Cuando el pecado oprime y mata
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Hay dolores que calan muy profundo. Heridas que no cierran y son difíciles de sobrellevar. En mi vida como sacerdote y obispo he recogido testimonios desgarradores.
Es notable la capacidad que tenemos para lastimarnos unos a otros. A veces no somos conscientes de cómo hieren las palabras, los gritos, la agresión verbal. Violencias en el hogar, la escuela, el barrio… que dejan huellas muy profundas y que difícilmente sanan sin un camino decidido.
Pero hay otras situaciones en las cuales el dolor deriva en horror. El testimonio que pude recoger de quienes han sido víctimas de Trata es conmovedor. El secuestro y tortura, los métodos de sometimiento aberrante para quebrar la voluntad. La violación reiterada, la adicción a alguna sustancia, los golpes, las fotos de la familia y la promesa de matarlos si te escapás…
Niñas, niños, adolescentes y jóvenes son captados para ser ofrecidos como mercancía sexual en distintos países del mundo; también en la Argentina. Mucho se ha crecido en hacer presente esta realidad, pero mucho falta para erradicar este cáncer social. A veces promesas falsas de trabajo y estudio, o simplemente el secuestro de personas vulnerables. El más cruel tratamiento y reducción a esclavitud. Burdeles, whiskerías, casas de tolerancia, son algunos de los eufemismos con los que se intenta disimular la esclavitud, el oprobio, el horror.
La Trata también existe con fines laborales. En diversos países tiene actividades concretas en las cuales se abusa de migrantes o niños vulnerables: búsqueda de diamantes o piedras preciosas en Sudáfrica, elaboración de alfombras en Pakistán; entre nosotros, talleres clandestinos (aunque no secretos) para confección de ropa, cosechas en los campos en algunas temporadas especiales.
Trata para el comercio de órganos. Los pobres anónimos que son asesinados para vender algunos de sus órganos en la clandestinidad ilegal que mueve dinero y profesionales (¿de la salud o de la muerte?) especialistas en estas cuestiones. Macabro comercio internacional que sacrifica pobres para prolongar unos años vida de ricos.
¿Hasta dónde puede llegar la maldad humana? ¿Por qué tanta inversión de creatividad e inteligencia para organizar el mal, el daño, el desprecio por la vida? ¿Por qué tanta fragilidad e indiferencia en la sociedad para descuidar a sus hijas e hijos más indefensos? ¿Por qué la prepotencia y avaricia de unos cuantos están por fuera o encima de la ley?
Muchas veces me he preguntado si estas personas mafiosas tienen familia. ¿Con qué cara miran a los ojos a su esposa? ¿Cómo besan a sus hijos? ¿Cómo no son cuestionados por sus amigos acerca del origen del dinero con el cual sostienen sus lujos y excentricidades?
Manejan dinero manchado con sangre. Sus vehículos, sus viajes por el mundo, sus banquetes, y hasta la cuota del colegio de sus hijos derraman sudor y lágrimas, sangre y alma de aquellos a quienes oprimen y amenazan.
El Papa nos abre su corazón acerca de este flagelo: “Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda” (EG 211).
El Santo Padre ha titulado el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2015: “No esclavos, sino hermanos”. Nos dice que hoy “a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud” (nº 3).
“Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.
”No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.” (ídem)
Este fin de semana y hasta mañana estoy participando en el Encuentro Latinoamericano sobre Nuevas Esclavitudes y Trata de Personas que se está realizando en Buenos Aires, fruto del trabajo mancomunado de muchas instituciones entre las que se encuentran el Grupo Santa Marta, Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), la Comisión Nacional de Justicia y Paz (CNJP), el FIAC (Foro Internacional de la Acción Católica), la Comisión Episcopal de Pastoral de Migrantes e Itinerantes y la Comisión Episcopal de Pastoral Social (CEPAS). Son grupos que ponen su esfuerzo y sus mejores talentos humanos al servicio de la libertad de las personas en todas sus dimensiones.
Hoy, 10 de febrero cumplo 64 años de edad. Doy gracias a Dios por el don de la vida, la familia, los amigos. Acompañame con tu oración. Me fortalece y nos hace más hermanos.