La docente que cruza el río para llevarle la tarea y alimentos a sus alumnos
El periplo es siempre el mismo, de ida y de vuelta. Cruzar la laguna de El Embudo hasta el parador isleño del Club Regatas, domar el Paraná hasta la guardería del club Malvinas Argentinas, en la desembocadura del arroyo Ludueña, y manejar por el Puente Rosario-Victoria hasta el centro de la ciudad entrerriana. Miriam Dure desanda ese camino, por trechos a pie, en canoa y en camioneta, cada quince días. En cada viaje lleva los cuadernillos que sus alumnos de la escuela de la isla La Invernada necesitan para hacer la tarea y los bolsones de alimentos que se entregan desde el comedor escolar, casi la única ayuda con la que las familias de pescadores resisten dos amenazas: la pandemia de coronavirus y la bajante del río.
“Acá preocupan las dos cosas”, dice Miriam, directora de la escuela Nº 45 Martín Jacobo Thompson. El comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio la encontró junto a sus hijos y su pareja viviendo en su casa de la isla, y allí permanece desde el 20 de marzo pasado.
En general, dice, trata de permanecer adentro. Excepto que tenga que viajar a Victoria, donde retira los cuadernillos de tareas que preparó el Ministerio de Educación nacional para los alumnos de todo el país, o el dinero que el gobierno de Entre Ríos destina al comedor escolar. Desde la escuela hasta el parador de Regatas hay unos 900 metros, con la bajante no queda otra alternativa que hacerlos caminando porque el paso por la laguna de El Embudo está prácticamente seco (ver aparte). En el club la espera la canoa con la que cruza el río hasta Rosario y una vez en tierra se sube a la camioneta para ir a Victoria. Toda una travesía que, a veces, no puede completar en un día.
Miriam sabe que su tarea es importante. “Las familias de mis alumnos son pescadores. Cuando comenzó la cuarentena, Prefectura no los dejaba salir a pescar. Ahora está un poco más relajado, pero como el río está tan bajo no sale casi nada”, cuenta. Los bolsones que arma en el comedor escolar, más las donaciones que llegan con frecuencia de grupos de amigos del río, hacen más fácil la vida en la isla.
Una de varias
Martín Jacobo Thompson nació el 23 de abril de 1777. Hijo de un comerciante inglés y una dama porteña, en su juventud emigró a España y estudio en la academia naval. De regreso al país, convertido en capitán de marina, tuvo una importante actuación durante las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo. En junio del año pasado, a 200 años de su fallecimiento, se le otorgó el grado de Prefecto General post mórtem, máxima jerarquía establecida por la ley orgánica de la Prefectura Naval Argentina.
La escuela Jacobo Thompson es una de los 11 establecimientos educativos de la zona de islas que pertenecen al distrito de la ciudad de Victoria. Miriam llegó al edificio levantado sobre pilotes, con ventanas al río Paraná, en pleno 2001. E inmediatamente supo que estaba allí para quedarse.
Tres docentes y una ecónoma son todo el personal de la escuela. El aprendizaje es no graduado, en las aulas conviven 28 chicos, tres del nivel inicial, siete de primaria y 18 del nivel medio.
Cuando llegó, en la escuela no había luz. Se escribía y se preparaban los cuadernillos para los alumnos durante las horas de sol o a la luz de las velas. Tampoco había teléfonos celulares, la única vía de comunicación era la radio conectada a la Prefectura.
Miriam se quedó igual. Y a la escuela llegaron ahora paneles solares y teléfonos celulares.
En la pandemia
El aislamiento no es tan complicado de llevar para quienes están acostumbrados a vivir aislados. En la escuela, antes de que se interrumpieran las clases presenciales, las medidas de prevención del coronavirus ya formaban parte de las rutinas.
“El lavado de manos o del calzado es un hábito que ya traemos por el tema de los ratones. Hace unos años hubo una invasión y varios casos de hantavirus, y desde entonces nos acostumbramos a lavarnos las manos con frecuencia o a cambiarnos los zapatos cuando llegamos a la escuela. Los chicos vienen en canoa, a caballo o caminando buenos trechos, así que muchos dejan las botas en la puerta y se ponen las zapatillas para estar en la escuela”, cuenta la docente.
La suspensión de clases obligó a cambiar la función del comedor escolar por la entrega de bolsones de alimentos a las 18 familias que integran la comunidad escolar.
En ese momento de encuentro con la comunidad escolar, las maestras reciben también las tareas de sus alumnos y reparten los nuevos cuadernillos que Miriam lleva en cada viaje.
Un paso fundamental
Miriam Dure lleva tiempo reclamando a Entre Ríos la apertura del paso “El cañito” en la laguna de El Embudo. “Es un paso natural que siempre existió, que se fue sedimentando, y contar con él permitiría tener dos vías de acceso al Paraná, con lo que se podría llegar más rápido al Hospital de Niños si algún chico tiene un accidente o, en el caso de los incendios, facilitaría el acceso de los bomberos”.
Carina Bazzoni
Para La Capital de Rosario