Matrimonio récord: se van a casar por 57ª vez
Los Palavecino viven en Carapachay, están juntos desde 1962 y este sábado, como cada 24 de febrero, repiten la boda en una iglesia de Villa Ballester.
Mucho amor. Los Palavecino no salen de casa separados, salvo los sábados.
A febrero se lo considera el mes del amor y los Palavecino, un matrimonio de Carapachay, en el Norte del Conurbano bonaerense, lo ratifica año a año.
Sí, quiero. Los Palavecino al salir de la Iglesia en 1959.
Remigio Enrique Palavecino (80) nació en San Gregorio, Santa Fe, y Esther Cubarle (80) en Río Tercero, Córdoba. Pero el destino hizo que se conocieran en Munro.
“Fue un flechazo total y nueve meses después nos casamos”, cuenta Esther. Y remarca que cada 24 de febrero celebran una misa en la que se vuelven a elegir como marido y mujer hace 56 años.
En el 59, él llegó al Partido a hacer la colimba y ella a trabajar en una fábrica textil. Se conocieron en la calle el 1° de mayo del 61. Una amiga en común los presentó.
En el Tigre. Esther y Remigio en uno de sus primeros viajes juntos.
“Al principio ella no quería que saliéramos, porque él era un mujeriego”, recuerda la mujer y su marido interrumpe entre risas: “Qué mano que me dio”.
Pero a pesar de esta “mala” presentación, al domingo siguiente quedaron en ir al baile el sábado. “Después de esa salida nunca más nos separamos, esa noche sonamos”, detalla Esther.
El amor fluyó y en febrero de 1962 se casaron. Se fueron a vivir a la Torre Ader, en Villa Adelina, por sugerencia de unos amigos, para que cuidaran el terreno.
“Los vecinos estaban chochos porque la manteníamos linda, antes era un aguantadero”, dice Cubarle. Ese ícono del Partido de Vicente López fue su hogar durante seis años.
Son el uno para el otro. “Tenemos discusiones pero siempre nos escuchamos sin sacar los trapitos al sol”, aseguran.
Luego, gracias a la ayuda de un compañero de trabajo, los Palavecino compraron un terreno en Carapachay: “No teníamos nada más que lo puesto cuando nos conocimos, conseguimos todo gracias a nuestro esfuerzo”.
Desde el 73, trabajaron codo a codo cosiendo ropa. “Durante 33 años estuvimos sentados a un metro de distancia en el tallercito de casa. Muchas veces hacía de comer yo porque Esther era más rápida cosiendo y así no perdíamos tiempo. Siempre trabaje tres horas más que ella y nunca la pude superar en producción, su rapidez de manos era increíble”, admite el vecino.
El amor que se tienen es tan grande que todos los 24 de febrero, no importa el día de la semana que caiga, piden una misa para volver a bendecir su unión matrimonial. “Todos los años el cura nos casa de vuelta en la iglesia Nuestra Señora de la Merced de Villa Ballester”, asegura Remegio.
La única diferencia que hay entre 1961 a hoy, es que en la celebración están Walter y Claudia, sus dos hijos, junto a sus nietos.
El mismo amor de ayer.
Pero no todo fue armonía en sus vidas: “Con su hobby tuvimos asperezas pero se limaron. Él era del campo e hincho para tener un caballo en casa. Tanto jorobó que se lo compró pero lo llevó a San Isidro. Los fines de semana va a las 7 de la mañana a verlo. Y yo me busqué una actividad a la fuerza para no quedarme sola: el bingo. Juego un rato, charlamos con un grupo de mujeres, cambias el aire y después vuelvo para estar con él”, detalla Esther.
“Todo es lindo porque somos el uno para el otro”, remarca la vecina y ambos coinciden que no podrían estar un día sin el otro.
“Los mandados los hacemos juntos, con la cocina y la limpieza nos turnamos. Compartimos todo”, cuenta ella y él agrega: “Dos veces no dormimos juntos y fue porque yo tuve que ir a votar a mi pueblo o porque ella viajó a Córdoba a ver a su mamá que estaba mal”.
“No creemos que pasó tanto tiempo, los años nos pasaron por encima. No puedo decir que tengo 80 años, me parece imposible porque para mí a esta edad uno es viejo y no me siento así y él tampoco”, resalta Esther y su marido agrega una de las claves para estar tan bien juntos: “Irnos a acostar peleados, jamas. Nunca nos faltamos el respeto. Eramos socios y lo seguimos siendo”.