Pablo Avelluto, tras el escándalo en la inauguración de la Feria del Libro: “Me importa un reverendo pito que la gente se dé vuelta”
Un día después de la accidentada apertura de la Feria, donde una parte importante del público le dio la espalda durante su discurso, el secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, participó de una entrevista en uno de los stands instalados en el predio de La Rural y aseguró que la inauguración de la tradicional muestra “no es el momento” para hacer reclamos.
“Nunca me gustó la idea de mezclar la inauguración de la Feria del Libro con un pliego de reclamos a los funcionarios”, sentenció. Además dijo conocer el sector “como editor, ex librero y ex dirigente gremial de una de las cámaras que lo representan” y anunció “una de las cosas que tenía para contar (en la apertura) es una noticia que probablemente sea la más importante para el sector en los últimos 20 años: la recuperación del IVA que se paga, sobre todo, en la impresión y en el costo de papel, y la posibilidad de utilizarlo a cuenta de otros impuestos”, además de “Exporta simple”, un mecanismo de exportación sencillo para pequeños volúmenes que no paga las retenciones a las exportaciones.
Desde hace algunos años, la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires se ha convertido en sinónimo de escándalo y polémica. La nueva edición, que se abrió el jueves, parecía que iba a romper con esa dinámica, pero cuando era el turno de que el secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, tomara la palabra —ya habían hablado otros varios oradores, incluyendo al ministro de Cultura de la Ciudad—, el acto se partió en dos.
Primero, un grupo de manifestantes reclamó el reconocimiento de institutos educativos con gritos y carteles. Luego, ya en el discurso del funcionario, muchos asistentes se pararon y —algunos aplaudiendo, otros en silencio— le dieron la espalda hasta que terminó de hablar.
Un día después, Pablo Avelluto visitó el auditorio que Ticmas montó en la Feria del libro, y habló del escándalo.
—Cuando asistía al acto como editor, ¿qué le parecían estos discursos?
—A pesar de que fui vicepresidente de la Cámara de Publicaciones cuando estaba en el sector de libros educativos, nunca me gustó la idea de mezclar la inauguración de la Feria del Libro con un pliego de reclamos a los funcionarios. Uno de los problemas de la inauguración es que mezcla muchos hechos simultáneos. Se anuncia la programación de la Feria y qué tiene de particular cada edición respecto de las anteriores; la ciudad invitada, en este caso Barcelona, cuenta su propuesta; hay un momento de corte académico o literario donde un escritor da una conferencia. Después están los reclamos del sector editorial y los funcionarios de la ciudad y de la Nación contamos qué hacemos para el sector, para el libro y la lectura.
—¿No es el momento de hacer reclamos?
—No ocurre en otros lugares del mundo.
—Tal vez en otros lugares haya otros momentos para reclamar. Pero la Feria, el evento más importante de la industria del libro, ¿no es el momento para decir dónde estamos y qué queremos?
—Yo no soy quién para decirle a la Fundación El Libro cómo hacer sus actos; lo digo con mucha humildad. El diálogo con la industria editorial, tanto en el ámbito del área de cultura como en ámbito del área de producción, el ámbito fiscal, etc., sucede todo el año. Aquí ocurre que tiene otra resonancia porque pasa delante de los medios. Pero, no se resuelven los problemas. Lo que debería ser el ámbito de una celebración de todos los actores que intervienen en la industria editorial tiene este costado de reclamos.
—Recuerdo una inauguración en la que usted y Martín Gremmelspacher, entonces director de la Fundación El Libro, tuvieron un intercambio muy duro.
—¡Me tocan inauguraciones duras! Tal vez porque conozco el sector. Lo conozco como editor, ex librero, ex dirigente gremial de una de las cámaras que lo representan, y sé cuándo hay exageraciones y cuándo no. En aquel momento Martín decía de una medida, que iba ser el tiro de gracia para el sector editorial. No. El sector atravesó dictaduras, hiperinflaciones, ha atravesado la censura y la persecución de los escritores. No estamos en esa situación. No quiere decir que la situación sea floreciente, lo sé. De hecho, una de las cosas que ayer yo tenía para contar es una noticia que probablemente sea la más importante para el sector en los últimos 20 años: desde hace tiempo se reclama por la recuperación del IVA que se paga, sobre todo, en la impresión y en el costo de papel, y la posibilidad de utilizarlo a cuenta de otros impuestos.
