Lionel Scaloni, vida y obra: crónica de un viaje a Pujato para entender cómo piensa el DT
La Ruta Nacional 33 ruge a la altura de Pujato. Es época de cosecha y el paisaje se transforma. Decenas de camiones cruzan a cada minuto el sur de la provincia de Santa Fe, el corazón de la pampa gringa, y no es un detalle: el ruido rompe con todo.
“¿Me podrías repetir, por favor, que no te pude escuchar bien?”, pregunta amablemente María Cristina Fossaroli, Chichita, la maestra de Lionel Scaloni en la primaria. Tiene 81 años y está parada frente a la Escuela Número 227 Bernardino Rivadavia de Pujato, donde el entrenador de la Selección argentina dio sus primeros pasos.
El fragor de los camiones se mezcla con el de los nenes que corren por el patio en pleno recreo. Chichita abre la puerta del colegio. La abrazan. El sol de la tarde se filtra por la claraboya. “Acá mismo -señala al piso granítico, gastado por los años- Lionel salía a jugar. Sacaba un papel del cesto, armaba una pelotita y se pasaba todo el día pateando”.
Para entender qué tiene Scaloni en la cabeza hace falta estar en Pujato, un pueblo de cuatro mil habitantes que nació bajo el nombre de Colonia Clodomira, ubicado 40 kilómetros al oeste de Rosario. El germen de su pensamiento se nutrió a la vera de la Ruta 33, entre calles de tierra y el interminable traqueteo de los camiones.
Una pasión desbordada, el sello de Scaloni para afrontar la vida
Beto Gianfelici atiende el bufet del Bar Central y dice -esta mañana nublada de otoño, con un viento que cruza de sur a norte- que no se siente bien. Que no logró dormir como debía. Que no está seguro de si es momento de dar una entrevista. Pero acepta, como quien sabe que valdrá la pena recordar cuando llegó a ser entrenador de Scaloni en el Club Atlético Sportivo Matienzo, la más humilde de las dos instituciones deportivas del pueblo.
“No sé si considerarme exentrenador de Scaloni, porque en ese momento entre todos los padres nos íbamos turnando para dirigir, pero bueno, sí, lo acompañé, al igual que mucha gente. Fue una época muy linda”, cuenta, y mira para abajo para buscar en su memoria. “Te voy a contar algo”, continúa.
Un bocinazo de un camión que transporta granos le pone una pausa a su relato. Lo trae al presente, a la fuerza, pero logra retomar. “Como te decía, te voy a contar algo para que todos puedan entender qué tiene Scaloni en su cabeza. Vos lo veías cuando era chico y la pasión lo desbordaba. Era algo impresionante. Y así sigue hasta el día de hoy, nada menos que como técnico de la Selección argentina. Es verdad que antes, cuando era chico, era más travieso y que hoy es una seda, pero en el fondo es el mismo. Su mente sigue igual, enfocada en el fútbol. Siempre lo llevó en la sangre y siempre lo llevará”, dice detrás del mostrador, mientras prepara un café.
“Lo tenías que ver, te digo, era algo imperdible. Ya con 10 años tenía cabeza de entrenador. Cada vez que perdía un partido se ponía a llorar. En ese momento te dabas cuenta de que iba a llegar, no había manera de que eso no pasara”. Lo que dice Gianfelici se repetirá durante todo el viaje en Pujato: Scaloni estaba tan convencido de que iba a lograr todo lo que se proponía que así fue. Profecía autocumplida, lo llaman los especialistas. “Pero -agrega- no solo fue eso. Él es como es y piensa como piensa por el apoyo de su familia. El padre tuvo mucho que ver en su éxito como jugador y entrenador”.
Scaloni, primer paso hacia el éxito: más de 480 kilómetros y el esfuerzo titánico de su familia
Ángel Scaloni, padre de Lionel, lo llevaba todos los días en su camión de carga a Rosario para entrenarse en las inferiores de Newell’s. Ida y vuelta, cada mañana y tarde, como un peregrino. Más de 480 kilómetros por semana. Cuando debutó en el equipo rosarino, Ángel se puso al frente de las negociaciones profesionales. Encabezó su salida de la Lepra para llevarlo a Estudiantes de La Plata y más tarde allanó el camino para el arribo de Lionel -y de su hermano Mauro, también exfutbolista- al Deportivo La Coruña, donde quedó en la historia con la obtención de una Liga, dos Supercopas de España y una Copa del Rey.
