Por Walter Pengue (*)

El agua es un recurso imprescindible. Su ciclo analizado por la ciencia desde prácticamente todas las aristas lo viene siendo desde los orígenes. Pero siempre hay abordajes novedosos que suman al conocimiento y al mejor análisis de un bien, cada día más escaso. Ya he hablado en estas columnas sobre la importancia del análisis de la huella hídrica y el agua virtual, trascendente para conocer los flujos y los intercambios físicos a través de los sistemas de producción (Pengue 2023).

Pero, en las actuales circunstancias, volver hacia atrás y revisar otras cuestiones puede ayudarnos a comprender tanto la situación actual de la región y el mundo, como su futuro. Fue en una conferencia magistral dictada por el Dr. Peter May en el Congreso de la Asociación Argentino Uruguaya de Economía Ecológica, en la Universidad Nacional de General Sarmiento en 2009 (ASAUEE 2009), dónde por primera vez le escuché hablar de la idea de los ríos voladores. Ello llamó profundamente mi atención y contribuyó a ampliar mi mirada sobre las complejas interacciones y procesos que implican a dos cuestiones relevantes para los humanos: la seguridad alimentaria y la seguridad hídrica.

El concepto fue potenciado hace más de veinte años por el Ing. Agr.  Antonio Donato Nobre (Nobre 2010), quién trabajó incansablemente en la Amazonia para comprender las fuertes interacciones entre los flujos biofísicos, la masa forestal y las acciones humanas. En 1992, meteorólogos de California acuñaron el término Aerial Rivers – Ríos Voladores – cuando describían los vientos concentrados que llevaban gran cantidad de vapor y generaban lluvia e inundaciones. En 2004, el científico José Marengo describió estos flujos para América del Sur, dándoles el nombre de chorros de bajo nivel. Pero en 2006, él mismo, los volvió a denominar Ríos Voladores Y finalmente, cuando se combinan la ciencia y la aventura, llega el concepto fuertemente a la sociedad. Ahí es donde Nobre se une al aviador Gerard Moss para dar nombre al proyecto que adoptó ese nombre, para generar una narrativa, potente y atractiva, además de llamar la atención de la sociedad latinoamericana y global. O al menos intentarlo, durante un rato.

Los ríos voladores son potentes corrientes de vapor de agua que se producen en la selva amazónica y fluyen hacia la atmósfera movilizando la humedad tanto dentro de la propia cuenca como hacia otras regiones de América del Sur. Pero la clave de ello, está en el suelo.  Y el papel principal, es el cumplido por el enorme trabajo de bombeo continuo – evapotranspiración – que produce la biomasa forestal que se centra en la Amazonia. El efecto de este proceso se combina con la evaporación que proviene del océano atlántico y del propio Amazonas y sus afluentes, para generar enormes masas de agua en el aire que se movilizan empujados por los alisios hasta chocar con Los Andes. El agua se mueve de esta forma y llega ciclándose hasta el sur del Brasil, Paraguay, Bolivia, el norte argentino y el Uruguay. Cumpliendo un ciclo perfecto y relevante no sólo para la supervivencia de la propia Amazonia, sino para el funcionamiento social y económico de la mayoría de los países de la región, junto a la regulación del clima global.

Pero hoy en día, todo ello está en serio riesgo y entrando en una aceleración de procesos que amenaza con la desaparición de los ríos voladores junto por supuesto al propio bioma como así también serios efectos sobre las sociedades que – gratuitamente, algo que es imposible “medir” para la economía – se benefician de él.