—¿Eso quiere decir que se va a gravar al libro?
—No, eso quiere decir que los costos que pagan las editoriales, las empresas periodísticas y la industria gráfica, se van a poder usar a cuenta de ganancias y otros impuestos. Esto implica que van a poder desgravar el 21 por ciento de los costos. Es un enorme esfuerzo fiscal que hace el Estado en un momento particularmente difícil para las editoriales. Otra información de ayer tenía que ver con un viejo reclamo, que este año mejoró, y que es el “Exporta simple”. Es un mecanismo de exportación sencillo para pequeños volúmenes, que, por ejemplo, no paga las retenciones a las exportaciones.
—Hay un 12.5 por ciento de retención en la exportación de los libros
—Para las de “Exporta simple” no. Y otro caso, que reclamaba María Teresa Carbano —la directora actual de la Fundación El Libro— y que estoy seguro que vamos a resolver, tiene que ver con el dominio público pagante. El Fondo Nacional de las Artes, que depende de la Secretaría de Cultura, se financia en gran medida con el dominio público. Hay una reglamentación por la cual las editoriales que publican libros de dominio público pagan una tasa por el total de la edición. Las editoriales, y yo creo que con un punto a su favor, dicen: “¿Por qué voy a pagar sobre un total que todavía no vendí?”. El presidente del Fondo Nacional de las Artes es Mariano Roca, un querido y respetado ex editor, que, además, fue integrante durante muchos años de la Fundación El Libro. Estoy seguro, por el conocimiento que él tiene de las especificidades del sector editorial, que van a poder llegar a un acuerdo.
—Pero si está contando tres medidas que fortalecen al sector, ¿por qué durante su discurso la mitad del público se dio vuelta? ¿Por qué cuando dijo “Somos el gobierno que más apoya a la cultura” la gente le dio la espalda? ¿Qué pasa que se lo rechaza como figura?
—Yo no sé si se me rechaza como figura, si se rechaza al gobierno que represento, si se rechazan nuestras ideas. Creo que hay un componente de un enorme prejuicio. El mundo de las editoriales independientes ha crecido muchísimo en los últimos años. En los últimos tres años hicimos “Fiebre del Libro” en la Biblioteca Nacional, que fue un éxito enorme con 85 editoriales independientes cada año. A las ferias internacionales sólo llevamos editoriales independientes. Y las elegimos por concurso, no a dedo. Llevamos editoriales independientes porque, por mi experiencia de haber trabajado en la industria, las ferias son lugares en donde más se aprende esta actividad tan apasionante y tan sofisticada y con tanta transformación. Pero me toca lidiar con el prejuicio en la industria editorial, en el cine, en el teatro.
—Hablando de cine, hace poco hubo una crítica muy fuerte de Vigo Mortensen en redes sociales.
—Bueno, era un posteo de hace dos años. Pero ¿cuál fue el año de más estrenos de cine argentino? El año pasado. ¿Cuál fue el segundo año de más estrenos de cine argentino? El 2017. ¿Y el tercero? El 2016. El problema del cine argentino es que estrenamos demasiadas películas y no hay donde darlas.
—La industria del cine reclama un límite a los tanques: hoy en día, para que entre dinero en el INCAA, casi el 70 por ciento de las salas proyectan las grandes películas de los estudios de Hollywood
—Las salas no son mías.
