«Me hago un chequeo y vengo, dijo y no volvió»: Silvio, el primer sanitario que se llevó la pandemia
Silvio era enfermero y trabajaba de martes a sábado en el Instituto Médico Brandsen. Nunca le dijeron que en la clínica había coronavirus. El 9 de abril pidió una ambulancia y como no se la enviaron, se fue en remise. Nunca volvió.
La noche del 9 de abril, el enfermero Silvio Cufre tenía 40 grados de fiebre y tos y, como nunca le enviaron la ambulancia que pidió, decidió irse a la clínica en remise tras avisarle a su esposa y a sus seis hijos: «Me hago un chequeo y vengo», pero «nunca volvió», recordó María José Oliva, su esposa.
«Él no sabía que tenía coronavirus, si lo hubiera sabido, no habría vuelto a la casa para no contagiarnos; pero nunca le dijeron que había coronavirus en la clínica, no lo protegieron y él atendió pacientes contagiados», contó a Télam la mujer, en alusión al Instituto Médico Brandsen (IMB), de esa ciudad, donde su esposo trabajó durante 2 años y 7 meses.
Silvio fue el enfermero que en esa clínica privada cuidó a Oscar, de 91 años, y Walter Oscar Montillo de 61, que eran abuelo y padre, respectivamente, del jugador Walter Montillo. Ambos murieron y las autoridades del IMB solo informaron que se había tratado de fallecimientos por paros cardiorespiratorios y no por coronavirus, ocultamiento que investiga la justicia.
«Algo están tapando», le comentó Silvio a María, pero ninguno imaginó que se trataría de la pandemia que había causado tantos muertos en Europa, como habían visto en la tele.
La madre de Silvio también era enfermera, por lo que nadie se sorprendió cuando su hijo estudió esa carrera.
«Cuando estudiaba, Silvio siempre andaba con una naranja y una jeringa. Practicaba dándole pinchazos a la naranja. Tenía muy buena mano para las inyecciones. Los chicos lo querían porque no les dolía cuando él los vacunaba», dijo con nostalgia la mujer.
Silvio era hincha de River y de los Redonditos de Ricota, pero su pasión era cuidar a los otros. «Solo una vez faltó al trabajo: un sábado que llovía tanto que no pudo salir. Él iba cuando llovía aunque la calle de casa se inundaba. Salía a las 4 de la mañana para llegar al trabajo, se arremengaba el pantalón y cruzaba por el agua hasta pisar la parada», recordó.
Trabajaba en el Instituto Médico Brandsen, de 14 a 22, de martes a sábado.
«Laburó en esa clínica 2 años y 7 meses en terapia intensiva y, cuando llamó diciendo que se sentía mal, que le mandaran una ambulancia para ir hasta allá a hacerse ver, no se la mandaron y se tuvo que ir en remise, con 40 grados de fiebre», dijo María volviéndose a angustiar.
El martes 7 de abril regresó de la clínica y dijo que se sentía cansado y que le habían puesto la antigripal, que tal vez eso lo tenía mal. Al día siguiente, fue a trabajar pero al rato ya estaba de vuelta en su casa.
«Andá a comprar un termómetro», pidió Silvio a uno de sus hijos y le dijo a la mujer: «Para mi, lo que tengo es neumonía».
Se quejó toda la noche. El jueves no quiso comer porque «no sentía gusto a la comida», repite la mujer las palabras de su compañero.
«A las 20, no daba más, estaba sentado en el comedor y tosía y tosía. Le mandaba mensajes al doctor (Daniel) Navarro (director del IMB), le pedía que le mandara una ambulancia y no se la mandaron, así que se pidió un remise», relató María.
Minuciosa, la mujer relató la última vez que vio a Silvio con vida: «Nos dijo que nos quería a todos. ´Me hago un chequeo y vengo´, aseguró y le dijo a nuestro hijo Gabriel, que tiene 16 años, que seguro volvía al día siguiente, que era el cumpleaños del nene, y se fue llorando».
Pero no fue así: «El viernes, nos avisaron que lo llevaban al «Hospital Cuenca» de la ciudad de Cañuelas porque la cochería fúnebre de Brandsen había denunciado que el IMB no avisó que había coronavirus y habían clausurado la clinica».
El 11 de abril los estudios confirmaron que Silvio tenía coronavirus, enfermedad que ocasionó su muerte el 18 de abril, convirtiéndose en el primer trabajador de la salud víctima de la pandemia en la Argentina.
«Me dijeron que el corazón de Silvio no pudo más», dijo María apesadumbrada.
Lo que siguió fue luchar para que le permitieran despedirse del hombre en su entierro, algo que lograron pero por apenas 5 minutos; luchar para que le abonen el último sueldo de Silvio y luchar contra la discriminación que sufrieron y aún sufren de parte de algunos vecinos del barrio.
«Nos amenazaron con prender fuego mi casilla, que es una casilla humilde, nos gritaban cosas, que habíamos traído el virus… Por suerte, la fiscal Karina Guyot nos envió un patrullero, que aún está en la puerta de casa», explicó.
En otra oportunidad, fue a la escuela a la que asisten sus mellizas de 12 años, para retirar la tarea y los bolsones de alimentos y, según recordó María, las autoridades al verla dijeron: «No, no, es la señora de Cufré y me tiraron las bolsas afuera (de la escuela) y no me dieron la tarea».
«Y a nosotros no nos querían hacer el hisopado. Recién cuando vinieron algunos medios, nos hicieron las pruebas que mostraron que todos los chicos tenían coronavirus», contó María. Se refería a sus hijos: Nicolás, de 24 años; Agustín, de 22; Matías, que tiene 18; Gabriel y las mellizas Giuliana y Brisa.
Los seis fueron asintomáticos. «Nunca tuvieron fiebre ni tos», dijo aliviada la mujer y contó orgullosa que los tres primeros varones «el jueves próximo donarán su plasma».
«Yo estoy muy orgullosa, y Silvio, desde el cielo, debe estar contento», cerró María.
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