yrigoyenEl 12 de octubre de 1916, a las dos de la tarde, el Doctor Don Hipólito Yrigoyen, líder del Movimiento Radical, se dirige al Congreso Nacional, para jurar como Presidente de la Nación Argentina.
En paralelo, “en la Avenida de Mayo, los agentes de policía tienden cuerdas a lo largo de las aceras, para mantener libres las calzadas, tras la llegada de amplios contingentes de personas. En algunos tramos, las tropas del ejército en formación deberán contener a la multitud. A pesar que a esa hora ya no cabe una persona más en la avenida, siguen llegando olas humanas. Las dos vastas plazas, las del Congreso y la de Mayo, están literalmente abarrotadas de gente. Imposible dar un paso ni moverse. Los canteros de las plazas han desaparecido bajo los pies de la multitud. En cada árbol, en cada columna de alumbrado, se aglomeran los hombres en apretados racimos”.
En el Congreso, ante las dos Cámaras reunidas, el Doctor Don Yrigoyen jura, llegando el pueblo al poder.
Al descender por las escalinatas del Palacio del Congreso, “las cien mil personas, que llenan la doble plaza del Congreso, las azoteas, los balcones, prorrumpen en una enorme algarabía de vítores y aplausos (…). ¡Nunca se ha visto un entusiasmo igual en Buenos Aires! La multitud parece enloquecida; y cuando el Presidente llega a la cerca y sube a la carroza de gala, arrolla al cordón de agentes de policía que la ha contenido y rodea al carruaje.
El Doctor Don Yrigoyen, en pie dentro del coche, con el Vicepresidente y altos fejes militares, saluda con la cabeza y con el brazo. Pero hay que partir y la policía se dispone a abrir calle. En Doctor Don Yrigoyen hace un gesto con la mano y da orden de que dejen libre a la multitud. El coche está rodeado por el gentío clamoroso. De pronto, un grupo de entusiastas desengancha los caballos y comienza a arrastrarlo. En la cejas del Doctor Don Yrigoyen se marca una contracción de desagrado. Quiere bajar de la carroza, pero la multitud no lo consiente (…).
La Escolta Presidencial (un escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo) rota por la multitud en cien mil partes, ha quedado dispersa; un soldado va por aquí, en medio del gentío a pie, y otro por allí. La formación de las tropas en las calzadas, junto a las aceras, también ha sido rota en infinidad de lugares por la multitud, que se derrama en la calle. Ahora, después del gran grupo del pueblo, vienen varios automóviles con ocho a diez personas cada uno, todas las cuales agitan banderas en lo alto. Y por fin la carroza presidencial. Llueven flores desde los balcones. La calle entera se estremece de aplausos y de vítores. Hombres de bajo pueblo gritan de entusiasmo. Jóvenes, viejos, mujeres, todos saludan, con amor o con respeto, al Apóstol de las libertades. Muchos hombres lloran. El Doctor Don Hipólito va a pie en medio de la carroza descubierto, contestando al pueblo que lo aclama. No demuestra emoción alguna en su rostro impasible. Es el mismo hombre que no se quejó en Ushuaia (cuando estuvo preso), ni se alegró al saber que acababa de ser elegido Presidente de la República. Los que han querido remplazar a los caballos siguen tirando cansadamente. Al acercarse a la Casa de Gobierno, uno de ellos se desmaya. Al Doctor Don Yrigoyen le amarga su satisfacción la actitud servil de estos hombres; y más tarde amonestará a los jefes y oficiales que lo acompañaban, por no haberlo impedido.
Puede decirse que en ese momento de llegada a la Plaza de Mayo, el espectáculo es, acaso, único en el mundo.
Un embajador dirá, al otro día, que los varios espectáculos análogos a que ha asistido (entre ellos la ascensión del Presidente de Francia y la coronación de un Rey en Inglaterra) no son comparables con esta escena de un mandatario “que se entrega en brazos del pueblo, y es conducido, entre los vaivenes de las muchedumbre electrizada, al alto sitial de la Primera Magistratura de su Patria”, ni a ese momento “de la plaza inmensa, del océano humano, enloquecido de alegría”, en que el Presidente se entrega “a las expansiones de su pueblo, sin guardia, sin ejército, sin polizones…”.
Colaboriación: Profesor Damián D. Reggiardo Castro.