—Lo que se pedía —y lo piden algunos que fueron funcionarios de este gobierno— es una ley que ponga un tope y que cuando un complejo quiera superar el 60 por ciento de las salas con un tanque, le resulte inviable económicamente. De esa manera habría Marvel, pero también cine nacional. De otro modo, lo que se hace es caja…
—No estoy ni de acuerdo ni en desacuerdo con lo que decís. El año pasado se estrenaron 225 películas argentinas. Las 30 que vendieron más entradas hicieron el 80 por ciento de la venta. Desde que trabajaba en la industria editorial, a mí me fascina mirar las listas al revés. Las últimas películas tuvieron 50 espectadores. ¿Eran malas? Jamás haría un análisis de calidad en función de cantidad de espectadores, como no haría jamás un análisis de calidad literaria en función del número de ejemplares vendidos. Pero el análisis debe ser mucho más sofisticado y más complejo. Además no es un problema argentino, sino mundial.
—También hay que decir que es un problema heredado, porque viene desde 2010, 2011. Pero, bueno, con cuatro años de gobierno…
—¿El problema es la producción? No tenemos ese problema. ¿Tenemos un problema de distribución? Tenemos salas INCAA, que dan cine argentino en gran medida. Tenemos Cine.ar que da cine argentino exclusivamente. ¿Tenemos un problema de acceso a salas comerciales? Hemos mejorado notablemente la cuota de pantalla de los complejos para que haya más acceso a las salas comerciales. Ahora, tenemos minoría en el Congreso.
—Este es un país muy presidencialista.
—Sí, está bien, es muy presidencialista, pero no puedo decirle al dueño de Cinemark: “Usted obligatoriamente tiene que perder plata con películas que van a ver 100 personas porque lo decido yo”. No funciona así, ni acá ni en ningún lugar del mundo. Hay que sentarse y conversar sobre el tema, no estoy diciendo que no. Pero volviendo al prejuicio, hay una definición que me encanta: el prejuicio es un sentimiento terco sobre algo que se conoce mal. Yo podría decir que la política frente al sector audiovisual es insuficiente o que se pueden hacer más cosas o que hay que volver a hacer cosas que se dejaron de hacer. Perfecto, podemos discutirlo. Lo que me niego, porque es terco y es un prejuicio, es a aceptar el Me doy vuelta porque estos tipos no hacen nada ni saben nada. Si de algo sé es de libros.
—¿Está bien que un funcionario venga a un acto sabiendo que va a tener un rechazo general? Enrique Avogadro no despierta ese rechazo; sería interesante interpretar el por qué. ¿En qué medida usted es responsable? ¿Hasta cuándo va a aceptar una situación de tanta violencia?
—A mí me invita la Fundación El Libro. Me invita en representación del gobierno nacional y me garantiza un contexto en el cual voy a poder hablar. Si me invitan y me dan esas garantías, voy a seguir viniendo. Te lo digo claramente: me importa un reverendo pito que la gente se dé vuelta. No me importa nada.
—El año pasado estuve en las jornadas del libro electrónico en Grupo Vi-DA, que usted cerró, y mucha gente que en la inauguración se dio vuelta, aquella vez lo aplaudió
—La gente tiene el derecho a opinar lo que quiera. Por mí, date vuelta. Por mí, andate. A mí me invitan porque represento al Estado nacional, porque represento al sector, porque he pasado 20 años en el sector, porque soy un expositor en esta Feria, porque vengo en representación del Presidente de la Nación, porque me aseguraron que se iban a dar las condiciones de seguridad para ser escuchados. Estoy seguro de que toda esa gente a la que no le interesaba lo que iba a decir se va a beneficiar con el IVA. Estoy convencido de que algunos de los editores que se dieron vuelta fueron el año pasado a Brasil, o hubieran querido ir. Estoy seguro de que fueron a Bogotá cuando fuimos a la Filbo. Estoy seguro de que participaron de nuestras convocatorias para ir a Frankfurt, y que participan de nuestras convocatorias del Fondo Nacional de las Artes. Estoy convencido de que van al Teatro Nacional Cervantes, que participan de las convocatorias del INCAA. Pero yo no trabajo para ellos: trabajo para 40 millones de argentinos que me pagan el sueldo.
Fuente: Infobae