Por Rogelio Alaniz (*)

Hoy asistiré a la marcha en defensa de la educación pública porque mi conciencia civil y política me lo exige. Soy un hijo, un padre y un abuelo de la educación pública y esta tarde honraré esa condición. Mi decisión es íntima, no pregunto ni miro quienes me acompañan. Voy porque cumplo con mi deber.

Los que saldremos a la calle en defensa de la educación pública somos los herederos de la ley 1420 que resistimos las insolencias de fanáticos y ultramontanos; somos los nietos de la Reforma Universitaria de 1918 que luchó por una universidad decidida a honrar la libertad y la ciencia; los que en Santa Fe expulsamos a Giordano Bruno Genta y su oscurantismo fanático y represivo amparado por una dictadura militar populista y de abiertas simpatías nazifascistas; los que soportamos la noche de los bastones largos y la cárcel y la expulsión de científicos de otra dictadura presidida por un militar ignorante y reaccionario; los que resistimos la misión Ivanissevich acompañado de fascistas como Ottalagano y rectores como Martínez que tuvieron la insolencia de vivar a la muerte en el.paraninfo de la UNL; los que padecimos los horrores de Videla y Massera y los que en 1983 recuperamos para la universidad la autonomía y el cogobierno. En nombre de estas tradiciones, esta tarde testimoniaremos pacíficamente la defensa de la educación pública, la tradición política y cultural más honorable de la patria, la tradición y las instituciones que hoy exhiben la estima social más alta, una tradición que es al mismo tiempo la forja del único futuro posible, de un futuro cuyos pilares son la apuesta a favor de la educación y la inteligencia para todos los argentinos.