Alterar el tejido de lo real
Por Beatriz Vignoli
Publicado este año por Caballo Negro Editora, de Córdoba, el libro recopila estos textos donde Elvio Gandolfo, con su sello personal, rescata consumos culturales y costumbres como las historietas o los noviazgos interminables.
Exterior, noche. Parque de los cipreses, Parque España, Rosario, alrededor del año 2000. Elvio Gandolfo mira de lejos al funcionario de Cultura que habla por uno de los pesados teléfonos móviles de la época y comienza a reírse, divertido. «¿Te imaginás? El teléfono es un monstruo que le entra por la oreja y le va comiendo el cerebro», dice medio ahogado por la risa, acompañando la ficción instantánea con una mímica que vale por todos los efectos especiales. En aquella época de sus viajes más frecuentes a Rosario, Gandolfo, para quienes empezaban a escribir ficciones, era como un cometa que volvía y nos visitaba desde alguna de sus otras dos ciudades (Buenos Aires o Montevideo). Como el rorcual que cae sobre la esquina de San Martín y Córdoba en uno de sus cuentos más celebrados (dedicado a P. S., casi sin lugar a dudas Pablo Solomonoff), venía a alterar «el tejido de la realidad».
Interior, día. Un escritorio con vista a un balcón con plantas, 15 años después. La cronista lee deprisa el libro de casi 500 páginas, Vivir en la salina. Cuentos completos, editado este año en Córdoba por Caballo Negro Editora, y se dice que ahí tiene que estar el cuento del rorcual. Y está. «La ballena azul, también conocida como rorcual azul, se materializa sobre la ciudad de Rosario en el cielo también azul y fresco de un día de primavera, a 452 metros de altura». Así comienza «El momento del impacto», reeditado aquí junto con todo el libro Cuando Lidia vivía se quería morir (Buenos Aires, 1998).
Ahí está «Filial», que en explícito doble sentido familiar y comercial narra autobiográficamente la relación de Elvio con su padre: el imprentero, editor y poeta Francisco Gandolfo. La cronista duda de si poner antes «imprentero». Pero el trabajo (un trabajo monótono, que deja vagar la imaginación) es, desde el cuento del título, un tema que insiste: el trabajo honrado y las formas de ganar dinero en general, incluso las delictivas en los cuentos cuya atmósfera evoca el género policial. Y «Filial» da la clave de esa insistencia; allí se nos cuenta cómo el trabajo se entrama con las lecturas en la experiencia vital del autor.
Otro entramado rítmico, lecturas y viajes, se explicita en el cuento que da título a Ferrocarriles Argentinos (1994, con A mayúscula porque se trata de la empresa). Ritmo y armonía remiten «a los climas, a los bares y las mujeres en la vida de un hombre» en la canción que compone el protagonista de «Me saqué los anteojos, nena». Y lo mismo pasa en muchos de estos cuentos, que rescatan consumos culturales y costumbres como las historietas o los noviazgos interminables. Más (o menos) que por protagonistas, son habitados por puntos de vista sobre un mundo que van inventando las palabras, con precisión y gracia, con una prosa de frases memorables. Constructor de atmósferas al igual que Lovecraft (uno de los maestros anglosajones que tradujo), Gandolfo une a esta maestría un rasgo singular de humor rioplatense estructural. Es un humor tristón, epicúreo, un escepticismo amable que consiste en no tomarse nada demasiado en serio; siempre la conciencia en el interior de sus mundos ficcionales toma esa actitud. Ya se trate de una guerra contra vacas voladoras que deja leer en filigrana los bombardeos de Malvinas, de un Philip Dick en versión criolla y rural que da a probar «El terrón disolvente» o de una distopía donde Argentina se fractura en múltiples países, el humor del descreído logra que le creamos todo.
Fuente: Página 12.
Deja una respuesta