Lionel Scaloni, sin embargo, no puede disfrutar por completo el momento que vive en la Selección. Campeón de la Copa América y a meses del Mundial de Qatar, la salud de sus padres (Ángel y Eulalia) tiene en vilo a toda la familia. Ambos afrontan serios problemas de salud. “Es la vida, son cosas que van sucediendo, lamentablemente un momento que podía ser totalmente feliz no lo es porque primero están ellos”, fueron las palabras que pronunció el DT cuando se confirmó -a mediados de noviembre del año pasado- la clasificación al Mundial. Cuando termina cada partido de Argentina como local, Scaloni -que vive en España- se queda a cuidar a sus padres en Pujato.
Scaloni y una fórmula de autor: el poder de la amistad
Capital provincial del transporte automotor de cargas, en Pujato hay 400 camiones locales, un promedio de uno cada diez habitantes. Colosal. Pero no deja de ser un pueblo típico del interior. Una plaza diagramada como un octógono perfecto -con ocho senderos de cemento alisado que conducen a un mástil central sin bandera- se erige como el punto de encuentro para los lugareños.
En esa plaza, frente a la parroquia Nuestra Señora del Carmen, solían reunirse Scaloni y Mauricio Sesana, amigos desde chicos, para pasar las tardes de verano. Ambulanciero del pueblo, Sesana construyó una relación tan fuerte que el entrenador de la Selección fue el testigo de su casamiento.
“Lionel se merece lo mejor, es una persona increíble. Es muy sencillo y su gran pilar es su familia”, detalla mientras toma mate en la cocina de su casa, en su día libre, al caer la tarde. “Como amigo me da mucho orgullo verlo así. Está al frente de un gran equipo, logró darle su estilo a la Selección, no sé, todo es muy fuerte. A veces -dice, al borde de la emoción- me quedo sin palabras para explicar lo que significa para nosotros, sus amigos, la gente de Pujato, todo esto”.
Todo esto es la obtención de la Copa América y el rumbo firme de un seleccionado que cautiva a la gente y que tiene nombre propio: la Scaloneta. “Lionel de chico era tremendo, pero con el correr de los años logró asentarse. Me sorprende la seriedad con la que lo veo hoy, incluso hasta por momentos me parece raro. Pero también es lógico por el cargo que ocupa. Es una de las personas más importantes de la Argentina por el rol que tiene. Pero de chico era tremendo, no sabés”. No sabés, repite, como para darle aún más énfasis a lo que cuenta.
“Te voy a ser sincero: en el momento en el que Messi lo abrazó cuando ganaron la Copa América me largué a llorar. No lo pude evitar. Para mí fue algo impresionante. Una descarga. Como amigo me dolía cuando lo criticaban y ese título, ese abrazo, significó dejar todo atrás, como pasar de nivel. Aparte yo sabía lo que él llevaba sobre sus hombros, sabía lo duro que era dirigir con sus papás complicados de salud. Y además es mi amigo, cómo no me iba a poner a llorar”.
Los ojos de Sesana lanzan rayos y centellas cuando habla de Scaloni: “¿Cuál es su secreto para dirigir a la Selección? No sé si secreto, pero podría decir que lo que hacía como jugador lo logró repetir como entrenador. A él siempre le importó el armado de grupos. Eso es lo que consiguió en Argentina. Vos lo ves y te das cuenta de que los jugadores son amigos entre ellos. Logró unir a todos, estrellas de distintas generaciones, y alivianarle un poco el peso a Messi. Además de ser un gran estratega, claro”.
Las críticas nunca lastimaron a Scaloni. A Sesana, en cambio, escuchar eso lo destrozaba. “Durante los primeros meses lo criticaron mucho. Me ponía mal, me dolía lo que pasaba. Un día le conté todo lo que decían sobre él y su respuesta fue la de alguien que sabe lo que hace. ‘Tranquilo, Mauri, no mires, no escuches. Esto se saca con trabajo, nada más’, me dijo. Tenía razón”.
