Habla el testigo que asistió a la única sobreviviente del choque tras una picada en Ayacucho y Avenida del Rosario. «Parecía que había explotado una bomba», contó.
 En el siniestro vial ocurrido el 20 de marzo en zona sur

Al volver a su casa tras una madrugada trágica, Alejandro C. (29) abrazó a su familia más fuerte que nuncaLo que había visto durante la primera hora de ese sábado 20 de marzo le hizo sentir que la vida es impredecible, y todo lo que ama puede perderse en un instante. El panadero, vecino de la zona sur, circulaba por Ayacucho a bordo de su auto con su mujer y su hijo de 5 años cuando a 50 metros dos irresponsables que corrían picadas le arrebataron la vida a David y Valentino Pizorno, y dejaron sola a Cintia Díaz, la única sobreviviente del siniestro en avenida Del Rosario y Ayacucho.

«Estaba en la misma situación que ellos y casi me pasa a mí. Por cinco segundos la familia destrozada no fue la mía», cuenta el hombre, temblando y profundamente conmovido. Los C. habían terminado de cenar y salieron a dar una vuelta con rumbo a una heladería de la zona. Mientras iban hacia el sur, a media cuadra de avenida Del Rosario (en el mismo sentido que circulaba el Citroën C3 que terminó destrozado), Alejandro vio una nube de humo gris. No escuchó el impacto: iba con los vidrios altos porque lloviznaba. Pero supo que algo andaba mal.

Al acercarse, vio dos autos destruidos. Paró el coche y se bajó con su esposa y su niño. Al primero que vio fue a Germán S., el conductor del Renault Sandero que impactó de frente a los Pizorno, tirado en el suelo. Lo asistió, porque estaba dolorido. Al instante llegaron sus amigos. Estaban paralizados. Ninguno se preocupó por las personas del otro auto. Alejandro decidió ir a mirar: al tercer intento pudo abrir la puerta del acompañante. Había una mujer inconsciente, dada vuelta, con la cara hacia el asiento. Temeroso de que el auto se incendiara, intentó sacarla y la recostó a unos metros, sobre una campera que se sacó una chica.

«El piso estaba lleno de vidrios y partes rotas del auto por todos lados. Parecía que había explotado una bomba», grafica el testigo. Tras unos momentos, Cintia volvió en sí. Le explicaron que había sufrido un choque y comenzó a preguntar repetidamente por su hijo. Le hacían preguntas para que no se durmiera, porque estaba muy golpeada: tenía un brazo fracturado, una mano morada y la cara llena de sangre. «Valentino, 2013», decía Cintia en shock para que supieran su edad. En ese momento Gabriela, la esposa de Alejandro, lo llamó para avisarle que había más gente en el auto siniestrado.

Lo terrible

Alejandro volvió al C3 y abrió la puerta de atrás. Allí encontró a David, que no reaccionaba, ya fallecido. «Vi la sillita del nene que estaba debajo de los fierros y no quise mirar porque me imaginé lo que había pasado», admite. Regresó con Cintia y le dijo que su esposo y su hijo estaban en el auto. Ella se dio cuenta de que no le estaba diciendo toda la verdad y se quería poner de pie para ir a buscarlos, pero finalmente desistió y dio el número de sus padres para que les avisaran que habían sufrido un accidente.

El ambiente se empezó a tensar, y en este punto de la historia aparece un dato relevante: Pablo M. (el conductor del otro vehículo involucrado en la picada) estuvo en el lugar del hecho, aunque trató de pasar inadvertido. «Llegaron los muchachos de la heladería (queda en la esquina) y dijeron que el que chocó venía corriendo picadas con otro auto. Ahí lo empecé a insultar al flaco, porque por cinco segundos me podía haber tocado a mí y a mi familia. Ibamos a cruzar la misma intersección, en el mismo sentido», refirió. El acusado, que estaba tirado a tres metros de la víctima, no le contestó.

La policía llegó al lugar pero no marcó un perímetro para evitar la circulación. Los amigos del responsable del impacto se metieron al Sandero e intentaron sacar un bolso, mientras Alejandro y otras personas los fueron a increpar y avisaron a los uniformados. Los bomberos finalmente demarcaron el lugar y comenzaron a cortar el auto para sacar a los dos fallecidos. El vehículo estaba tan destruido que demoraron 40 minutos en retirar el cuerpo de Pizorno. El panadero se retiró a las 1.30 y Valentino aún seguía dentro. Cintia, que debía estar en un hospital, permanecía en la escena del crimen. A las 3 C. debía entrar a trabajar. Se fue a recostar a su casa, pero no pegó un ojo.

En vela

«No paraba de pensar que la mujer se quedó sola. Imagináte lo que va a ser volver a su casa», dice llorando. Y confiesa: «Esa noche nos acostamos con mi mujer y mi hijo y nos abrazamos como nunca. Vos podés ser lo más precavido posible con el auto, y por gente como esta podés terminar perdiendo todo en un segundo«. Señala que le sigue pegando fuerte pensar que podían haber sido ellos tres, porque siempre circulan por esa zona.

Una de las sensaciones más amargas con las que se fue del lugar fue la pasividad de la respuesta sanitaria. «Había pasado más de una hora y a la chica no se la habían llevado. Casi la cargo en el auto y los llevo al hospital Roque Sáenz Peña, estábamos a cinco minutos», indica. C. afirma que en su barrio los vecinos saben que tiene vehículo y que cuentan con él. «Hace unas semanas llevé un nene con una convulsión. También he subido gente baleada con un tiro en el pecho», revela el muchacho, que vive en Tablada y define al barrio como «picante».

Esa noche fue a trabajar a la panadería familiar y no le contó a nadie. «No podía ni hablar. Trabajé desde las 3 hasta las 8.30 sin decir una palabra. Al otro día recién le conté a mi vieja», recuerda. El lunes, luego de ver que Cintia había dado su testimonio a La Capital, decidió llamarla. «Hablé con el padre, me agradeció y me dijo que ella quería hablar conmigo. Me dijo que fui un ángel y que va a estar agradecida toda la vida porque estuve en el momento justo. Le pedí disculpas por no haber podido hacer más nada por el marido y por el hijo», cuenta Alejandro. A una semana, todavía siguen en contacto. Quizás de la tragedia surja una amistad.