Se pusieron pantallas gigantes en los clubes. Se modificaron los planes. Se alteró la rutina de los domingos a la mañana y hasta se especuló con la posibilidad de cambiar el horario el debut de Diego Maradona como DT de Gimnasia en la Superliga. Eso es lo que generó la Selección argentina de básquet en un Mundial de ensueño, que terminó de la manera más amarga: derrota ante España por 95 a 75.
Nada para reprocharse. El equipo nacional nunca le encontró la vuelta a la «Generación Dorada» de España que mostró todo su poderío. La jerarquía de Ricky Rubio, Mark Gasol y Sergio Llul fue demasiado para los dirigidos por Sergio Hernández, que desde el comienzo se dieron cuenta de que iba a ser un partido muy complicado. No por nada, pidió el primer tiempo muerto del partido cuando sólo habían pasado cuatro minutos del arranque.
Se podrían dar mil datos estadísticos, pero lo cierto es que Luis Scola y compañía no tuvieron la intensidad de otros partidos y nunca pudieron encontrar respuestas a un equipo que dio muestras de ser un justo campeón. Los pocos puntos del capitán, anulado completamente por la defensa roja, son el fiel reflejo de la performance argentina. También la intensidad en los tableros, en donde Gasol fue amo y señor.
Pero más allá de la derrota es loable el gran torneo del equipo nacional que no solo llegó a la final del torneo, cuando no estaba en los planes de nadie, sino que además logró la plaza para los Juegos Olímpicos de Tokio, por encima de los Estados Unidos, la gran potencia de este deporte.
La final perdida en China se suma a la decepción de Indianápolis de 2002, en donde el equipo argentino cayó contra Yugoslavia, en un final que aún duele. Sin embargo, nadie podrá reprochar el esfuerzo de una Selección que con coraje y valentía volvió a ponerse en la elite del básquet mundial.