Pujato, de Honorio Bustos Domecq al orgullo por Lionel Scaloni
Pujato es un pueblo forjado a golpe de trabajo rural. Una localidad que encontró su fama cuando Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares le dieron vida a su heterónimo, Honorio Bustos Domecq, y lo hicieron pujatense.
Pero las luces, ahora, están sobre Scaloni. Tres carteles sobre la ruta le rinden homenaje eterno en Pujato. Hay uno -ubicado en dirección a Casilda- que tiene una frase que muestra lo que siente el pueblo por el DT de la Selección. ”No resignaste tus sueños, nos regalaste felicidad”. De alguna manera se trata de un resumen y de una certeza: a medida de que se acerque el Mundial, la expectativa escalará a niveles estratosféricos.
Para Chichita Fossaroli, su maestra en sexto y séptimo grado, Scaloni maduró cuando fue entrenado por José Pekerman en las juveniles de Argentina. “Cuando era chico lo teníamos que sentar adelante del salón porque era muy travieso. Pero cuando fue convocado hubo algo que cambió”. Los que lo conocen aseguran que en ese momento comprendió la importancia del estudio, de la formación, y lo hizo bandera: es su marca registrada para conducir grupos.
Tal es la devoción que Scaloni tiene por Pekerman que en septiembre de 2018, cuando daba sus primeros pasos como entrenador de la Selección, lo elevó a una categoría divina al reconocer que para él se trataba de un Dios. “José para mí representa eso”, decía.
La devoción de Lionel Scaloni por el club Sportivo Matienzo
El club Matienzo (uno de los dos del pueblo, el más humilde; el otro es el Club Atlético Pujato) es un refugio para Scaloni. Siempre que está de regreso se queda a mirar partidos, por interés y con un dejo de nostalgia. Su historia está atravesada por ese equipo. Su familia formó parte de la fundación y hasta hoy su hermano integra la comisión directiva.
“Scaloni es entrador, un buen armador de grupos. Siempre está pensando en que todos se lleven bien. Tiene ese don. Está a una décima de ser campeón del mundo, le tengo mucha fe. Me pone la piel de gallina cada vez que lo veo. Porque cuando triunfa un pujatense, triunfa el pueblo”, confiesa Mario Gatti, hijo de uno de los fundadores de Matienzo, mientras acomoda su bicicleta en la entrada de la sede.
Un perro se acuesta sobre la vereda del club. Una camiseta de la Selección, con el número diez y la firma de Messi, brilla -literal, con el sol que le da pleno en el escudo- en una de las vidrieras de la sede. Será sorteada entre todos los que compren una rifa de 600 pesos. El dinero será destinado para la construcción de una tribuna en la cancha. Dentro de la sede una plaqueta colocada por el club reconoce el apoyo medular de Scaloni, quien entre varias cuestiones donó dos canchas de tenis.
Scaloni tiene un afecto supremo por Messi. Pero sabe que lo tiene que llevar como a uno más. Eso es lo que necesita el crack rosarino. Compartieron plantel en dos Mundiales (Alemania 2006, como futbolistas; y Rusia 2018, como jugador e integrante del cuerpo técnico) y se conocen bien. Qatar 2022 será la tercera Copa del Mundo en la que estarán juntos.
“Soy el primero que se levanta. Tomamos mate, hablamos, nos divertimos. Disfruto porque soy consciente de que esto alguna vez se va a terminar. Y sobre todo el disfrutar con mis amigos, porque yo estoy acá con mis amigos. No estoy con desconocidos”. Eso decía Scaloni en mayo de 2006, días antes de que comenzara el Mundial de Alemania. Declaraciones fundacionales que bien las podría haber dicho ayer, como entrenador, y hubiera estado en sintonía con lo que predica al frente de la Selección.
“Logró compañerismo, unió a los jugadores. Tiene carácter y lo quieren todos”, reconoce María del Carmen, vecina, con un mate en la mano y parada a la puerta de su hogar sobre el bulevar Colón, calle en la que Scaloni creció y donde todavía hoy está la casa de sus padres y de su hermana. El kilómetro cero, el punto nodal donde nació el constructor de la Scaloneta.