El estigma de la corrupción
Corrupción hubo siempre y en todas partes. Como la maldad, la brutalidad y la impunidad. El gran problema es cuando se vuelve parte de un sistema y, difícil de extirpar, enferma a la sociedad toda. Es el caso de la Argentina. Asegurar que toda la sociedad ha sido corrompida es hablar de un tiempo abismal, un tiempo de zozobra. Ocurre lo mismo si se la identifica con el poder o con las distintas formas de hacer política, porque de esa manera se anula la posibilidad de vivir en una República: todos sospechan de todos. Se trata de un fenómeno que termina con la vida democrática.
Los estudiosos hablan de la vida azarosa en Roma. La voz generalizada era: «En Roma todo se compra». El historiador Salustio, que vivió en el siglo I a.C., lo sintetizó de este modo: «Los poderosos comenzaron a transformar la libertad en licencia. Cada cual se llevaba lo que podía, saqueaba, robaba. El Estado era gobernado por el arbitrio de unos pocos. Tenían en sus manos el Tesoro, las provincias, los cargos, las glorias y los triunfos. Los jefes repartían los botines con pocos».
Salustio mismo fue procesado tras quedarse con dineros ajenos, mientras ocupaba un cargo en una provincia del Imperio. No tuvo otra salida que buscar la protección de César, quien ayudó a que un tribunal lo absolviera. Una vez conseguido ese fallo, pagó su libertad comprando una villa para César, cerca de Tívoli. Y Roma, su encanto y su poder, no duraron mucho.
Thomas Hobbes, fundador de la filosofía política moderna, aseguró que «el interés y el miedo son los principales principios de la vida en comunidad». Adam Smith cuestionó a los gobernantes en general. En La riqueza de las naciones, escribió : » El vulgarmente llamado político es aquel astuto animal cuyas decisiones están condicionadas por intereses personales».
Habrá que esperar a las revoluciones burguesas para que se pongan en práctica esquemas de organización pública respetables, como el constitucionalismo y las separaciones de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Todo ello asomó en Inglaterra.
Al finalizar el año, y pese a la permisividad de ciertos jueces, cada vez están más probados los excesos de gran cantidad de funcionarios en nuestro país, que manipulan los fondos públicos indiscriminadamente. Las consecuencias de esos actos son claras : crece la desigualdad social, una minoría de empresarios amigos del poder se apropian de todas las obras públicas, pocas decisiones se ajustan a la ley, en todos los sectores de la administración estatal surgen los que le dan la espalda a las mayorías por caprichos, por obsesiones o por afán de enriquecimiento ilícito.
La corrupción, desde hace décadas, se ha hecho costumbre en la Argentina. Cada año que pasa la enfermedad es más grave. Lo que hicieron antes queda minimizado. Resulta doloroso cuando la corrupción no afecta, no irrita y no despierta reacciones populares masivas, pese a las denuncias constantes y a los hechos que salen a la luz. En los rankings sobre los países de América latina más comprometidos con esta patología asoman la Argentina, Brasil, Venezuela, México, una parte importante de América Central. La corrupción no provoca reacciones y ni siquiera es estigmatizada en aquellas naciones con conducciones populistas. Sí es condenada en países que aspiran a tener administraciones sensatas, racionales y modernas.
En España, en estos días, invadida por continuos escándalos de corrupción en todo el espectro político y administrativo, los dirigentes piden perdón y advierten que los que transgreden la ley son una minoría. Nadie les cree porque ya han ingresado en el escepticismo, tras una década de exacciones exhibidas en las vitrinas de los medios de comunicación. Ese escepticismo ha agotado la confianza en los partidos surgidos a partir de la convivencia democrática fijada en la Constitución de 1978, tres años después de morir Franco. Y las preferencias ahora se vuelcan sobre la nueva organización Podemos, que tiene raíces de izquierda en las revueltas de los indignados y muestra inclinaciones populistas al mejor estilo latinoamericano. Un proceso que preocupa a los que desean una península organizada y sensata.
En Italia o en Francia la crisis política corre en paralelo a la crisis económica. Como en varios países vecinos, han aumentado la xenofobia, la fiebre racista y el apoyo a las derechas extremas.
Esta lectura de la realidad lleva al cristinismo a señalar que la crisis es mundial, que la corrupción es universal. Pero no están diciendo la verdad en su afán por proteger a los transgresores que fueron señalados. No hay corrupción generalizada en numerosos casos, incluso entre nuestros cercanos Chile, Uruguay y Perú. En ellos, como en los países nórdicos, como en Japón, en Australia o Nueva Zelanda, hay castigos ejemplares para los corruptos.
Que la Presidenta se haya enriquecido generando sospechas por su crecimiento vertiginoso, que tenga empresas privadas y las explote, que sea socia de un hombre investigado por negocios poco claros, entra en colisión con la ética. Para defenderse, los oficialistas acusan de «destituyentes y golpistas» a todos aquellos que cuestionan al Ejecutivo. El espíritu de la democracia abrazada en 1983 se diluye cuando las dudas sobre el poder no se aclaran.
Deja una respuesta