Gualeguaychú: Condenan a dueño de caballos pura sangre por esclavizar a menor
Condenan a dueño de caballos pura sangre por esclavizar a menor en Gualeguaychú. J.J.B. tenía 16 años, no iba a la escuela y vivía con su familia numerosa en la localidad correntina de Mercedes, a cargo de su madre, quien no contaba con los recursos para que todos pudieran alimentarse. Por eso el chico agarró viaje cuando Ariel Gadea le ofreció ir a trabajar a la chacra de su hermano José Raúl, en Entre Ríos. Pensaba en juntar dinero para ayudar a su mamá y sus hermanos.
Pero pasaban los meses de aquel 2012 y seguía trabajando cuidando caballos de carrera y haciendo tareas rurales, de sol a sol, sin recibir más que alimentos y un rancho donde vivir en condiciones infrahumanas. Por eso decidió escapar de la chacra de Gualeguaychú, denunciar a Gadea y regresar a Corrientes. Ahora, ocho años después, el explotador fue condenado a cuatro años y medio de prisión por Trata laboral.
La causa se inició el 14 de junio de 2012, cuando el menor J.J.B. acudió ante el defensor de Pobres y Menores y contó lo que estaba sufriendo. Dijo que era oriundo de Mercedes, donde conoció a Ariel Gadea, quien le ofreció trabajar en Entre Ríos a las órdenes de su hermano José Raúl Gadea como cuidador de caballos. Aceptó la propuesta y el 16 de febrero de 2012 llegó a Gualeguaychú, donde fue recibido por Gadea en la chacra Barbarita, ubicada en bulevar Martínez y Maestro Bravo.
El hombre lo alojó en una habitación precaria lindante a su vivienda, que estaba sucia, con puerta sin seguridad, ventanas sin vidrios, paredes mojadas por la lluvia y una instalación eléctrica deteriorada.
Durante los primeros 15 días el menor solo recibió guiso como almuerzo y cena. Luego Gadea se comprometió a pagarle un sueldo mensual de 2.000 pesos y, pasado el primer mes, le abrió una cuenta para que se comprara comida de un almacén cercano. Pero después de un tiempo Gadea le reprochó los gastos en el almacén y sólo lo autorizó a comprar alimentos por 200 por semana, dinero que luego le descontaba del sueldo.
El horario de trabajo del adolescente era de 7 a 12.30 y de 14 a 21, de lunes a domingo. Sus tareas consistían en cuidar los caballos de Gadea, arreglar alambrados, cortar yuyos, ligustrinas y pastos, juntar alambres y vidrios del campo, arreglar cañerías y cortar leña con motosierra; también varear los caballos y buscar escombros.
El chico denunció que Gadea lo hacía trabajar en exceso y que, en una o dos oportunidades en que se durmió por cansancio, lo maltrató verbalmente, lo insultó y le dio más trabajo. En mayo, J.B.B. decidió trabajar ocho horas por día y exigirle a su patrón el pago de los sueldos convenidos. Gadea prometió hacerlo, pero no cumplió. Por eso, el 12 de junio de 2012, después de reiterados e infructuosos reclamos de pago, el chico dejó el lugar y radicó la denuncia.
El juez de Instrucción N° 2 de Gualeguaychú declaró su incompetencia y envió la denuncia al Juzgado Federal de Concepción del Uruguay. El 17 de agosto la Prefectura allanó la chacra y los uniformados fueron atendidos por otro menor, de 16 años, E.D.G., también de Mercedes, quien era igualmente explotado por Gadea, pero un pariente del explotador lo llevó enseguida hacia otra provincia.
El expediente tuvo varias idas y vueltas que demoraron su llegada a juicio. En esta instancia, Gadea prefirió confesar y acordar una pena con la Fiscalía. La semana pasada, el fiscal auxiliar Leandro Ardoy y el imputado, asistido por el abogado Rubén Pagliotto, presentaron el acuerdo de juicio abreviado a la presidenta del Tribunal Oral Federal de Paraná, Lilia Carnero. Ayer, la jueza dictó la sentencia en la que homologó el mismo. De este modo, Gadela ya fue condenado a cuatro años y seis meses de prisión por el delito de Trata de personas con fines de explotación laboral en su modalidad de acogimiento, en relación a dos menores.
Además, el hombre deberá pagarle a la víctima que lo denunció 50.000 pesos como reparación del daño causado. Asimismo, se precisó que la pena de prisión se cumplirá bajo el régimen de la prisión domiciliaria, por las enfermedades crónicas que padece Gadea: problemas cardíacos severos, diabetes, hipertensión y cáncer.
En la resolución se detallaron las pruebas que se reunieron en el expediente. Por ejemplo, un informe de ATER donde surge que Gadea es el propietario de la chacra Barbarita, y otro remitido por Stud Book argentino (Secretaría del Jockey Club Argentino) donde se informó la nómina de caballos de pura sangre de carrera que se encuentran registrados a nombre del condenado.
Por otra parte, se destacan los informes producidos por los profesionales del Copnaf y del Equipo del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, que dan cuenta de la situación de vulnerabilidad en la que se encontraba el menor.
El abuso y el chantaje laboral, en primera persona
En su testimonio, el adolescente contó cómo lo contactaron y engañaron para ser sometido: “Ariel me llamó un día y me dijo si iba a viajar a Gualeguaychú, yo le dije que sí, ahí me dijo que me mandaba el pasaje, con otro hermano que vive en Mercedes, y me fui para allá, en colectivo. Lo que costó el pasaje me lo descontó con el primer pago. En Gualeguaychú me esperó José Raúl Gadea y me llevó hasta el haras, en su camioneta. Llegamos, me mostró el trabajo que tenía que hacer (…) Después de unos meses empezó a fallar, no me pagaba, trabaja muchas horas en un montón de cosas y también con el tema de la comida, porque no podía sacar muchas cosas en el almacén, porque después de un tiempo me fue bajando la cantidad de mercadería que podía sacar”.
Sobre el día a día en la chacra, el chico relató: “Me levantaba a las 6 de la mañana, empezaba a dar de comer a los caballos, limpiaba las camas, sacaba los caballos afuera, les daba agua y después me ponía a limpiar el galpón, empezaba a cortar yuyo, arreglaba los alambrados, traía a los caballos de afuera para curar. A la tarde me levantaba a las 2, descolgaba los caballos para largarlos en los piquetitos, salía a cortar leña con motor sierra (…) Dejaba de trabajar a la nochecita cuando terminaba de guardar los caballos, como a las 8 o 9. Cuando cuidaba los caballos o cortaba con la motosierra no tenía nada para cuidarme o no lastimarme. Los sábados y domingos siempre estaba pendiente de los caballos, le tenía que seguir cuidando, era lo mismo que otros días (…) Elementos de trabajo, no me dio nada, nada de seguridad”.