No es árbitro, es árbitra
Las mujeres luchan por abrirse paso entre los colegiados del fútbol y el baloncesto, otra muestra del crecimiento del deporte femenino
Son pocas, pero cada vez más. Y están derribando otra barrera. Las árbitras de fútbol y baloncesto son otro símbolo del imparable crecimiento del deporte femenino español. Hoy son poco más que una excepción en un mundo de hombres en el que su presencia hace saltar algún comportamiento cavernario, pero esos aullidos machistas se van apagando ante el reconocimiento de un doble mérito: a la dificultad del arbitraje se une el abrirse paso en un universo masculino.
Ninguna árbitra ni asistente en la Primera División de fútbol. Solo dos asistentes en Segunda. Seis en Segunda B. Y ocho árbitras principales y 20 jueces de línea en Tercera. En total, entre 1.317 colegiados solo hay 36 mujeres, un mínimo porcentaje del 2,7%. Más bajo todavía si solo se cuenta el fútbol profesional (Primera y Segunda): 2 de 126, el 1,6%. Del global de unos 14.000 colegiados en España que dirigen partidos de todas las edades, 700 son mujeres (5%), una cifra que siendo todavía escasa se ha doblado en los cinco últimos años.
«ANTES ERA IMPENSABLE, HOY ES NORMAL»
Pilar Landeira fue la pionera pitando en la ACB entre 1992 y 2004. Anna Cardús tomó su relevo entre 2002 y 2017. Y hoy Esperanza Mendoza, de 34 años, es la única árbitra en la élite del baloncesto masculino. “Es parte de un proceso”, dice Mendoza; “antes era impensable. Ahora hay más chicas en categorías inferiores y llegarán más arriba. Pero no hay que forzarlo ni que asciendan si no están listas, solo por cubrir un poco”.
Mendoza afirma haberse sentido “más observada” por ser mujer: “Parece que los errores se resaltan más”. Ella transita un camino que inició Landeira, que recuerda: “Abrí una puerta a que las mujeres hicieran una función que era exclusiva de hombres. El momento social era muy diferente. Hoy la sociedad no ve una rareza a una mujer como árbitro. Se acepta como normal”. Pero no siempre es así. En noviembre, Guillem Boscana, presidente del Iberojet Palma, dijo: “No me había pasado nunca tener a dos mujeres de tres árbitros. Creo que con una basta. Perdieron un poco los papeles”. Este diciembre, tres mujeres han pitado juntas por primera vez en Liga Dia y Leb Oro. Otro paso más en una lucha diaria.
El caso del baloncesto es similar. En ACB, solo hay una mujer de 32 jueces (3,1%), Esperanza Mendoza. Entre los árbitros del Grupo I, los que pueden ser designados para la Liga Dia, Leb Oro y Leb Plata (primera categoría femenina y segunda y terceras masculinas), 8 de 76 (10,5%).
“Está claro que queremos más”, afirma Marisa Villa, responsable de arbitraje femenino del Comité Técnico de Árbitros (CTA), perteneciente a la Federación Española de Fútbol. “El número de árbitros va en proporción también de los hombres y mujeres que practican el deporte. Estamos satisfechos, pero puede ser mejor”, dice. Villa sabe muy bien de qué habla. En 1995 empezó una carrera como árbitra que en 2007 le llevó a lograr el ascenso a Primera como asistente. Un logro inédito antes y hasta ahora que sin embargo no pudo culminar: no superó las pruebas físicas. “A las mujeres les cuesta más llegar al fútbol masculino, el esfuerzo ha de ser mayor”, cuenta Villa. La FIFA marca un listón físico para todos los países, pero España lo elevaba hasta este curso con alguna criba más, como la prueba de campo: carreras en varias direcciones, sprints y ejercicios con conos en un cuadrado de 50 metros. “Así es muy difícil para una mujer subir más de Segunda B. Ahora es el reto que nos proponemos, llegar a esa categoría [Carolina Doménech la alcanzó en 2001]. Hoy no podemos hablar de llegar a Primera. Es todavía un poco utopía”.
Las ocho árbitras de Tercera también dirigen en la Liga Iberdrola. En la competición femenina cobran algo más por partido, pero han de pagarse con las dietas el alojamiento y las comidas. La diferencia con el fútbol masculino es aquí un abismo, el que separa los dos torneos en cuanto a repercusión y producción de ingresos, y que también se refleja en la nómina de los futbolistas. Una árbitra en la primera categoría femenina gana lo mismo por encuentro que un colegiado en Segunda B, 167 euros por cita más dietas. Un árbitro en la Primera masculina se embolsa 3.700 euros, 1.620 en Segunda. Ellos rondan en la élite los 300.000 euros anuales entre fijo y partidos; ellas, los 3.000. Es 100 veces menos.
Sobre el césped, las árbitras coinciden en resaltar el respeto de jugadores y aficionados en la mayoría de los casos. “Total normalidad”, cuenta Ainara Acevedo, de 27 años, que debuta en Tercera. La otra cara la vivió en noviembre en un partido en Terrassa entre San Cristóbal y Llagostera. Era la primera vez en Cataluña que un partido masculino de esa categoría era dirigido por tres mujeres. Y… “¿quién se las cepilla del equipo? ¿Lo hacéis todos?”, les increparon desde la grada, aunque Ainara no escuchó nada: “Fue un partido normal. Comparados con otros, no hubo nada. Se creó mucho alarmismo, la realidad no fue esa. Hubo las típicas protestas y ya está. Me sabe mal que se resalte la minoría. Yo en mi carrera he recibido respeto siempre. La gente ya interioriza la normalidad de que una mujer sea árbitra. Además, como en la base los niños lo ven, ya están luego acostumbrados a ver una mujer pitando”.
Ser árbitro supone tener la piel dura. También lo sabe Marta Huerta, de 28 años, internacional, seis temporadas en Tercera y profesora. “En mis comienzos sí era más extraño lo de ser mujer y pitar. Los delegados hablaban con los asistentes chicos como si fueran ellos los árbitros y no pudiera serlo yo. El cambio ha sido brutal. De hecho yo creo que el hecho de ser mujer me ha beneficiado, porque al llegar a la Primera femenina ya puedes ser internacional, y eso un chico no lo puede lograr”.
El caso de Bibiana Steinhaus, en la Segunda alemana y cuarta árbitro en Bundesliga, está lejos. “Me cuesta pensar que en 10 años habrá una árbitra en Primera”, dice Antonio Gea, presidente de la Asociación Española de Árbitros. Pero la progresión es imparable. El viejo insulto de ‘¡Vete a fregar!’ cada vez suena menos.