Del Trump bebé a la banana pegada a la pared: los museos apuestan a la extravagancia
El mundo del arte demostró que sus colecciones hacen mucho más que acopiar pinturas o esculturas, también son testimonio de una época.
Con la adquisición por parte del Museo de Londres de un dirigible de seis metros de un bebé Trump furibundo que fue utilizado en protestas en la capital inglesa, el mundo del arte demostró que sus colecciones hacen mucho más que acopiar pinturas o esculturas, sino que también son testimonio de una época, como cuando el MoMA de Nueva York adquirió un Fiat 500 de 1968 o el Guggenheim, una banana pegada con cinta adhesiva a una pared, obra del artista italiano Maurizio Cattelan.
El dirigible inflable de Donald Trump en pañales, de piel naranja, mueca de puchero y con un celular diminuto en la mano, fue utilizado en diversas protestas en la capital inglesa contra la visita del exmandatario estadounidense y fue adquirido días atrás por el museo londinense, dedicado a contar la historia de la ciudad y sus visitantes a través de objetos icónicos.
Luego de cumplir una estricta cuarentena, el globo de helio que caricaturiza a «Baby Trump» -el mandatario que demostró furia siempre que no se daban las cosas acorde a sus deseos- podrá ser exhibido junto a otras piezas de la colección, como elementos utilizados en el sufragio femenino o en protestas contra la guerra en Irak de principios del 2000.
«Por supuesto que el museo no es político y no tiene ninguna opinión sobre el estado de la política en los Estados Unidos. Pero el dirigible refiere a una típica respuesta británica: el humor, la sátira. Es un gran ejemplo de eso»
SHAON AMENT
«Por supuesto que el museo no es político y no tiene ninguna opinión sobre el estado de la política en los Estados Unidos. Pero el dirigible refiere a una típica respuesta británica: el humor, la sátira. Es un gran ejemplo de eso», dijo la directora del museo, Sharon Ament, sobre la pieza ha sido protagonista de diversas protestas.
En el mundo pre-pandemia, allá por diciembre de 2019, hubo asombro, risas e indignación en iguales dosis cuando el artista italiano Maurizio Cattelan vendió en la feria Art Basel de Miami una «escultura» de una banana pegada a la pared, con cinta adhesiva, que fue adquirida por el Museo Guggenheim en 120 mil dólares.
«La gente piensa que estamos locos o somos estúpidos», había dicho a Télam, en aquel entonces, el director de la galería que vendía la obra «Comediante», el marchand Emmanuel Perrotin, que desde hace 27 años comercializa la obra del polémico artista italiano, el mismo que diseñó un inodoro de 18 quilates de oro -la esencia misma del capitalismo- bautizado «América» y exhibido durante un tiempo a préstamo en el mismo museo que adquirió la banana.
Multitudes hacían fila en el Museo Guggenheim para utilizar el baño «real» que se instaló para uso diario en uno de los pisos de la institución neoyorquina, hasta que el vater retornó a su lugar de residencia, el Palacio de Blenheim, Oxfordshire, de donde fue robado luego, en septiembre de 2019.
Si de rarezas se trata, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), considerado uno de los más importantes del mundo, a la vanguardia del coleccionismo, adquirió en 2017 un modelo original de Fiat 500 serie F de 1968, Berlina, un «ícono de la historia del automóvil» que «encarna muchos de los principios que tipificaron el diseño modernista», explicó entonces Martino Stierli, director general del departamento de arquitectura y diseño de ese museo.
En 2018, en Argentina, el Museo Casa Rosada incorporó a su colección el auto presidencial Cadillac descapotable que compró el expresidente Juan Domingo Perón en 1955, aunque nunca llegó a utilizarlo porque fue derrocado ese mismo año.
El vehículo se utilizó para trasladar a visitantes ilustres de la Argentina, como el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, en 1960, y Charles de Gaulle, presidente de Francia, en 1964.
Otra vez el MoMA, pero en 2016, adquirió para su colección permanente los 176 emojis originales creados por el japonés Shigetaka Kurita, el llamado «padre de los emojis», acrónimo de las palabras japonesas «e» (imagen) y «moji» (carácter).
Se trata de una humilde imagen digital de 1999 que reúne lo que hoy se considera el ADN de los emojis, realizados en 12 por 12 píxeles, ilustrados con fenómenos meteorológicos, pictogramas como el corazón y una variedad de expresiones faciales que facilitaron la práctica incipiente de mensajería de texto en los dispositivos móviles.
Y si de creaciones japonesas se trata, el Museo Victoria and Albert de Londres, dedicado fundamentalmente a las artes decorativas y a las bellas artes, con más de cuatro millones de objetos europeos, hindúes, chinos, coreanos, japoneses e islámicos, posee desde el 2015 una tostadora de Hello Kitty, la gatita japonesa de ficción diseñada por Yuko Shimizu.
Tal vez uno de los más espeluznantes objetos que conserva un museo sea el postizo de cabello con un moño romano, en el Yorkshire Museum de Inglaterra, que fue hallado con dos horquillas azabache, en un ataúd de piedra, perteneciente a una joven que murió adolescente.
Según la web del museo, el cabello está muy bien conservado porque el ataúd estaba revestido de plomo y relleno de yeso, y se trata del peinado básico de un moño enrollado en la espalda, que fue un estilo común en todo el Imperio Romano desde el siglo I hasta el V.
Otro espacio cultural, el Museo Histórico Alemán, más conocido como el DHM de Berlín, posee un millón de objetos que son testimonio de la historia alemana, desde la Edad Media a la actualidad, como la prótesis de mano de un caballero medieval, cuyos dedos se pueden mover mediante un gancho de hierro escondido en la manga.
Pero si de extravagancias se trata, una pareja de croatas decidió fundar en el año 2010, en la ciudad de Zagreb, el Museo de las Relaciones Rotas (Museum of Broken Relationships), un lugar donde atesorar todos esos objetos que pertenecieron a una ex pareja y con las que uno no sabe qué hacer luego de una ruptura amorosa.
Es un templo de romances fallidos, repletos de peluches, cartas, relojes, juegos de dados, corpiños y hasta un enano de jardín, un patrimonio que se acrecienta, por supuesto, con las donaciones del público, es decir, de cualquiera al que le hayan roto el corazón y que debe acompañar el objeto donado con unas breves palabras para explicar su significado.
«Nuestras sociedades celebran y honran ocasiones como los matrimonios, los funerales y hasta las graduaciones, pero nos quitan la posibilidad de reconocer formalmente la derrota de una relación, a pesar de su fuerte efecto emocional», dicen los fundadores de este museo creado justamente para poder recuperarse de relaciones que fracasaron a través de la introspección y el humor.
Allí se conserva el summum de la extravagancia: la pelusa del ombligo de «D.», quien, según su ex, como «su estómago tenía una disposición particular de vello corporal hacía que su ombligo fuera propenso a acumular pelusas. Un día puse la pelusa en una bolsita pequeña y la escondí en el cajón de mi mesita de noche». Luego de una tumultuosa relación que tuvo lugar en Montreal (Canadá), la «pelusa» fue a parar al patrimonio del museo mencionado.