Luis Puenzo: "El audiovisual puede ser una de las tres mayores industrias del país"

Uno de los padres de la Ley de Cine de 1994, Puenzo dice que ahora «hay una ensalada de leyes que hay que ordenar». Y que la industria audiovisual puede y debe ser una fuente de trabajo y de ingreso de divisas, además de una herramienta cultural.
"Somos conscientes del país en el que vivimos", dice Puenzo.
«Somos conscientes del país en el que vivimos», dice Puenzo. 


El nombramiento es tan reciente que su despacho todavía está pelado, sin un sólo objeto personal. Pero Luis Puenzo ya está trabajando a pleno como flamante presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). El director de La historia oficial y uno de los padres de la Ley de Cine de 1994 siente además que llega al cargo con el consenso de sus pares. “Por lo que he visto, por mensajes de amigos y de las entidades de todo el sector, creo que fue muy bien recibida la fórmula. Me parece que es una muy buena combinación la que hacemos con Nico”. Se refiere al productor, documentalista y docente Nicolás Batlle, vicepresidente del Incaa. Se conocen desde hace muchos años porque Batlle fue compañero de estudios y colega de sus hijes cineastas. Y productor ejecutivo de Wakolda, de Lucía Puenzo.

 

En el transcurso de la entrevista con Página/12, Puenzo padre no esquiva las definiciones. Dice: «Sabemos que venimos a meter el dedo en el ventilador». O «sin duda vamos a hacer una auditoría». Y «hay una ensalada de leyes que hay que ordenar». Y más aún: «Somos conscientes del país en el que vivimos, el Incaa y el cine no están en una burbuja ajena a un país que tiene millones de pibes que no comen». Pero también tiene una esperanza y una meta: «El audiovisual puede ser una de las tres mayores industrias del país». Lo que sigue es un extracto de una charla larga y distentida.

-¿Cuál es el diagnóstico que hace del Instituto y cuál es el proyecto para la gestión que inicia?

-Como productores tuvimos muy malas experiencias con el Incaa que, además, certifican y confirman lo que me cuentan otros colegas y la gente de las entidades. Hay mucho malestar, hay un sentimiento de que funcionó muy mal el Incaa. Y particularmente muy mal desde esa trapisonda que le hicieron a Alejandro Cacetta; de ahí en adelante fue pésimo. El diagnóstico lo digo como experiencia propia. Todavía no sabemos con qué nos encontramos. Sería un rasgo de soberbia decir: “Ya sabemos todo lo que vamos a hacer”.

Tenemos muy claro que venimos al Incaa a trabajar, no a hacer la plancha. No nos interesan el título ni el cargo. Nada de eso. Más bien ser presidente y vicepresidente del Incaa puede llegar a ser una complicación. Además, sabemos que venimos a meter el dedo en el ventilador. No es cómodo. El único motivo por el que lo hacemos es porque hay cosas que hacer. Y creemos que las podemos hacer bien. Con otros colegas de la industria dijimos: “Hagamos una especie de plataforma para el que vaya, como una manera de ayudar al que le toque, qué cosas habría que hacer”. Después dijimos: “Vamos a ver a Pino (Solanas)”, que ahora se va a la Unesco. Con Pino trabajamos mucho la ley: él en ese momento era titular de la Comisión de Cultura. Pino adentro, la DAC afuera y yo como vocero y presidente de la DAC trabajamos mucho por la ley, mucho más de lo que se sabe. Fueron dos años, de 1992 a 1994. Con Pino nos unen muchas cosas y también la ley. Y para mí estar acá tiene mucho que ver con la ley y con haber sido uno de los que la hizo posible.

-¿Hay que actualizarla?

-Cada vez que hablaban de “hay que cambiar la ley”, yo decía: “No la toquen” porque puede llegar a ser una caja de Pandora. Y hay muchos tipos que la quisieron tocar para mal, la quisieron suprimir, eliminar la ley y todo lo que representa. “La ley tiene sus más, sus menos, lo que conseguimos, lo que no conseguimos también, pero no la toquen”. Pero en un determinado momento me pareció que había que tocarla, sobre todo porque con la Ley de Cine hubo muchas intenciones –buenas y malas– de corregirla. Y se fue transformando en un Frankenstein: está llena de costuras. Cada administración del Incaa la toqueteó. Hay cosas incumplidas enteramente que nunca se cumplieron de la original, hay otras cosas mal cumplidas, otras cumplidas a medias, muy rectificadas. Después surgió la Ley de Medios. Los incisos que quedan de la Ley de Medios todavía colisionan con la Ley de Cine. Y después fue la Ley de Convergencia que derivó finalmente en la Ley Corta y en las TAC. Algunas cosas fueron buenas como la Ley de Conocimiento, que viene del software, en la que el cine entró por la ventana. Afortunadamente entró. Pero hay una ensalada de cinco, seis leyes que hay que ordenar.

