Por Facundo Baez Rodríguez

El 8 de enero, Cacho Castaña lanzaba una frase en una entrevista en vivo para abrir un debate que sigue muy encendido: «Si la violación es inevitable, relajate y goza». El cuestionamiento en vivo del panelista Guido Zaffora fue la menor de las consecuencias. Las críticas le llovieron, una cantante aseguró que él abusó de ella cuando era menor y tuvo que suspender un par de conciertos en Mar del Plata por temor a ser escrachado.

Así, el tema se instaló y dos semanas después del estallido del «CastañaGate» aparecieron denuncias públicas de acoso contra Tristán por parte de su ex compañera de elenco Rita Pauls, y Roberto Pettinato, acusado por mujeres con las que se cruzó en distintos proyectos laborales.

Las minoritarias defensas que recibieron estas figuras del mundo del espectáculo provinieron de colegas que, en la mayoría de los casos, pasan la línea de los 50 años de edad; es decir, contemporáneos de los acusados.

«Todos en un momento de nuestras vidas decíamos cosas por el estilo» o «era el código de su época» fueron las frases esgrimidas en estos casos. Pero, ¿cuál era el código de la época en que se apoyó Cacho Castaña para decir semejante frase? Cuatro mega figuras del espectáculo nos darán la respuesta.

Para 1980, Jorge Porcel y Alberto Olmedo eran las superestrellas del cine argentino. Ese año, estrenaron «A los cirujanos se les va la mano», con guion y dirección de Hugo Sofovich y acompañados por dos mujeres que 38 años después ocupan lugares centrales en el espectáculo argentino: Susana Giménez y Moria Casán.

Aunque toda la película transcurre en su totalidad en un sanatorio, el afiche promocional respeta el patrón de la época y Susana y Moria aparecen en ropa interior, al igual que muchas de las mujeres que hicieron filmes con el dúo Porcel-Olmedo.

En el filme, los capocómicos fingen ser cirujanos para tratar de conquistar a las nuevas doctoras, personificadas por Susana y Moria. El desarrollo consta de diversas situaciones accidentales al borde de lo bizarro hasta llegar a la escena final que da razón al título de la película de una forma por lo menos cuestionable.

Cuando las doctoras se predisponen a acomodar el instrumental para cirugías, los camilleros tapan sus narices con algodón y liberan un gas anestesiante con una clara voluntad de aprovecharse de ellas. Cada uno toma con sus brazos a una de las médicas y Olmedo en clave cómplice le dice a Porcel «¡qué te diviertas!», a lo que el «macho de América» (así se tituló otra de sus películas) responde con sorna «¡Gracias! Después te cuento».

La imagen final del filme es la de dos hombres en clara predisposición de abuso de mujeres, con amplias sonrisas condescendientes con el tono humorístico que se le pretendía imprimir a la narración.

«Ahora las mujeres están todas enojadas. No sé qué les pasa. Antes nos llevábamos tan bien, nos divertíamos», esgrimió Castaña en uno de sus últimas defensas. Quizás el enojo de hoy nació en el pasado y el abuso de poder de los hombres. Razones sobran.