Madre e hija rRegresan a casa siete años después de huir para evitar una revinculación forzada con el padre
Silvia Piceda, quien había escapado para evitar que la Justicia la obligue a sostener el vínculo de su hija con el progenitor, a quien denunció por tener indicios de que la había abusado, regresó a la vivienda con el objetivo de «recuperar el espacio», pero también de visibilizar la lucha de las madres que buscan proteger a sus hijos de retornar a vinculaciones forzadas.
Casi siete años después de haber escapado de su casa en la localidad bonaerense de Abasto, para evitar que la Justicia la obligue a sostener el vínculo de su hija con el progenitor, a quien denunció por tener indicios de que la había abusado, Silvia Piceda regresó a esa vivienda con el objetivo de «recuperar el espacio» pero también de visibilizar la lucha de las madres que buscan proteger a sus hijos de retornar a vinculaciones forzadas.
«Ésta no es una historia aislada. Es lo que atraviesan ciento de mujeres que tienen que elegir entre bancarse el dolor y la angustia de que tu hijo o hija siga en contacto con su abusador, o escaparse y vivir escondiéndose», aseguró Silvia Piceda, mamá de Jazmín Suárez, quien actualmente tiene 19 años.
La semana pasada Silvia y Jazmín entraron por primera vez a la casa ubicada en la zona de quintas de Abasto desde que se habían escapado el 30 de diciembre de 2010: «La recordaba más grande», dijo la joven mientras caminaba entre los pastos altos de la propiedad, prácticamente abandonada desde entonces.
En la recorrida por la vivienda, la joven se detuvo en lo que había sido su cuarto donde unos afiches de «Hello Kity» todavía colgados dieron cuenta de cómo el espacio había quedado detenido en el tiempo.
«Tenía miedo a volver, ahora la sensación que tengo es linda. Como que valió la pena todo lo que hubo que hacer. Hoy no tengo miedo de que se él sepa dónde estoy y tampoco de encontrármelo. Pero esto me llevó mucho años. Al principio sentía que nada había pasado, como que yo nunca había vivido en La Plata, tuvo que pasar mucho tiempo hasta que recordara que acá también viví cosas lindas».
Ésta no es una historia aislada. Es lo que atraviesan ciento de mujeres que tienen que elegir entre bancarse el dolor y la angustia de que tu hijo o hija siga en contacto con su abusador, o escaparse y vivir escondiéndose”
Silvia conoció a D.S en el ámbito militante: «Yo lo respetaba muchísimo porque había sido preso político durante la dictadura, sus valores para mi eran centrales y eso operó durante toda la relación», afirmó la mujer quien aseguró que «al año de Jazmín comenzó a mostrar que era un maltratador».
Cuando niña cumplió seis años la mujer dijo basta; él se construyó una vivienda precaria en la otra parte del predio: «Yo percibía cosas extrañas en el vínculo. En junio de 2009 Jaz comienza con terribles crisis de pánico», recordó Silvia, quien había vivido en carne propia el abuso sexual entre los 9 y 11 años por personas allegadas a su entorno familiar.
Y continuó: «En septiembre de ese año viene Romina, la hija de una pareja anterior de D.S., y me dice que él había abusado de ella cuando tenía once años, la edad que Jazmín tenía en ese momento; me cuenta además que el abuelo de Jaz, había abusado de tres nietas, es decir, de tres primas hermanas de mi hija».
Con el testimonio de Romina más los síntomas que presentaba Jazmín, Silvia recurrió al tribunal de familia de La Plata a pedir ayuda: «En diciembre las peritos que la iban a ver a Jaz me dicen que había que tener cuidado que el progenitor no se sintiera perseguido debido a sus antecedentes políticos. En marzo de 2010 voy a asistencia a la víctima y recién ahí me explican que tenía que hacer la denuncia penal», describió.
«No obstante-continuó- nadie me dice que había que ‘mover’ el expediente, entonces a los pocos meses la causa es archivada e igual suerte corrió la denuncia penal de Romina porque el delito había prescrito».
Entonces el juzgado de familia comienza a insistir con la revinculación: «Querían que Jaz lo viera y me proponían para estos encuentros la casa de los padres de D.S, donde yo sabía que su abuelo había abusado de sus primas».
El 30 de diciembre de 2010, D.S le avisó a Jazmín que la estaba yendo a buscar, Silvia armó un bolso, abandonó la casa junto a su hija y se refugió en la casa de su hermano en la Ciudad de Buenos Aires, donde un tiempo después alquiló un departamento e inscribió a la niña en una escuela porteña.
A mediados del años siguiente, Silvia realizó la denuncia en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema, donde consiguió abrir una investigación y que se tramitara una medida cautelar (todavía vigente) en un juzgado civil nacional para prohibir el acercamiento de D.S a ella y a su hija, así como todo tipo de contacto.
«Mientras tanto, en el juzgado de familia de La Plata me seguían citando. Cuando Jazmin cumplió 14 años nos presentamos y ella dijo expresamente que no lo quería ver. A la audiencia nos acompañó Romina, y cuando D.S apareció, ella lo increpó: ‘Cada vez que quieras joder a la nena me vas a encontrar a mi’. Desde entonces no intentó nada más», recordó.
Hace más de cuatro años Silvia fundó junto a Sebastián Cuattromo -victima de abusos por parte de un religioso del Colegio Marianista- la organización «Adultos por los Derechos de la Infancia «, con el objetivo de visibilizar la problemática y acompañar a los sobrevivientes y protectores.
El año pasado Jazmín comenzó a participar de las actividades: «Al principio no hablaba mucho de lo que había pasado, porque me daba miedo de que piensen que me estaba haciendo la victima o me tengan lástima, pero ahora siento que contándolo hay otra gente que se anima a decir que le pasó algo parecido», afirmó la joven.
Y concluyó: «La sociedad muestra al niño que la pasó mal como el ‘rarito’; a mi siempre me fue bien en el colegio, hago deportes, tengo amigos, soy sociable y cuando lo cuento muchos no lo pueden creer; y ese es un ejemplo también. No hay quedarse en ese papel de víctima que te ponen todos, es un esfuerzo, pero salís».