Las mentiras tienen patas cortas y lengua larga
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano
Varias veces escuchamos lamentos —especialmente en gente grande —acerca de que se ha perdido el valor de la palabra. Y más allá de la edad, es cierto. También a muchos les parece que no están del todo mal las mentiras “piadosas», para “quedar bien» o zafar de alguna responsabilidad. Incluso hay profesiones o trabajos en los cuales se acostumbraron a mentir como parte del oficio.
Prefiero no mencionarlas especialmente, pero cada uno podrá reconocerlas. Quienes venden algo usado muchas veces ocultan su origen, alteran datos acerca de su uso, maquillan la realidad.
Cierto es que en una sociedad que tanto valora la apariencia, algunas operaciones comerciales buscan lo falso mientras parezca verdadero. Y todos miramos para otro lado.
Esta mala costumbre se traslada a los medios de comunicación tradicionales, y especialmente a las redes sociales. De este modo se divulgan noticias que ocultan parte de la verdad parcializando su contenido, o groseramente tergiversando los hechos.
Y cómo no mencionar las estadísticas falsas que tanto nos quisieron mostrar una realidad inexistente, y que aún hoy se inflan o disfrazan para justificar propuestas de leyes o cambios de políticas públicas.
Pero volvamos a las noticias. Hoy se celebra el domingo de la Ascensión de Jesús Resucitado al cielo. Y desde hace más de 50 años, por iniciativa del Papa Beato Pablo VI, se realiza la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este año el lema elegido por Francisco es “Fakenews (que significa “noticias falsas”) y periodismo de Paz». Y coloca una cita del Evangelio de San Juan “las verdad los hará libres” (Jn 8, 32).
El Mensaje del Papa señala que en ocasiones se intenta “engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas”. Una práctica vil, pero no por eso poco común.
Nos preocupa cómo en las redes sociales se desacredita a dirigentes de diverso orden simplemente porque se piensa distinto o se milita en el partido contrario. Se inventan hechos de corrupción ante las mínimas sospechas, sin siquiera llevar la causa a la Justicia. Lo que importa es hacer perder, derrotar no importa cómo. En América Latina de esta manera se provocó la destitución de ministros, y se calumnia a líderes sociales simplemente para que no crezcan.
Los medios de comunicación pueden lograr avances significativos en la construcción del diálogo en la sociedad y, por supuesto, denunciar los hechos de corrupción. No me refiero a irnos al extremo de pintar una realidad naif e inexistente. Sino de mostrar la realidad completa, sin sensacionalismos ni golpes bajos, sin tener como objetivo el rating a costa de la verdad y de la integridad moral de las personas.
La eficacia de estas “noticias”se debe a que son “falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido que son hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en estereotipos y prejuicios extendidos dentro del tejido social, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración”. A partir de esta afirmación de Francisco me acordaba de cuántas imágenes aparecen en las redes sociales bastardeando a los migrantes etiquetándolos como delincuentes o narcotraficantes, o como responsables de la pobreza. Es necesario chequear seriamente las fuentes y no dejarnos llevar por el insulto fácil y el rencor.
Estas noticias falsas se desparraman con velocidad, como tormenta de tierra que invade todo por más que cerremos puertas y ventanas. Y aunque después haya desmentidas, nunca se llega a sacar lo que quedó en los rincones. ¡Cuántas difamaciones y mentiras dichas con ironía o simplemente para quedar bien haciendo leña del árbol caído! Son como mordidas de serpiente que te toman por sorpresa.
Francisco nos habla de “el periodista custodio de las noticias. Este, en el mundo contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión. Tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas.(…) Me refiero a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos —y son la mayoría en el mundo— que no tienen voz”.
Ojalá podamos erradicar la ambigüedad, las palabras ofensivas, el sensacionalismo y la superficialidad. Recemos por estas intenciones.