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La poeta española Mar Benegas se encuentra de visita en Buenos Aires para participar del sexto Filbita, el festival de literatura infantil.

Por Milena Heinrich
De visita a la Argentina para participar del sexto Filbita, el festival de literatura infantil que se realiza en Buenos Aires hasta el domingo próximo, la poeta española Mar Benegas, autora de una prolífica obra, explica de qué va la poesía para niños, cada vez más vital en la producción literaria, y desentraña las claves que hacen de ese género un territorio donde los chicos «comulgan cuerpo, emoción y razón».

Es la primera vez que Mar Benegas, escritora, tallerista y promotora de lectura valenciana, participa del Filbita en Buenos Aires, aunque su lazo con este país es «activo y vigoroso» con una legión de poetas a los que admira y las redes sociales como aliadas que esquivan distancias en su relación con autores, profesores y mediadores de literatura infantil y juvenil.

Del universo de la LIJ, Benegas es especialista en poesía. Publicó numerosos libros, como «Milo y las 4 estaciones», «A lo bestia», «¿Qué soñarán las camas?» o la antología «44 poemas para leer con niños». Y a su paso por el país, la española vendrá para participar sobre eso que más conoce: mañana compartirá un encuentro con docentes, el viernes brindará un taller de poesía y el sábado un recital de lecturas, entre otras actividades.

-Télam: Las migraciones son el horizonte literario de esta edición del Filbita, ¿qué tipo de movimiento cree que ejerce la literatura en ese sentido?
-Benegas: Me permitirás que me centre en la poesía, que sería la que da nombre a lo innombrable. La migración es, en general, dramática, ahora en Europa estamos viendo el asesinato o abandono sistemático de seres humanos en resistencia. No hay luz, por muchas palabras que se tengan, que pueda encender el sol de esa oscura matanza o de los destinos de los que llegan a la orilla. Todo es insuficiente.

La poesía es una necesidad: nombrar el dolor con palabras que suavicen, decir horror pero que pueda intuirse un tenue brillo, un poco de esperanza. Que la palabra sea bálsamo o grito, ahí llega la poesía.

-T: ¿Y dónde se ubica la poesía en esos movimientos?
-B: Lo poético está siempre cercano a la diáspora, al exilio, a la soledad. Es palabra inscripta en los territorios del destierro, allá donde no llega, ni quiere llegar, otro tipo de lenguaje. Es la fuga de los significados y un territorio que no tiene límites ni fronteras. Un buen espacio para acoger todos los exilios, sin excepción.

-T: Se dice que la poesía es hoy un género minoritario y algo parecido ocurre con la literatura para niños, parece entonces un callejón sin salida…
-B: Siempre hago la broma, en mis cursos para docentes o adultos, y les cuento que más difícil no se me podría haber ocurrido: poesía y para niños. Pero realmente me aporta tanto que se me olvidan esos pequeños detalles. Tenía un maestro que me decía que era un poco «quijota», que siempre andaba con las causas imposibles, así me tomo mi trabajo: resistencia, rebeldía y verdad. Y es que, no encontré niño todavía, y vi unos cuantos millares, al que no le haya gustado la poesía.

-T: ¿Cómo entendés el lenguaje de la poesía para niños?
-B: Me gusta decir que la narración es la que nos cuenta la vida: inicio, nudo y desenlace como nacer, crecer y morir. Que es la herramienta de representación que nos ayuda a enfrentarnos al mundo. Mientras que lo poético opera en el territorio de lo simbólico, alumbra los lugares más oscuros, renombra, pero, sobre todo, es el lenguaje transformador.

La poesía es el origen y por eso hace comulgar el cuerpo, la razón y la emoción. El poético es el lenguaje de la fuga y del misterio, del juego. No obstante hay narrativa que es poética pura.

-T: ¿Qué debe tener/generar un buen poema?
-B: Como decía, es el que hace comulgar cuerpo, emoción y razón. El que lo toma en serio y mira a la infancia con verdad y humildad. El que destroza la verticalidad con el que solemos mirar a los niños. Debe tener ritmo y misterio, como toda la poesía. Y al ser para niños debe tener en cuenta el momento madurativo de la persona al que va dirigido.

Los niños tienen un entusiasmo por la vida y todas las cosas que lo difícil es no movilizarlos. A veces también es bueno que un poema haga que todo se quede quieto, en silencio, y solamente genere preguntas. No hay niña, niño, ni poema iguales, ni momento ni lugar. La gracia está en saber elegir, saber ofrecer y, sobre todo, saber descartar y tener un ojo crítico siempre atento.

-T:¿Qué lugar ocupan los mediadores en esa transmisión de la palabra poética?
-B: ¡Ay, que importante!. En mi antología «44 poemas para leer con niños» hay una decálogo que se titula «Cómo no leer un poema». Pero en resumen: no se puede leer al descuido, se debe leer con atención y cariño.

-T: Sos autora de obras para niños y adultos. Cuando escribís ¿lo hacés pensando en esos lectores, cómo evalúas si un texto está dirigido a uno u a otros?
-B: Intento no perder de vista que en algún momento los tendré delante de mí o que ellos abrirán el libro en su casa. Pienso mucho en ellos desde mi propia infancia. Me parece que es la única manera de no tomarles el pelo.

En general, cuando llega la idea ya sé si es para adultos o para niños. Suele brotar de la nada a veces, otras es un proceso de rumiar mucho tiempo, pero cuando he escrito la primera letra en el papel ya sé si es para todos o solamente para adultos, o, a veces, para bebés.

-T: La literatura para niños ha sido valorada de diferentes formas, se la aborda incluso en términos de «fenómeno», en sintonía con el boom del libro ilustrado, ¿cuál es tu lectura sobre la situación actual?
-B: Es cierto que hay una expansión, sobre todo, de álbum ilustrado pero va sin dirección ni objetivo. El mercadeo y la instrumentalización de lo literario me espanta. Ese fenómeno sería genial si fuera parejo a un mayor índice de lectura, de cultura, de masa crítica y reflexión, que se daría si todos esos libros realmente calasen en la sociedad, pero no sucede así.

-T: ¿A qué te referís?
-B: Hay un buen número de títulos que nacen con un objetivo claro, es decir, pretenden estar al servicio del adulto. Servir para amaestrar y domesticar a los niños. Me da mucho miedo ese púlpito en el que se han convertido los libros infantiles: «educación emocional», «valores», tantas etiquetas que la buena literatura no necesita.

Por contra, en cualquier acción del sistema de masas opera una contrarresistencia. Y ahí sí existen espacios de debate y pensamiento, lugares donde pensar la literatura infantil y juvenil, lo que no sé es si son suficientes. Me temo que no.