Monogamia, acumulación y engaño: ¿es amor el poliamor?
La palabra «poliamor» salida de la boca de Florencia Peña hizo que en medios, grupos de WhatsApp y redes sociales este tema se volviera «trending topic». Tal vez producto de la curiosidad por un concepto novedoso o por el mórbido placer de entrometerse en la vida privada de los demás, lo cierto es que hoy por hoy pareciera que todos tienen algo para decir u opinar sobre esto.
Así pues se vuelve interesante pensar tanto el por qué de esta fascinación momentánea como en las formas que hemos instituido como sociedad para enmarcar nuestros vínculos y afectos con los otros.
En primer lugar podemos decir que la viralización del concepto se nutre en la fantasía de la sexualidad grupal anclada a su vez en la lógica de la acumulación. Si se sigue viendo al hombre como «ganador» por poder ostentar múltiples conquistas (nunca a la mujer a quien se le señala una pérdida de su valor) es porque se percibe a la sexualidad como una competencia en donde el premio se expresa en cantidad de nombres femeninos que puedan formar parte de una lista cual empleos dentro de un CV. Esta lógica nos quiere imponer entonces que vive mejor su sexualidad (o su genitalidad) quien más experiencias y parejas acumula.
En este sentido podemos interpretar que para muchos entender al «poliamor» como una manera despreocupada de mantener relaciones sexuales con varias personas cobra sentido dentro de este modelo de acaparamiento.
No obstante el horizonte de sentido del término es muchísimo más vasto que esta interpretación ya que están quienes defienden la idea de que no se trata de un concepto para contextualizar prácticas y deseos sexuales, sino una vía para establecer vínculos afectivos más amplios y auténticos. Podríamos decir que así como están los que hacen hincapié en el prefijo poli (muchos), están los que se concentran en la otra parte, amor.
Al hacer foco entonces sobre ello, la discusión trasciende la frontera respecto a la moralidad sexual para concentrarse sobre la pregunta por el amor. Si en una relación monógama las partes acuerdan exclusividad en lo sexo-afectivo, en una poliamorosa se pretende que esta vinculación pueda extenderse hacia otras personas. Es, en teoría, afirmar que se puede amar románticamente a varias personas al mismo tiempo y que ello no debe repercutir en conflictos de interés.
Pero ¿es posible el amor romántico entre más de dos personas? ¿Puede compartirse un mismo nivel vincular entre tres o más? Con estas preguntas ingresamos a un terreno mucho más endeble: a la pregunta por la constitución intrínseca de la monogamia. ¿Es la monogamia el sistema vincular romántico más utilizado porque es el más propio a nuestra especie o porque nos lo han enseñado?
Si quisiéramos responder esta última pregunta de una manera cabal quizás nos perderíamos en nuestros propios laberintos argumentativos. Claramente habrá una porción de la población que sostendrá que la monogamia es «natural», aunque también otra que dirá que es impuesta sólo que resulta más útil para el modo de vida que tenemos en occidente. Tal vez haya además quienes ni siquiera creen en ella pero la practican atentos a las miradas externas, sufriendo ellos mismos y haciendo sufrir a aquellos a quienes se les oculta su verdadero sentir.
Ahora bien, si de lo que estamos hablando es en primer lugar de «amor» y luego de cómo este se aplica, entonces debemos señalar que ninguna de sus aplicaciones podría estar exenta del respeto y la consideración del otro. No puede haber ningún tipo de vínculo amoroso sin la aceptación consciente de las partes, por lo que debemos concluir que el concepto de «engaño» estará presente siempre que no se cumpla esta condición básica, aún en el marco del «poliamor».
Por todo ello es que quizás esta repentina difusión del término pueda explicarse desde diversas aristas: la novedad, la curiosidad o la reproducción del sistema de acumulación. No obstante, independientemente de qué motiva a cada cual a tomarse unos instantes a leer y pensar sobre ello, es interesante el ejercicio que nos propone de reflexionar sobre lo distinto y el desafío al que nos empuja de cuestionar nuestros principios y evitar mirar al otro (monógamo o poliamoroso) desde una elevación moral ficticia.