 

Inevitablemente hay que ordenar. Eso por un lado. Por otro lado, hubo cambios tecnológicos evidentes. Primero se pasó de lo analógico a lo digital, después lo digital también entró a la exhibición. Y ahí apareció con una fuerza tremenda el streaming, las series, las plataformas al mismo tiempo que se deterioraba la proyección en salas. Por varios motivos: por cambios de hábitos, pero también por descuido de las autoridades del Incaa. Muchas de las gestiones del Incaa entendieron que las películas terminaban cuando llegaban a copia y no entendieron que terminan cuando se estrenan. Y aún después. Desde la copia y hasta el estreno y todo lo posterior al estreno, el recorrido por los festivales, la presentación en el exterior, las coproducciones, todo eso quedaba en un universo donde el Incaa decía: “Arreglate”. Ese malentendido básico fue también de la industria, de aceptar ese tipo de cosas. Mientras, el Incaa no hacía lo que por ley tiene que hacer: fijar las reglas de exhibición y distribución del cine en la Argentina. La exhibición avanzó todo lo que la dejaron. Y avanzó mucho porque nadie nunca le puso el cascabel al gato. Avanzó y avanzó y en este momento el estreno de películas es extremadamente deficiente. No hay película que se pueda recuperar con los mecanismos que hay.

-¿Cómo encontró al Incaa?

–Recién estamos escuchando a todas las gerencias. Y no sólo a las gerencias, sino hasta donde pudimos hacerlo hasta ahora, con todos los sectores del Instituto. Y lo vamos a seguir haciendo. Recién estamos recabando información sobre el estado de las cosas.

-En este mapa de situación que está realizando, ¿no descarta una auditoría de la gestión anterior?

-Sin duda la vamos a hacer. Estoy preguntando cómo están las finanzas, qué plata hay disponible, cuánto hay en las cuentas. Porque nosotros sabemos cómo se compone el Fondo de Fomento. No es mágico. El Fondo se compone de maneras muy concretas. Entonces, lo que es en contaduría “el debe y el haber” es “debe haber”. Si tiene que haber tanto, tiene que haber tanto, con coma y monedas. Nosotros tenemos que ver si la plata que está disponible es la que tiene que estar disponible, la que correspondía, y cómo se gastó la que no está. Justamente necesitamos recabar información y parte de esa información va a salir de auditorías y del arqueo de caja. Vamos a ir al extremo. Es así: “Me dicen que tiene que haber tanto. Abra la caja a ver si está. Y si no está que alguien diga dónde está”. Por un lado, estamos haciendo un corte al final del ejercicio, porque si hubiéramos asumido a mitad de año sería distinto. Estamos asumiendo ahora. Yo estoy hablando con ustedes, pero la resolución del nombramiento todavía no salió en el Boletín Oficial. Hasta ese momento no puedo firmar. Estamos reuniéndonos con la gente. Hay urgencia, películas en rodaje. Hay gente que necesita pagarles a los técnicos. Lo hemos vivido. Todo lo que la administración anterior acordó, si es legal y el productor hizo los pasos necesarios, los comités dijeron lo que tenían que decir y el anterior presidente firmó, hay que pagar. No dilatamos nada porque sí. El cine necesita que la rueda esté andando. Y estamos trabajando lo más rápido posible para cubrir las emergencias y no estamos queriendo tocar y cambiar nada de lo anterior, nos guste o no nos guste. No vamos a discutir lo que acordó el Incaa hace tres meses. Tenemos que allanar el camino para que las cosas ocurran y que la rueda se destrabe y que esto funcione. Al mismo tiempo, somos conscientes del país en el que vivimos. El Incaa y el cine no están en una burbuja ajena a un país que tiene millones de pibes que no comen. La realidad argentina, la realidad que encuentra el gobierno de Alberto Fernández es la realidad del país. En esa realidad, a nosotros nos toca trabajar con un “cacho” de la cultura. La cultura le toca a Tristán (Bauer). Con Nico nos toca esto y lo vamos a cuidar, pero al mismo tiempo no ignoramos en qué país vivimos.

-¿Recibió un Instituto con subejecución presupuestaria, como denunciaron diversas asociaciones en distintas etapas anteriores?

