro sector «hace años que dejó de comprender la importancia de las normas de cooperación».
Docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y autor de numerosos libros como «El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina» o «Los dos demonios (recargados)», Feierstein dialogó con Télam sobre las diferentes respuestas de la sociedad frente a la pandemia.
Télam: ¿Cómo describirías el comportamiento de la sociedad argentina frente a la pandemia?
Daniel Feierstein: La sociedad argentina tiene distintos sectores y tuvo comportamientos muy diferenciados en función de eso. Hay una parte importante de la sociedad que tuvo una actitud de solidaridad y de cuidado, sobre todo al principio, y otra que no ha podido comprender dos cosas: por un lado la gravedad que puede implicar el desborde descontrolado de una pandemia y por el otro la relevancia de las normas de cooperación.
En este sentido, es difícil cuantificar pero hay un 20 o 30% de la población que dejó hace muchos años de comprender la importancia de las normas de cooperación, algo que en situaciones de crisis puede ser muy grave porque puede generar consecuencias para el conjunto.
T: Al principio de la cuarentena alertabas que podían aparecer dos mecanismos de defensa psíquica: la negación y la proyección, ¿podrás definirlos y decir si considerás que aparecieron?
D.F.: Como seres humanos tendemos a negar lo que nos pone en peligro, lo que puede ser desagradable; entonces uno tiende a inventarse excusas para no registrar lo que está ocurriendo, eso es la negación. Por otro lado, tendemos a proyectar el dolor y la angustia en el otro.
En este sentido, creo que la marcha del 17A fue una forma de proyección en la que después de cinco meses de pandemia, de las consecuencia económicas, psíquicas y sociales de tener que limitar actividades se llega a niveles muy altos de angustia, resentimiento, sufrimiento y frustración en muchos sentidos y la proyección es justamente un mecanismo para poner eso afuera.
Entonces se marca que el problema está en un grupo político o en un medio de comunicación y creo que si bien una parte de lo que sucedió en esa marcha tiene que ver con la activación de determinados medios, que ese discurso prenda tiene que ver con esta proyección y con que efectivamente hay mucha angustia circulando. Entonces, oponer a esa angustia, angustias más grandes como lo que implica la pérdida de un ser querido o el colapso del sistema de salud no resuelve la situación, hay que poder entenderla de un modo más profundo.
T: ¿Y la negación apareció?
D.F.: La negación apareció en todo momento, por ejemplo, planteando que «esto no va a ser tan grave». Hay un concepto interesante que es el «sesgo» del crecimiento exponencial, esto significa que el sentido común tiene mucho problema para lidiar con el crecimiento exponencial porque uno ve que el número es bajo y se relaja sin entender que en poco tiempo los números se van a multiplicar. Un ejemplo de negación del que estuve cerca es que en la UBA se planificó el inicio del cuatrimestre presencial en junio, cuando muchos sosteníamos que era obvio que eso resultaría imposible.
T: En otro artículo hablaste también de la «naturalización» de la muerte…
D.F.: Sí. Porque la forma en la que aparece ahora la negación es la naturalización de la muerte. Esto que se expresa en frases como «en toda pandemia hay muertes» o «la gente se muere igual de cualquier otra cosa». Son formas de no querer aceptar lo diferente de esta situación ni el modo en que nos puede impactar; de pronto esa negación se quiebra en forma muy dolorosa cuando te toca en primera persona. Entonces uno cae que no es una gripe común, que las consecuencias no son las mismas.
Hay un nivel de soledad muy grande en el tránsito de esta enfermedad y en la muerte que hay que repensar y que tiene que ver con cuestiones de funcionamiento del sistema de salud. Creo que hay que poner sobre la mesa la discusión sobre el acompañamiento de los seres queridos porque es una cuestión que está siendo muy traumática.
T: ¿De qué otra estadística nos «agarramos» para negar?
D.F.: El colapso del sistema de salud, por ejemplo, no significa solamente que no haya camas (lo que en algunos hospitales ya sucede) sino que implica más cuestiones como el nivel de estrés del personal de salud que lleva a muchísimo destrato. También son las 12 horas que un paciente tiene que esperar un resultado en una sala de hospital completamente solo.
Con esto no quiero criticar o hacer cargo al personal de salud, pero sirve para entender que eso también es colapso del sistema de salud. Sino parece que como tenemos una ocupación en las unidades de terapia intensiva del 70% estamos bien o que 100 muertos diarios es una cifra «razonable», pero cada una de esas personas fallecidas tiene nombre y cara.
T: La pandemia puso en tensión algunos conceptos como «libertad individual», «control social» y «bienestar colectivo», ¿cuál es tu mirada sobre esto?
D.F.: Nosotros hemos vivido dictaduras y en aquellos momentos un valor central a defender eran ciertas libertades individuales. Después de la caída del Muro (de Berlín) y de una transformación tanto global como en nuestra región, el problema es otro y es creer que la libertad de hacer lo que se me canta está por encima de cualquier cosa, incluso de las necesidades de cooperación producto de una crisis pandémica.
Hay que considerar que se pueden consensuar normas de cooperación que no necesariamente tienen que venir de un régimen dictatorial.
En relación al control social se aplica con un sesgo de clase; durante la pandemia las fuerzas de seguridad tuvieron actitudes de desborde en los sectores populares, que paradójicamente son los que tienen mayores dificultades y cumplieron mucho más las normas, mientras que en la regulación de los sectores medios no intervinieron.