Fito Páez: una historia de pandemia, paciencia y peregrinación
A finales de 2019 compré boletas para los que serían los conciertos más importantes de mi vida: Backstreet Boys y Fito Páez. El primero, épico y memorable, alcancé a vivirlo el 1 de marzo de 2020 pero al de Fito lo alcanzó el rayo fulminante de la pandemia, que tantos sueños y planes destrozó: estaba programado para el 16 de mayo de 2020, y luego el futuro fue incierto.
A Páez me tocó esperarlo con P de Paciencia y P de Pandemia. Comenzaron a barajarse nuevas fechas: del 24 de julio de ese año, pasó luego al 28 de mayo de 2021, luego el 12 de noviembre de 2021 y la que creímos definitiva, 8 de mayo de 2022. Una serie de números con los que bien podría intentar varias combinaciones y apostarle a la lotería, porque así de remota e improbable veía mi suerte de poder llegar al concierto. Como un oasis se desvanecía cuando me acercaba a él.
Y como la fecha, así se modificaron mis acompañantes, Páez con P de Peregrinación. Desde el momento en que compré mi entrada adquirí una segunda para asegurarme que al menos alguien me acompañaría y que por esa razón no me quedaría con ese sueño aplazado (como ya me ha pasado tantas veces). Mi acompañante inicial, Angélica, quedó en embarazo y estaría cercana al parto para la primera fecha; luego Mafe (sí, mi amiga tocaya), pero por su bebé pequeña nunca se decidió; le comenté a Tatiana, pero el concierto coincidía con su viaje a Colorado; entonces Lily apareció como soberana y mejor candidata posible y cuando creí que no podía ser mejor, a Don Rodolfo por sexta vez, y ahora por voluntad y no por Covid, se le dio por adelantar la fecha para el 1 de abril, y mi amiga no podría venir, ya que está en New Jersey y era imposible adelantar su regreso.
Mi boleta peregrina terminó en manos de Melissa, mi amiga del colegio y comadre, quien quizás alguna vez en su vida oyó el coro de “El amor después del amor” pero ahora estaría a mi lado para acompañarme a vivir el momento.
Una pandemia, dos años esperando, tres cambios de tiquetes con penalidad, cuatro posibles acompañantes y cinco fechas después de la inicial, sucedió el esperado concierto de Rodolfo, un viernes memorable, como su impecable show.
A las 9:15 pm del 1 de abril mientras Fito cantaba “Giros, dar media vuelta y ver que pasa allá afuera, no todo el mundo tiene primaveras” yo aterrizaba estupefacta en un presente que no podía creer, en que es cierto cuando él mismo dice “los sueños a veces se hacen realidad, dale tiempo al tiempo”, en que a veces toca creerse el aquí y el ahora y agarrarse de él mientras dura, porque es tan grandioso como efímero.
Y mientras transcurría el concierto, mi corazón y mi garganta obedecían el supremo sonido del rock y se me querían salir del cuerpo, mis ojos no paraban de llover y mi memoria guardaba el recuerdo de lo que un día solo fue un anhelo y hoy quedaría en el archivo de los días más felices de mi vida, esos que son gasolina para los que no son tan buenos y en los que necesitas recordarte: “sí se puede”
La gente no imagina lo que hay detrás de un sueño cumplido, las fotografías en redes sociales son la punta del iceberg y la sonrisa, a veces solo un compromiso con la estética para salir en ellas; no son suficiente recurso para sacar conclusiones, pero a veces es el único que tenemos y las armamos desde nuestra verdad y no la realidad de que la vive. Nadie imagina mi patológico miedo a los aviones (la anécdota de mi vuelo nocturno merece otra publicación), mi esfuerzo económico, las veces que quizá lo dudé, alimentándome de inseguridades.
Este sueño llamado Fito Paez, valió mis miedos y mis esfuerzos. Creo que todos debemos identificar eso que “le da alegría, alegría a -nuestro- corazón”, y al menos intentar conseguirlo o vivirlo, “lo importante no es llegar, lo importante es el camino; yo no busco la verdad, sólo sé que hay un destino.” Y si no sabes lo que es, “escucha al corazón, ese es el cable a tierra.”
Por: Maria Fernanda Piñeres Morales