Una mañana, un importante gerente de Edenor llamó al periodista Joaquín Morales Solá para acordar un café en el bar del Plaza Hotel. Quedaron en encontrarse ese mismo día, a las 12. A las 11:30, Kirchner se comunicó con el empresario. Lo increpó agresivamente por ese encuentro que tendría y lo sentenció: «Te transformás en mi enemigo si te ves con ese«. Y decidió no verlo ese día, ni por mucho tiempo más.

​Una noche, Jorge Triaca se aprestaba a festejar su cumpleaños con un grupo de amigos. Eligió el quincho de la Dirección de Remonta y Veterinaria, que habitualmente se alquilaba para eventos sociales o políticos de gente vinculada al poder. Sin invitación, apareció el ministro de Defensa de entonces, José Pampuro. Triaca se le acercó:

​- «Pepe, gracias por venir, es un honor que el Ministro venga a mi festejo, sos muy bienvenido».

​- «No me invitaste, ya sé, pero cuando me iba para casa me llamó Néstor para decirme a los gritos que se estaba planeando un golpe de Estado contra el Gobierno en mis narices, y que vos eras el jefe de la conspiración. Tuve que venir a ver qué pasaba, si no, no me iba a dejar dormir».

​Hay miles de ejemplos de este tipo. Estos dos tal vez alcancen para explicar qué se quiere decir cuando se afirma que Néstor Kirchner hizo un uso y abuso discrecional de la Secretaría de Inteligencia, al punto de inutilizar a la gran mayoría de los empresarios, políticos y funcionarios, que se volvieron víctimas pero también cómplices del estado policial en el que se transformó el Gobierno. Unos pocos eligieron quedarse en el bando «enemigo». No evitaron las escuchas y persecusiones, pero zafaron de los insultos y feroces presiones a los que Kirchner sometía a sus «amigos».

​Así se vivió -se vive- en la Argentina. Francisco «Paco» Larcher y Antonio «Jaime» Stiusofueron los funcionarios responsables del sistema de control político más feroz que hubo en la democracia, protegido en la opinión pública por el paraguas ético que Kirchner diseñó con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Una verdadera genialidad, sólo digna de la mentalidad tan brillante como perversa del matrimonio Kirchner.

​Cristina impuso el doble comando a través del poder que le otorgó al Director de Reunión,Fernando Pocino. Pero como nada alcanzaba para neutralizar al talentoso «Jaime», su capacidad de manejar «la Casa» y sus fabulosos contactos externos, decidió respaldarse en el general César Milani, otorgándole a la Dirección General de Inteligencia del Ejército (DIE) un creciente aumento presupuestario, que pasó de 100 millones de pesos en el 2010 a 431 millones en el 2014, superando a todas las oficinas de inteligencia del Estado, como la Dirección de Inteligencia Criminal del Ministerio de Seguridad, la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía de Seguridad Aeronáutica.

​Sumando el presupuesto de la DIE, más la inteligencia de Fuerza Aérea, Armada, y Estado Mayor Conjunto, hoy operativamente controlados por Milani, que alcanzan en total 611 millones de pesos, se llega a valores muy similares al presupuesto de la SI (690 millones), según le dijo a Infobae el ex secretario de Inteligencia del Estado y de Seguridad, Miguel Ángel Toma, actual titular del Centro de Investigaciones y Estudios Estratégicos (CIEE).

​Nada de esto le alcanzó a la Presidenta. Sus servicios de inteligencia persiguieron y acosaron a un fiscal de la Nación, pero no sabían exactamente qué iba a hacer. Y la noche anterior a presentarse a la Comisión de Legislación Penal del Cámara de Diputados apareció muerto en el baño de su casa.

​Hoy mismo le dan información que ella misma no se priva de usar para desprestigiar la memoria de Alberto Nisman, pero las más de las veces es errada, y la dejan haciendo unas papelones increíbles ante la opinión pública, sin que nadie se haga cargo.

​Más bien parece un Gobierno que carece de inteligencia, porque mete la pata una y otra vez, y no puede dejar de volver a actuar y equivocarse, como si ya careciera de reflejos. «Es un gobierno que actúa como un boxeador ciego, que da innumerables golpes, pero al aire», explicó un experto.

​Este es el contexto en el que Cristina decidió enviar al Congreso el proyecto para crear una Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Arrancó diciendo que iba a disolver la SI y que se trataba de resolver una «deuda de la democracia», pero rápidamente se asustó por las consecuencias inmediatas que sufriría su Gobierno al dejar boyando a centenares de oficiales de inteligencia durante el año electoral, y les aseguró conchabo automático en el nuevo organismo. Es decir, nada va a cambiar. Solo empeorará.

​En concreto, se pretende crear un megaministerio de Inteligencia, una oficina que concentre todas las oficinas de inteligencia que están en distintos organismos, y se transformen en una sola, que se dedique a combatir el terrorismo internacional, la trata de personas, el narcotráfico, los delitos económicos, y la defensa del orden constitucional, que más bien parece un eufemismo para perseguir a opositores y periodistas.

​En otras partes del mundo civilizado, justamente para evitar que un poder se coloque por encima de todas las instituciones y tenga facilitada la capacidad para inmiscuirse en la vida privada de las personas, se tiende a separar esas responsabilidades, promoviendo agencias más pequeñas y con objetivos precisos: inteligencia externa por un lado, interna por el otro, narcotráfico en una distinta.

​La excepción, claro, es Venezuela, que en 2010 disolvió la Dirección Nacional de Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) y creó el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), un megaorganismo de inteligencia y contrainteligencia interior y exterior, dependiente del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz, cuya sede central está en un temible edificio de 100.000 metros cuadrados conocido como «El Helicoide», con forma de pirámide de tres lados, construido sobre una colina, desde donde se domina la ciudad de Caracas.

​Las funciones del SEBIN son amplias, van desde asesorar al Poder Ejecutivo en la formulación de políticas de seguridad; neutralizar y perseguir al crimen organizado; realizar el seguimiento, evaluación e información de las políticas públicas; planificar y ejecutar actividades que contribuyan a la estabilidad y seguridad de la Nación y desarrollar proyectos y tecnologías de información que «contribuyan a la obtención veraz y oportuna de información de interés para el alto Gobierno», entre tantas.

​El resultado del modelo bolivariano de inteligencia está a la vista. Hay más inseguridad, más narcotráfico, más crimen organizado y desorganizado también, más persecución a los opositores, empresarios y periodistas, menos democracia, menos libertad.

​Lo interesante es que Oscar Parrilli, el actual titular de la SI, sabe perfectamente que está yendo en sentido contrario al que marcan las democracias en materia de inteligencia. Por eso dice, justamente, que «estamos achicando y especializando el órgano rector de la inteligencia nacional».Pero miente. Porque no se achica, sino que se agranda, y no se especializa, sino que le amplía facultades a las que ya existen.

El oficialismo se apresta a lanzar otro engañapichanga a la sociedad, que será aprobado en trámite exprés por una mayoría en el Congreso de la Nación, que ya no tienen desde el 2013 en la sociedad. Los senadores y diputados que lo voten serán también responsables del nuevo esperpento. Por lo menos, la oposición ya está avivada, y avisó que no se prestará al juego del Gobierno.