CROMAÑÓN NOS PASÓ A TODOS
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
La muerte siempre duele.
Y cuando golpea a los jóvenes nos pega de una manera particular. Cuando unos están definiendo proyectos de vida y otros dando los primeros pasos hacia su realización…
Cuando ese proyecto incluye a otro que ahora no está, a veces el rumbo se mantiene, pero se hace borroso el camino. ¡Cuántas cosas por redefinir!
El 30 de diciembre de 2004 la muerte enlutó a muchas familias, amigos, vecinos, compañeros de estudio y de trabajo. Volviendo a leer la predicación del Cardenal Jorge Mario Bergoglio en el primer aniversario quiero destacar unos párrafos: “Hace un año esta ciudad sufrió la bofetada de una tragedia. Hace un año ese camino de esperanza de tantas madres con sus hijos fue segado. (…) Esta ciudad vio segada la vida de 194 hijos jóvenes, que eran promesas, que eran futuro. Buenos Aires necesita llorar. Buenos Aires no ha llorado lo suficiente”.
No lloró por aquellos a quienes no reconoce como hijos. Unos no los sentía como propios, otros tal vez le molestaban. Quizás había quienes le resultaban anónimos o desconocidos. Quién sabe si probablemente eran considerados como intrusos o colados en la fiesta.
Muchos, en cambio, sí sufrimos, lloramos, nos buscamos para una palabra de aliento o un gesto fraterno que hiciera más llevadera la desolación. Tomaron gravedad y un peso propio algunos poemas: “cuando un amigo se va, queda un espacio vacío…” o “te suplico que me avises, si me vienes a buscar…”.
Nos peleamos con Dios, con la fe, con uno mismo. Y a la vez redescubrimos la fe, la oración, a Dios.
Experimentamos la incomprensión de quienes suponíamos cercanos y percibimos latir en coincidencia con extraños.
¿Es rara la vida? ¿O es que el roce de la muerte nos cambia la mirada, nos ubica desde otro punto de vista?
Hicimos nuevos amigos. Descubrimos otros sabores, otros aromas. El abrazo comunica consuelo. La mirada se vuelve muy decidora, como nunca habíamos imaginado.
También hubo cosas que cambiaron un poco. Normas que se sancionaron y tuvieron relativo cumplimiento. Los argentinos comprobamos nuevamente que la corrupción mata, pero eso no fue suficiente para abandonar la coima y el soborno.
Hubo reflexiones, talleres, escritos, obras de teatro muy importantes que sirvieron como homenaje, consuelo, memoria. Como sociedad hemos crecido, pero también reconocemos que pudimos haber desarrollado más la solidaridad.
La comprensión de la situación emocional de los demás no es una virtud argentina. Acostumbrados a estar cada cual en su mundo no tenemos la disponibilidad suficiente como para estar atentos a los demás.
El hombre es el único animal que cae dos veces en el mismo pozo. Si queremos algo distinto no podemos seguir haciendo lo mismo.
En nuestra sociedad la vida vale poco, especialmente la de los demás. Y si son pobres, enfermos, ancianos, adictos… menos aún.
Muchos mueren por sobredosis, en accidentes de tránsito, por enfermedades tratables. Otros en enfrentamientos con fuerzas de seguridad o peleas callejeras al salir del boliche.
En este año que concluye también murieron familias por incendio o destrucción de sus viviendas precarias.
A los jóvenes muchas veces se los encasilla y discrimina por su manera de vestir, por la música que escuchan, por sus gustos estéticos.
En octubre pasado el Papa realizó un Sínodo en Roma acerca de “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Quiso poner a los jóvenes en el centro de las miradas de amor, en el corazón de la Iglesia Madre. Y nos pide que estemos atentos a escuchar su clamor. Ellos quieren compartir sus anhelos, sus sueños. Son los que pueden trabajar por un mundo mejor. Cosecharemos lo que sembremos.
Este domingo celebramos a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. No la tuvieron fácil. Muy pronto sufrieron la persecución de Herodes que buscaba matar al Niño. Tuvieron que huir a Egipto. Vienen a mi memoria las imágenes de tantas familias desplazadas en este tiempo a causa de la pobreza, las persecuciones étnicas y religiosas, la falta de respeto a la dignidad de la persona humana. Recemos por tanto dolor y, en ellos, acojamos a la Sagrada Familia.
El martes comenzamos un Año Nuevo. Cada 1 de enero tenemos la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El lema propuesto por Francisco es “Paz a esta casa”. Te invito a leer el mensaje completo en internet. No es tan extenso. Y mientras tanto te comparto algunos párrafos:
“La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:
· la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como aconsejaba san Francisco de Sales― teniendo ‘un poco de dulzura consigo mismo’, para ofrecer ‘un poco de dulzura a los demás’;
· la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
· la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro”.