Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Sociallozanomons-2

 

En la mañana de la Pascua las mujeres van a ver el sepulcro. Su cometido es ungir el cadáver de Jesús y madurar su dolor. Una mezcla de sentimientos estaría dando vueltas en sus corazones.

Por un lado el recuerdo de los hermosos momentos vividos junto al Maestro. Las enseñanzas de las parábolas, las curaciones milagrosas, los recorridos misioneros. Cómo no contemplar en la memoria el rostro luminoso de Jesús ante los pobres que acudían a Él, o cuando bendecía a los niños, o alentaba a los pecadores a confiar en la misericordia de Dios. ¿Sería ya parte del pasado? ¿Qué quedará?

Por otro lado, y no menos patente y más cercano en el tiempo, el juicio fraudulento, los azotes, la humillación, la muerte en cruz. Ellas también fueron testigos cercanos del dolor. María Magdalena estuvo al pie de la cruz junto a la Virgen María y el discípulo amado. Escuchó su suspiro final entregando la vida en el último aliento. Vio su cuerpo muerto entregado en los brazos de la Madre. Y por último, la piedra cerrando la entrada del sepulcro. No tenían dudas de su muerte.

Los discípulos invadidos por sentimientos de frustración, fracaso, derrota. Y miedo. En esa mañana estaban encerrados por temor a que les sucediera lo mismo que al Maestro. Algunos, con tristeza, habían comenzado a regresar a sus casas en las aldeas vecinas, sin saber todavía qué explicaciones dar a sus familiares y vecinos.

El primer anuncio de la resurrección es una tumba vacía. La sorpresa, incluso, hizo pensar en el robo del cadáver o su traslado. “Dime dónde lo han puesto.”

En los relatos de los cuatro Evangelios se nos muestran diversas dimensiones del mismo acontecimiento. El sudario y la mortaja acomodados en un rincón. Dos ángeles mostrando el lugar vacío y con actitud irreverente ante la muerte. El llamado a recordar lo que Jesús había anunciado respecto de lo que contenían las Escrituras, y se estaba cumpliendo.

Esa mañana comenzó, poco a poco, a afianzarse la alegría y desplazarse la confusión. El gozo de la fe corrió las tinieblas de la duda. La comunidad reunida tuvo la experiencia de la irrupción del Resucitado entre ellos. “Ánimo, no tengan miedo…”

Los que son reconocidos como héroes por sus pueblos tienen sus tumbas trabajadas como Monumentos importantes. También muchos de los Santos. Podemos identificar el sepulcro de San Francisco de Asís, San Juan Pablo II, San José Gabriel del Rosario Brochero…, y expresarles nuestra devoción. De Jesús nos queda como monumento recordatorio, allá en Jerusalén: el sepulcro vacío.

Es una manera muy elocuente de expresar que la muerte ha sido vencida; y junto con ella fueron derrotados sus signos y operadores: el odio, el rencor, la mentira, el desprecio, el egoísmo…

La vida nueva de Jesús resucitado da lugar al amor, la verdad, la paz, la solidaridad, el compromiso por los hermanos, el cuidado de la casa común.

La palabra “Pascua” significa “paso”, “tránsito”: Jesús pasó de la vida a la muerte, y de la muerte a la vida en plenitud. Y este triunfo de Cristo es también para nosotros, que tenemos sed de plenitud, de eternidad.

Hay vida en Jesús. Él murió y resucitó.

A la luz de la Pascua repasemos algunas historias de vida. ¿Cuántos hombres y mujeres han vivido y muerto en fracasos aparentes? ¿Cuántos han sufrido la burla y el desprecio a causa de mantener sus ideales evangélicos? ¿Cuántos fueron martirizados?

La dinámica de la Pascua es la del grano enterrado para dar mucho fruto. Los primeros cristianos fueron perseguidos, torturados y asesinados. Pero afrontaron la muerte no como derrota, sino como siembra. La sangre de los mártires, decían y lo afirmamos, es semilla de nuevos cristianos.

También es Pascua para nosotros. Somos llamados a mirar nuestros fracasos y las injusticias padecidas desde el grano de trigo que cae en tierra para morir y dar mucho fruto. Jesús aseguró que “el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la entrega la ganará”. Salvar el pellejo no es buen negocio.

En tiempos de pandemia estamos convocados a vivir y celebrar la alegría de la fe de manera más interior, en casa, con la familia. Sin abandonar a los pobres y enfermos, que continuaron siendo acompañados desde multiplicidad de servicios. También las redes sociales han sido un lugar de encuentro y oración.

¡Feliz Pascua! Nos saludamos con el codo, hasta que el abrazo sea posible de nuevo.

La muerte no tiene la última palabra.