El ciudad de Rosario, atrapado por la bajante del Paraná
Mitad en el barro y mitad en el agua, el barco Ciudad de Rosario espera. La embarcación local más icónica, que lleva pasajeros a conocer la zona de las islas, apenas flota en un pequeño banco de agua que tiene sobre el arroyo Las Lechiguanas, en la zona del Charigüé, de donde es imposible que salga a raíz de la bajante que experimenta desde hace semanas el río Paraná.
La Capital hizo una recorrida en la zona donde se encuentra la embarcación, donde se ven las dificultades que trajo consigo la extrema faltante de agua.
Bordeando el banquito San Andrés, mirar hacia la ciudad devuelve una imagen invertida: la arena, la orilla inmensa, se comió toda el agua y el canal navegable se ve, a lo lejos, como si fuera un hilo de agua.
«En 68 años de vida, jamás vi esto», dice Guillermo Alcaraz, capitán del barco Ciudad de Rosario, mientras avanza con la canoa sobre el arroyo Las Lechiguanas, en la isla del Charigüe, donde sumerge uno de los remos para ver cómo la profundidad del agua apenas cubre la pala.
No hay gente en la terraza y las mesas y sillas en cubierta están vacías. La bajante vació el barco Ciudad de Rosario, que ahora está algo inclinado y descansa un poco sobre el barro y otro poco sobre la zanja de dos metros de profundidad que se formó, con los años, de tanto entrarlo y sacarlo para navegar con los 200 pasajeros que, en promedio, recorre en cada viaje a las islas. La embarcación «duerme» ahí hace varios años, con un sereno que la cuida.
Sin pandemia, Alcaraz tampoco podría sacar el barco de donde está ya que, explica, si estuviera «50 metros más adelante o 50 metros más atrás, el barco estaría clavado en el barro. La bajante nos dejó encerrados, no podríamos trabajar porque no tenemos agua para salir».
El barco fue construido íntegramente en la ciudad por rosarinos entre 1964 y 1971. Algunos dicen que es la primera embarcación de pasajeros confeccionada en el país, en el astillero Riguetti (estaba frente a la cancha de Central).
La pandemia, para Alcaraz, ayudó a que no haya tantos accidentes en el río. Es que hay lugares donde es imposible navegar y no todos los que cuentan con embarcaciones toman consciencia de estos problemas: «Hay muchos que no conocen bien el río, van con las lanchas y piensan que hay agua. Pueden pegar el planchazo, clavarse en la arena y que la persona vuele por arriba. Es muy peligroso».
Una vida en el río
De familia de pescadores, Alcaraz vivió gracias a esa actividad muchos años hasta que buscó subir un escalón.
Sacó la libreta de embarque a principios de 1980 y trabajó «en varios barcos: areneros, remolcadores, he llevado combustible a Paraguay, otros barcos de pasajeros, lanchas. Uno se va haciendo», asegura.
«Me empecé a embarcar porque ya tenía familia, para darles un mejor estar a ellos y porque, también, uno busca superarse», agrega, aunque admite que de vez en cuando vuelve a la pesca. Hoy, para él, agarrar «30 o 40 litros de nafta y salir por acá, a navegar, es lo mejor que me puede pasar. No me canso».
Aunque cree que el Ciudad de Rosario será la última embarcación donde trabajará, el capitán toma al barco como si fuera suyo y cuenta que lo cuida y hasta es «celoso».
«Hace 18 años que trabajo acá», dice, mientras señala el barco con la cabeza y cuenta: «Vengo una vez por semana a verlo, pongo el motor en marcha por las baterías. Por ahí el río baja de golpe, como pasó de viernes para sábado, y me encuentro con esto».
Con el correr de las horas, Alcaraz dejó el barco nuevamente a flote en el banco de agua disponible. Los años y la experiencia hacen que el capitán pueda sobrellevar la bajante, aunque no deja de aprender del Paraná y sus islas.
«Yo ya soy grande, tengo muchos años de río, pero todos los días estoy rindiendo una materia y aprendiendo algo nuevo. Aunque sea chiquitito», confiesa el capitán, para quien el río «es todo. Es mi vida».