Por la crisis de las pymes, cerró el último taller de asientos de bicicletas del país, cerca de Rosario: «Vendo todo para pagarle a mis empleados»
«El Miguelito» bicipartes empleaba a más de una docena de personas en la localidad santafesina de Carrizales, y esta semana no tuvo más remedio que cerrar sus puertas. Rogelio Bella, uno de los socios que sostenía esta pyme, contó en Radio 2 la historia de su negocio y lamentó no poder seguir adelante en un contexto económico que no da respiro
Más de 10 familias del pueblo de Carrizales, ubicado 60 kilómetros al norte de Rosario, se vieron afectadas esta semana por el cierre de «El Miguelito» bicipartes, la última fábrica de asientos para bicicletas que funcionaba en el país. Tras más de 50 años en funcionamiento, los dueños del taller no tuvieron más alternativa que parar la producción y cerrar las puertas ante la profundización de una crisis económica que hizo que se derrumbaran sus ventas.
Rogelio Bella, uno de los dueños de El Miguelito, relató parte de la historia del negocio que su padre inició en el año 68 y explicó los motivos que lo forzaron a tomar esta dura decisión.
«Cerramos esta semana. El lunes nos tocó a mi socio y a mí pararnos ante nuestros empleados, la gente que nos vio nacer, para decirles que los dejábamos sin trabajo», dijo este viernes en diálogo con Radiópolis (Radio 2).
En su negocio trabajaban vecinos del pueblo y también familiares, por lo que dar la noticia fue igual de duro para Rogelio que para sus empleados recibirla. «A mí en lo personal me tocó decirle a mi tío y padrino que los debaja sin trabajo», expresó el hombre, afectado por el malestar y la angustia de la situación.
«Tenemos 12 familias que se quedaron sin trabajo. Yo tengo que vender todo el capital de trabajo de toda la vida para poder pagar las indemnizaciones», lamentó.
Crisis sin resolver y una competencia imposible
Lo que provocó esta situación fue un agravamiento de la crisis económica que desde hace casi una década comenzó a golpear con fuerza a esta pyme familiar. «Cierro porque no puedo más. Las pymes industriales venimos desde el 2015 siendo castigadas de una manera brutal», dijo Bella.
Entre los factores que perjudiracon a su negocio, puso el foco sobre la «apertura indiscriminada de importaciones y el aumento exponencial de los costos de la materia prima». «Nosotros pagamos entre 3 y 4 veces más –por los insumos– de lo que paga un chino o un brasilero», sostuvo.
El panorama para El Miguelito, describió Rogelio, se volvió peor a partir del 2015, cuando inició un período que más adelante los llevó a tener que seguir trabajando bajo compromisos por una deuda previsional e impositiva que contrajeron «para sostener los puestos de trabajo». Con la llegada de la pandemia y el cambio de gestión en el Gobierno nacional, tuvieron acceso a moratorias que les permitieron ganar algo de tiempo, pero su realidad no llegó a mejorar.
«Entre mediados de 2022 y principios de 2023 la situación empezó a volverse totalmente mediocre», indicó el hombre, y enfatizó en que las importaciones les hicieron difícil sostener su negocio, a pesar de tener clientes desde Salta hasta Santa Cruz y de haberse instalado como un proveedor de confianza en el sector.
Bella explicó que aunque los asientos que fabricaban en El Miguelito eran «incomparables» en cuanto calidad con los importados, la diferencia de precios entre ambos productos que se instaló a partir de la devaluación de diciembre –que redujo la brecha cambiaria– no les permitió competir durante el último semestre. «Lo que viene de afuera es una porquería barata, y hasta noviembre del 2023 pudimos competir» dado que tenían «el precio más barato del mercado», de $6.500 para el asiento más caro, afirmó.
Pero a partir de allí el negocio se volvió insostenible. «Aún con pocas ventas lográbamos competir, llegando a nuestro piso de 8.000 unidades, lo mínimo que necesitábamos para cubrir los costos», detalló. Su negocio registró por última vez ese volumen de ventas en diciembre, desde cuando tuvieron que aumentar el precio de sus asientos un 100% mientras que «el precio de lo importado se mantuvo».
Rogelio también hizo hincapié en que, dado que se trata de un negocio que funcionaba en un pueblo pequeño, no hay más posibilidades de trabajo para quienes eran sus empleados. «Quedarse sin trabajo es difícil en cualquier lugar o situación. Pero en un pueblo de 1.200 habitantes como el nuestro es desolador, porque mi gente ahora no puede armar un currículum y salir a patear las calles para ver quién le da laburo. Acá nadie va a dar el trabajo que yo dejo de dar», sostuvo.
Una última esperanza
Resignado por la situación, Bella criticó el hecho de que, hasta el momento, no había recibido asistencia por parte del Estado y que ningún funcionario se había puesto en contacto ni con él ni su socio para ayudarlos a seguir con su negocio.
Sin embargo, a partir de la trascendencia de su historia, contó que comenzaron a contactarlo desde el Concejo de Rosario, el Ministerio de Desarrollo Productivo de la provincia y la Secretaría de Industria y Comercio de la Nación.
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