La Amazonia se quema. Una sequía histórica en los últimos setenta años, el desecamiento de los ríos, afluentes y el propio Amazonas y la acción indiscriminada e irracional de piromaníacos interesados en generar más “tierra para la producción”, hizo explotar un proceso que aún no se ha detenido y amenaza con alterar no sólo los ciclos hidrológicos, biofísicos sino la propia existencia de pueblos y ciudades de la propia cuenca.  La seguridad alimentaria e hídrica de millones de personas está en riesgo. Los incendios han convertido en cenizas a casi 7.000.000 de hectáreas de la Amazonía brasileña desde principios de año, es decir casi el 1,7 % del bioma amazónico. Y el humo y las cenizas no sólo cubren localidades pequeñas como Apuí, São Félix do Xingu, Novo Progresso, Lábrea, Altamira, Itaituba, Porto Velho, Colniza, Novo Aripuanã o Manicoré, sino que llegan a San Pablo y que, sumados a las quemas también brutales, en Bolivia y el Paraguay, llegan hasta la Argentina. Que por otro lado, también comienza a quemarse, como lo muestra en la  provincia de Córdoba. Y recién están saliendo del invierno.

Sin la Amazonia, es imposible alcanzar las metas de Paris 2015 para el cambio climático. El recién salido Reporte de Ciencia por el Clima (2024) es contundente: La ciencia es clara: estamos muy lejos de alcanzar objetivos climáticos vitales. “Los efectos del cambio climático y de las condiciones meteorológicas peligrosas están revirtiendo los avances conseguidos en materia de desarrollo, además de poner en jaque el bienestar de las personas y el planeta”, según advierte el informe interinstitucional coordinado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Estamos, probabilísticamente cerca de una catástrofe global y regional. Los gases de efecto invernadero y las temperaturas mundiales baten nuevos récords. La brecha entre las aspiraciones y la realidad en lo referente a emisiones sigue siendo amplia, resaltando que, con las políticas actuales, la probabilidad de que en este siglo el calentamiento global alcance los 3 °C es del 66 %.  Cualquiera que lea los impactos ecológicos y sociales producidos en el planeta por el cambio climático solamente frente a esta potencial circunstancia, solamente podrá más que horrorizarse.

Ya lo advertía con claridad, el científico ecológico y líder pacifista, Kenneth Boulding (1910-1993) hace casi cincuenta años: “Aquel que crea que el crecimiento exponencial de la economía,  puede continuar para siempre en un mundo finito, o está loco o es economista”.

Hoy en día el reporte recién lanzado, intenta destacar por un lado la relevancia de los impactos y sus brutales efectos y por el otro lado, la expectativa en que, merced a la ciencia, tengamos alguna esperanza. Nunca supimos tanto. Nunca estuvimos tan mal. Pero también vamos aprendiendo. Sabemos que, con el abordaje parcial de nuestros temas científicos, no será suficiente. Es menester aportar desde el diálogo de saberes, desde la transdisciplina, desde los nuevos emergentes científicos como la ciencia de datos, la inteligencia artificial (Gráfico 1) o los gemelos digitales para comprender lo que nos puede llegar a pasar.

Lamentablemente, ciencia y política, parecen no ir hoy en día de la mano. La amenaza hacia el sistema científico en varias regiones del mundo, la crítica injusta e indiscriminada hacia los luchadores ambientales y contra el cambio climático y la persecución directa a líderes sociales, junto con la pérdida de derechos ambientales y sociales logrados, ponen un manto algo oscuro sobre los destinos de esta generación y por caso, de la propia civilización. Frente a la destrucción del mundo, desde la ciencia ficción, se advertía que llegarían desde otros mundos para controlarnos. En la actualidad, la inteligencia artificial, con su aporte sustantivo a través del análisis de millones de datos, comienza a avisarnos, sobre nuestro destino. ¿Si no son los políticos, ni los científicos, ni una sociedad aletargada y egoísta, será esta IA, la que, de alguna forma, nos pondrá algún límite?, ¿Serán finalmente las máquinas, las que nos pongan restricciones a nuestra propia destrucción? o ¿finalmente será la humanidad que aún nos queda, la que nos alejará de la obliteración de la vida, impulsada por la acumulación extrema, el consumismo o la propia guerra…?  Es claro, que para sobrevivir, debemos cambiar y transformar esta realidad. O lo haremos nosotros, o lo harán las máquinas o aquellos que sepan mejor utilizarlas.

(*) Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.