“Rescatada por el puente” podría llamarse esta nota sobre la apacible localidad entrerriana, que hubiese quedado “lejos” de no mediar ese vínculo llamado Nuestra Señora del Rosario, construido en 2003. Cuentan los locales que cuando se cortó el lazo inaugural, la ciudad se llenó de rosarinos, “tanto, que casi no se podía caminar”; las plazas hoteleras aumentaron de 600 a 7 mil, se prendieron los neones del casino y Victoria se activó como destino turístico. Desde entonces, el puente es el nexo natural entre este pueblo grande y la ajetreada Cuna de la Bandera. 


Una sucesión de puentes más pequeños lleva al casco urbano, que no tiene un skyline definido salvo por las palmeras, y un edificio –uno– de pocos pisos. Su plaza es amplia, lo suficiente como para que la vuelta ’el perro no sea breve. En la San Martín hay una especie de escenario antiguo con atriles que cada domingo a las 20.30 –la hora de la retreta la llamaban– se llenan con las partituras de los músicos de la banda municipal. 
Enfrente está la Parroquia Nuestra Señora de Aránzazu, bendecida en 1875. El templo de la patrona del país vasco fue decorado por el reconocido pintor argentino de obras religiosas Augusto Juan Fusilier. Este artista cubrió los techos y los muros de la iglesia con impresionantes escenas que extrajo de un misal lefebrista impreso en Bélgica. La iglesia es de visita obligada, sobre todo después de que en 2009 los frescos de Fusilier fueron restaurados por el paranaense Raúl González con motivo del bicentenario de Victoria. 
En una de las esquinas se encuentra el Club Social Victoria, fundado en 1883 y desde hace poco más de seis meses, abrió sus puertas al público; ahora todos los que lo deseen pueden darse el lujo de subir por las elegantes escaleras de mármol que llevan a los salones. En uno de ellos funciona el restaurante, que tiene vitraux; de su carta son famosos el matambre y el entrecôte. En la cocina, un grupo de jubilados toma Gancia con Campari mientras timbea y habla del pasado del club, que en principio concentraba hombres que jugaban fuerte al póker; que las apuestas se han cobrado campos, autos, ganado, y que en algún momento hubo un núcleo de señoras que iban a jugar a las cartas pero que “ahora están todas en el cementerio”. Sólo quedan 150 socios, admiten con una sonrisa a medias, de los cuales el más joven tiene 45. 
En el ángulo opuesto al Club Social, abrió El Banco Pub hace algunos años, que ocupa la sede del ex Banco Italia, con una imponente barra circular de 37 metros, un desafío para cualquier bartender. En esas cuadras que rodean la plaza se suman un Café Martínez, clave por su horario corrido, y Plaza Bar, en la esquina más antigua. 
La pizarra con la inscripción “Se vende cerveza más fría que abrazo de suegra” hizo que frenemos en la La Vinoteca, que es literalmente eso. Allí nos enteramos de la historia de Cura Gaucho, el licor que prepara un monje desertor de la Abadía del Niño Dios. Cuentan que este religioso asegura ser el creador de la fórmula original de Monacal, bebida espirituosa que producen y comercializan los monjes de la abadía. Victoria también produce su propia agua mineral, llamada Catay, es riquísima y se envasa en una botella idéntica a la norteamericana Fiji . 
Las rejas de estilo italiano decoran muchas ventanas en Victoria (preste atención especial a las del Club Trabajo y Placer y las del Banco Santander Río), uno de los orgullos de sus habitantes, que tampoco esconden el que profesan por el carnaval. Esta ciudad es capital provincial del carnaval entrerriano, celebración que mantiene desde 1957; diez años después nació Terror do Corso, una comparsa creada por más de cuatro mil chicos que decidieron rendir culto al rey Momo a su manera: con una marcha de zombies a ritmo de batucada por las calles del centro, y que al pasar frente al policlínico, bombos y platillos dejan de sonar por respeto a los internos. 
Para saber más, hay que ir al Quinto Cuartel, barrio fundacional donde vascos y genoveses desarrollaron la industria calera con la que se levantó buena parte de la ciudad de La Plata. Este vecindario, alejado del centro, conserva una plaza, casitas del 1800, restos de antiguas caleras, una iglesia y un almacén cerrado que se llamaba Reino Salvaje porque los parroquianos que allí se acodaban tenían apodos de animales. 
Acá se escuchan también relatos de ovnis. Según dicen, fueron tantos los casos registrados que Silvia Pérez Simondini, directora del Museo del Ovni, encaró una investigación a cargo de un equipo de especialistas.
Del otro lado del riacho Victoria, la geografía es una sucesión de campos ondulados en los que pastan vacas con las patas sumergidas en el agua de los bañados, sobre los que vuelan bandadas de cotorras tan verdes como chillonas. La naturaleza está muy presente; hay incluso carteles que advierten a los conductores sobre la posibilidad de que se crucen con ciervos sueltos… a sólo 59 km de Rosario.

NUEVOS VIENTOS
El tiempo trajo apuestas diferentes, como la de Rubén Tealdi que rescató la antigua bodega chacra La Paula bajo el nombre de Corrales Vier, y desde 2007 produce vinos de corte de uvas Malbec, Merlot y Tannat. Se puede visitar el pequeño establecimiento donde su dueño ofrece desgutación con quesos y recorrida por el viñedo, que surgió a partir de la donación de 12 esquejes de las vides del Palacio San José, mandadas a plantar por Urquiza en el año 1865. 
Quizás la noticia más importante atañe a los propietarios del hotel boutique Como era Antes (funciona en una casa centenaria, ambientada con muebles de época y donde reina un clima acogedor, muy familiar). Ellos están abocados a la restauración de El Potrero, la estancia que perteneció a Joaquín Vivanco, el primer médico radicado en Victoria. Vivanco fue filántropo, médico de Urquiza, fundador de un hospital de caridad para la asistencia de cólera y viruela, y pionero en alambrar su campo –de ahí el nombre El Potrero– y en practicar la inseminación artificial en vacas holando argentino. El casco está rodeado por un espléndido parque diseñado por el arquitecto Carlos Thays, pletórico de lapachos lilas y amarillos, gomeros, magnolias, araucarias, cactáceas colgantes, y palmeras envueltas en bignonias blancas, naranjas y amarillas. Este jardín tropical guarda rarezas, como plantaciones de ananás. Por las dos imponentes avenidas de tipas ingresaban los carruajes a la estancia. Si todo sale bien, en pocos meses lo harán los futuros visitantes de la antigua casona restaurada.

 

Fuente: La Nación