Claves para ser buenos padres: «No te desesperes Pérez»
Introducción
Cuando uno se sube a un avión, una de las primeras recomendaciones que le dan a los pasajeros para los posibles casos de emergencia es la siguiente: «En caso de despresurización caerán unas mascarillas de oxigeno, colóquesela usted y después colóquela a los niños».
Nudo
De lo antes dicho se desprenden las siguientes recomendaciones que son válidas tanto para los papás primíparos, como para los que ya son veteranos de mil batallas:
1. Todos necesitamos cuidados especiales, desde que nacemos hasta que morimos.
Necesitamos cuidar nuestro cuerpo (nuestra dimensión material), es decir, necesitamos comer bien, dormir bien, hacer ejercicio, mantenernos limpios, etc.. Pero también necesitamos cuidar nuestra alma (emociones) y nuestro espíritu (pensamientos), tan importante como comer y respirar, lo es el recibir cariño, atención, consuelo y caricias. Los niños necesitan que sus padres, con amor y respeto, los miren, los huelan, les hablen, los toquen, los tomemos en brazos y juguemos con ellos, y a los hijos les revelo ahora un gran secreto que quizás pocos conocen: los papás también necesitamos de ustedes que nos hablen, nos abracen, jueguen con nosotros, nos dediquen tiempo. Esto es un asunto mutuo, pero sin lugar a dudas en la crianza de los hijos, la mayor responsabilidad del cumplimiento de estas tareas primarias le corresponden al papá y a la mamá, a los adultos que crían al niño(a). Los padres tenemos la obligación moral (fuimos nosotros quienes lo llamamos a la vida) de dedicar gran parte de nuestro tiempo, energía y recursos en favor de nuestros hijos. Su desarrollo depende sí o sí de del compromiso que tengamos con su bienestar.
2. El cuidador debe también saber cuidarse.
La responsabilidad de nuestro propio cuidado es una de las principales diferencias entre un niño y un adulto, el adulto debe cuidar al niño(a), pero también debe saber cuidarse él mismo. Nuestra felicidad y cuidado es nuestra responsabilidad, mis hijos suman felicidad a mi vida, pero mi felicidad en últimas no depende de lo que ellos hagan o dejen de hacer, como adultos nadie más responde por nuestro crecimiento. Si los padres aplazamos o renunciamos a nuestra propia alegría y a nuestro desarrollo, perdemos energía y capacidades para apoyar a nuestros hijos y darles felicidad. «Nadie da de lo que no tiene», si no tienes amor no podrás amar a tus hijos, por eso debes primero mantener lleno tu propio tanque de amor.
3. Acumular necesidades insatisfechas es acumular frustración y la frustración es un nido de ratas en donde se incuba la amargura.
Un padre o una madre frustrada(o) es un padre amargado(a) y en consecuencia su comportamiento puede estar marcado por señales como el mal humor, el enojo recurrente y la violencia crónica (verbal, física, económica, sexual, etc.). Los padres amargados suelen lastimar a los hijos de muchas maneras (con las palabras ofensivas, miradas matreras, silencios humillantes, zarandeos y golpes, e incluso con abusos sexuales y violaciones). Las mamás y los papás que con frecuencia le pasan echando en cara a los hijos lo mucho que se sacrifican por ellos son padres chantajistas que mantienen abierta una impagable cuenta de cobro emocional con ellos. Es necesario recapacitar y organizar nuestras necesidades y prioridades, buscar formas que nos ayuden a satisfacerlas, darles un orden de importancia, definir cuáles debemos cumplir ahora y cuáles pueden esperar para ser satisfechas más adelante.
4. Aprender a expresar y atender nuestras propias necesidades, aprender también a poner límites a los demás y pedirles su ayuda cuando sea necesario. Recordemos que el mejor educador de nuestros hijos se llama «San Ejemplo». Con nuestro auto-cuidado le enseñamos a nuestros hijos a hacer lo mismo y a reconocer que todos somos importantes. Cuando los niños se sienten comprendidos y tomados en cuenta por sus padres, y ven a sus padres cuidarse a sí mismos, aprenden a respetar sus propias necesidades y las de los demás.
5. La felicidad y la amargura son como la Covid 19, se pegan por contacto directo e indirecto.
El mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos es estar contentos, descansados y satisfechos, sentirnos útiles, disfrutar la vida, ser buenos amigos de nosotros mismos, rodearnos de gente positiva, de buenos amigos con buenos principios y valores, esa es también la mejor vacuna contra la frustración y la amargura.
Conclusión
Aprender a pedir y a dar afecto y cuidados es un proceso que se vive cada día y dura toda la vida. Si aprendemos a respetar las necesidades, espacios, tiempos e intereses, tanto nuestros como de nuestros hijos, propiciamos un entorno saludable entre todos y contribuimos de este modo al desarrollo de cada miembro de la familia.
Por: Mauricio Gabriel Pareja Bayter