Una vez más, el Papa rompió el protocolo y comió en un convento franciscano
Una vez más, en lo que ya parece una tradición en el papado de Francisco, el Sumo Pontíficevolvió a romper el protocolo, o al menos a sorprender a unos tranquilos comensales franciscanos que se encontraban en el convento de San Salvador, en Jerusalén. «Fue una revolución», contófray Artemio Vitores, encargado de la congregación en el centro simbólico de las tres principales religiones monoteístas.
El encuentro, que contó con una comida muy frugal y sencilla, permitió a los presentes ser parte de un mensaje del papa Francisco, quien tomó el micrófono y les dedicó unas palabras. «Fue un acontecimiento histórico. Mundial de la historia», señaló Vitores a Infobae.
«Es la primera vez que un papa come en San Salvador, que es la casa central de la custodia. El corazón de todo. Los papas que vinieron aquí (Israel), han comido en Belén o Nazareth… pero nunca en San Salvador, que debería ser la casa central. Y todo el mundo pregunta: ‘¿Cómo nunca ha venido a comer aquí un papa?'», reveló.
Además, explicó que Francisco «ha quedado enamorado», y añadió que a causa del encuentro con Shimon Peres el almuerzo se demoró una hora y media.
En total eran 95 los comensales que acompañaron a Jorge Bergoglio en su visita. «Contó que estaba contento con la peregrinación y los frailes». «Nos contó que a veces en Buenos Aires, cuando iba un cura por las calles o le escupían o le decían que fuera a trabajar. Pero que cuando iba un fraile, nunca le gritaban cosas malas…», contó emocionadoVitores.
El religioso también describió el menú con que recibieron al papa, aunque aclaró que «no ha comido mucho». Carne con puré, ensalada, y de postre, melón, sandía, natilla y helado. Para tomar, agua y gaseosas.
Recubierto en madera y con imágenes religiosas, la sala que recibió al papa muestra una sencillez «franciscana», acorde con el estilo del obispo de Roma. «Hemos cantado, hemos aplaudido… aplausos que no terminaron nunca», reveló el fraile.
De San Salvador, Francisco se dirigió a la Sala del Cenáculo, donde según la tradición católica tuvo lugar la Última Cena, momento en el cual se instituyó la Eucaristía. En ese lugar, ofreció una misa, lo que constituyó la última actividad oficial del sumo pontífice en Tierra Santa.
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