Sobredosis de anestesia espiritual
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Cuando nos sometemos a una cirugía o realizamos un tratamiento odontológico suelen aplicarnos una anestesia para menguar el dolor. Sentimos como si se adormeciera la piel o la zona en la cual debe hacer efecto. Recuerdo hace un tiempo haber ido al dentista, y al regresar a casa tener el labio con una sensación de hormigueo que dificultaba tomar mate.
Según puedo saber, la anestesia es factible que sea local o total, dependiendo del tipo de intervención a realizar.
Pensaba que esto nos puede suceder también en el alma o en la vida espiritual. De tanto acostumbrarnos al pecado ya no nos duele, o ver pobres ya no nos llama la atención. Este adormecimiento espiritual se puede producir con uno mismo o con los demás.
Conmigo mismo me puedo acostumbrar a convivir con el pecado en alguna o varias de sus expresiones: la mentira, la sensualidad, la superficialidad, la mediocridad, la pereza, el egoísmo… Y tanto nos habituamos que la conciencia ya no es escuchada. O nos justificamos poniendo excusas, o trasladando la culpa a otros. Después de un tiempo ya no nos duele pecar, o lo que es peor pretendemos llamar bien al mal. Como encogiendo los hombros diciendo “es lo que hay».
Es la tentación de suponer haber llegado al tope de la vida espiritual y negarse a crecer un poco más cada día. Tirarse a chanta, y aceptar convivir con la mediocridad como si fuera la salida más común y la única posible.
Pero podemos estar adormecidos también ante los demás, vivir como si no existieran, casi como si fueran invisibles o parte de otro mundo con el cual es imposible entrar en contacto. Naturalizamos la pobreza, esquivamos las personas molestas, evadimos responsabilidades comunes a todos. Le hacemos una gambeta de lujo al compromiso, y con un firulete decimos “ooolee” como excelentes toreros. Somos campeones del “yo no fui» y el “a mí qué».
Reclamamos que los demás hagan lo que les corresponde pero yo siempre tengo una excusa para borrarme. Jesús denunciaba a quienes murmuraban por atrás (Jn.6, 41) y a los dirigentes que “atan pesadas cargas en los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo”. (Mt. 23,4)
Faltan pocos días para la Noche Buena y la Navidad. Está muy al alcance de la mano la posibilidad de la evasión de la realidad escapando a mundos imaginarios de fantasías inexistentes. La Navidad no es mágica. En la magia parece que sucede lo que sabemos no pasa en realidad. Los conejos y las palomas no viven en los sombreros, y las personas no pueden ser atravesadas por espadas o dividir su cuerpo en dos partes y seguir como si nada. En la Noche Buena no hay trucos de magia que hace Dios. Es realismo puro. Una familia pobre, una cueva de animales como morada y lugar del parto, pastores que cuidan sus rebaños en la noche, escapar a Egipto ante la persecución de Herodes… ¿Dónde está la magia de la Navidad?
Los ángeles en el cielo, la alegría del Pueblo, los Reyes que siguen una estrella para adorar al Niño, son parte de la obra de Dios, que también quiere llegar a nosotros.
Preparemos el corazón. Dios te está buscando.
Hoy es el cumpleaños del Papa Francisco, cumple 81 años. Le damos gracias por su entrega a la Iglesia universal, su testimonio de ternura por nuestra madre la Virgen, por su empeño en vivir como Jesús y ser testigo de su amor por todo hombre y mujer de este, su tiempo, por expresar su apego incondicional a la justicia, la verdad, la paz en todo el mundo. Rezamos por él y su tarea.