Majul, o la verdad no importa
Por: Reynaldo Sietecase
Cada dos o tres años, Luis Majul lanza algún vómito verbal que me salpica. Varios de mis amigos suelen aconsejarme que no responda y yo insisto con la idea de limpiar el ácido corrosivo de su saliva. Defiendo mi nombre -que él deforma jocosamente- porque es lo único que tengo.
Con Majul tenemos una vieja enemistad que él no aclara y yo me esfuerzo en explicar. Fue el gran operador de nuestra salida del canal América. En 2009 después de que en el programa Tres Poderes le hiciéramos una entrevista al político Francisco de Narváez, por entonces candidato a diputado y socio de la empresa dueña del canal, la empresa levantó nuestro ciclo y otro que hacíamos con Maximiliano Montenegro en A24. Cuando desde la gerencia periodística nos sugirieron hacer aquella nota, nosotros comunicamos que no nos parecía ético hacer una entrevista al dueño del medio en el que trabajábamos. Para entonces Majul ya le había hecho cuatro notas con preguntas comprometidas del tipo: ¿Es feliz?, ¿Qué hará si gana la elección? La entrevista finalmente se hizo, fue rigurosa y terminamos afuera del canal. Majul militó por nuestra salida y yo estuve dos años sin hacer televisión. No me olvido del episodio. “Con el trabajo no se jode”, decía mi abuela.
Esta vez se irritó porque en nuestro programa le pregunté al actual responsable del Sistema de Medios Públicos, Hernán Lombardi si era cierto que el Estado había pagado 960.000 pesos a Majul por un video de cuatro minutos sobre la historia del periodismo. Majul dijo que fue “con enorme envidia y mala leche”. Quiero que ustedes mismos juzguen la nota. La pueden escuchar aquí.
No hay mala leche: es información. No hay envidia, si tengo ese pecado es hacia la inteligencia. Envidio a Borges no a Majul. Y si de información se trata, no es la primera vez que la productora de Luis Majul vende sus servicios al Estado. Según la Auditoría General de la Ciudad de Buenos Aires, recibió entre 2008 y 2015 la cifra de $ 13.877.524 en más de 300 contrataciones del Gobierno de la Ciudad, muchas realizadas en forma directa. Una cosa es recibir publicidad de los distintos estamentos del Estado o, eventualmente, prestar un servicio profesional, y otra muy distinta es vender la opinión.
“Cree el ladrón que todos son de su condición”, el refrán popular es sabio. Para defenderse Majul dijo algo así como que yo también “cobré del Estado” e hizo referencia a la revista cultural “32 pies”, de la que fui director, según él “bancada por el gobierno de Santa Fe y presentada en el contexto de la campaña electoral encabezada por Hermes Binner”. Y me pidió que lo explique. Lo hago con facilidad: la revista fue editada por la Fundación Puerto de la Música, integrada por el gobierno de Santa Fe, pero también por empresas privadas y organizaciones prestigiosas de la provincia como la Bolsa de Comercio y la Universidad de Rosario. Estuvo asociada a la megaobra El Puerto de la Música, un proyecto del gran arquitecto brasilero Oscar Niemeyer. Salieron cuatro números (era trimestral), todos ellos superavitarios. Es decir que ingresaba por publicidad más dinero que el que insumía hacer la revista. Pero más allá de eso, doné mis honorarios a la escuela 1405 de Rosario, la postprimaria especial “Centro de Formación Integral”, que trabaja con chicos discapacitados de entre 14 y 22 años. Compraron entre otros elementos un aparato elíptico, una bicicleta fija y una máquina multiuso de pesas. Ni que hubiera imaginado que llegaría este día. Nunca pensé que iba a contar esto públicamente.
Cuando se confirmó, lamentablemente, que El Puerto de la Música no se haría, yo mismo sugerí discontinuar la salida de la revista. La calidad de la publicación era estupenda. Majul seguro no la leyó. Era sobre cultura.
También me pide que me indigne por los 8 mil millones que adeuda el empresario Cristóbal López quien compró el 50 por ciento de Vorterix.com el año pasado. Yo no me enojo con la realidad, la cuento y la explico. En Guetap, el programa de radio que conduzco cada mañana en Vorterix.com, siempre dimos la información del caso y ampliamente. Incluso con varios informes de Paz Rodríguez Niell, nuestra compañera que ahora acaba de ser mamá. La inmensa minoría que escucha el programa lo sabe. Todos deben pagar los impuestos. En un país tan desigual la evasión es una afrenta. Yo no decido quiénes son los dueños de los medios para los que nos toca trabajar. Sí me ocupo de no condicionar la calidad de mi trabajo por esa razón. Y si no, que le pregunten a De Narváez. Eso me ha generado algunas situaciones incómodas. Majul, en cambio, sí sabe cuidarse. Nunca inquieta a quien le paga.
No vi el programa de Majul. Estaba terminando una novela y luego salí a cenar. Me avisaron que me había mencionado en su programa de tele. Entonces escribí un tuit diciendo que si me estaba agrediendo era un honor. Que te critique Majul es como que te insulte un fascista.
Y que nadie crea que estoy haciendo “periodismo de periodistas” como se suele decir. Majul y periodismo son términos contradictorios. Majul no es periodista, es un empresario exitoso con muy buenos vínculos con el gobierno. Pero no con este sino con todos los gobiernos.
Estamos en un tiempo raro para el periodismo. Hace años que la verdad dejó de ser importante. Que algo sea cierto no es relevante. Lo que importa es que lo que se cuenta o publica afecte al otro, a quien se considera el “enemigo”. Para esa lógica de guerra no se necesitan periodistas, hacen falta soldados. En esas lides Majul es un guerrero consumado. Un ganador. Yo me reconozco derrotado antes de empezar.
Mis cruces con él sólo dan para una anécdota. Sin embargo, tengo una esperanza. Ojalá sirvan para que los estudiantes de Comunicación y el público en general puedan reflexionar sobre este oficio maravilloso, ni mejor ni peor que cualquier otro. El periodismo debe servir, como pedía Tomás Eloy Martínez, para contribuir a una sociedad más justa. Yo sé de qué lado estoy. El de los más humildes, el de los olvidados. El periodismo no debe ser un mero camino para el enriquecimiento personal o la fama fugaz. Ojalá esta polémica menor les sirva para elegir el camino más largo. El que conduce al prestigio y al respeto. Dos valores que no se pueden comprar. Se ganan todos los días con trabajo duro y honestidad.
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