-No lo sabemos. No quiero subirme al decir de algunas entidades que han acusado al Instituto de subejecución presupuestaria. Hay gente aquí adentro que sostiene que no. Y la verdad es que yo no lo sé. Lo quiero saber. No es que no lo sé y no me importa. Lo quiero saber, me importa muchísimo y lo voy a saber.

-Volviendo al Fondo de Fomento, hay una preocupación que se expresó sobre todo en los últimos meses: que podría quedar desfinanciado si Rentas Generales se queda con la recaudación.

-No puede. El Instituto es autárquico. Esto lo definió la Ley y lo cuidamos muchísimo cuando se redactó. En un momento en que Domingo Cavallo le quitó la autarquía al Incaa, lo sufrimos muchísimo hasta recuperarla porque para el mecanismo del cine es esencial que sea autárquico. Todo lo que se diseñó en la ley no funcionaría si el Incaa  no fuera autárquico. Nosotros tenemos un mecanismo de fomento que requiere la autarquía. El mecanismo que tenemos en el cine argentino es muy virtuoso. Les dijimos a los diputados en 1994: “Está bien que para preservar el cine nacional haya un impuesto del 10 por ciento de los ingresos de todo el cine que se estrena en salas”. Porque el cine extranjero no pagaba derechos en la Aduana. Y eso no era justo. De alguna manera había que proteger a nuestro cine, que ya tiene una historia de más de cien años. Luego aparecieron los formatos hogareños y la televisión por cable, que también fueron gravados impositivamente.

-Y ahora hay un nuevo desafío que es el streaming…

-Cuando trabajamos por la ley no había teléfonos celulares. Empezamos en 1992 y terminamos en 1994. Y le cambiamos el nombre al Instituto para que se llamara Instituto de Cine y Artes Audiovisuales. Si se lo mira desde ahora se puede decir: “¡Qué modernos!”. ¿Qué eran las artes audiovisuales? Y ahora se puede pensar desde el streaming como “audiovisual”. Cuando nosotros hablábamos de las cosas más modernas de ese momento, los diputados se nos quedaban mirando. En la Argentina hubo una dificultad. Si bien pudieron reglamentar y ponerles impuestos a las cosas cuando se cruzaba la frontera, nunca la pudieron poner impuesto a la señal del teléfono porque no sabían qué era lo que cruzaba la frontera. Le ponían impuesto a un teléfono si alguien cruzaba con el aparato. Pero no a la señal. Nunca entendieron qué hacer con las señales. Siguen sin entender.

-¿Qué habría que hacer con las plataformas?

-Habría que ponerle impuesto al consumo, como se hizo con el cine. Habría que ponerle un impuesto al abonado.

-¿Al abonado o a la compañía?

-Al abonado. Cuando usted va al cine, el impuesto lo paga usted, no la compañía porque a ésta no habría cómo cobrarle.

-Francia tiene una ley al respecto, ¿no?

-Sí, muchos países la tienen. Nosotros creemos que el Fondo de Fomento Cinematográfico se debería llamar Fondo de Fomento Audiovisual. Reconozcamos por fin que es el Instituto del Audiovisual y que el Fondo de Fomento es el Fondo de Fomento Audiovisual. Y si éste recaudara de todas las plataformas de streaming, se multiplicaría por cinco, más o menos. Si se multiplica por cinco el Fondo de Fomento Audiovisual es natural que el cine explote, que crezca. Y, además, nosotros deberíamos pasar las 4 o 5 series anuales que se producen en la Argentina a las 35 que produce México o a las 75 que está produciendo España. Tenemos con qué. Obviamente tenemos un país con las locaciones, actores, directores y técnicos como para hacer muchísimas más series de las que hacemos para que tengan laburo los actores, los técnicos.Y Argentina tiene con qué. Más que con qué: tiene que ser líder en toda hispanoámerica en esta producción. Con una producción de este volúmen se les podría dar trabajo a todos los jóvenes que se reciben cada año en las escuelas de cine. Formamos una generación formidable. Se necesita mucho trabajo para darles trabajo a todos. Pero ese trabajo se puede conseguir. Una serie de las grandes plataformas puede hacer ingresar al país no menos de 5 millones de dólares. Y, en algunos casos, 7, 8, 9 o 10 millones de dólares. Si multiplica eso por 35 series, como en México, es una cifra que asusta. Si lo multiplica por 70, casi no entra en la calculadora. En cine se habla de día-hombre y una serie es equivalente a cuatro o cinco películas. Y si una serie te trae 5 millones de dólares y lo puedo multiplicar por 30, 40 por año. ¿Qué pasaría con la industria audiovisual? Sería una de las tres más grandes del país. Estaría compitiendo con la soja. Es así. No estoy delirando. Y me parece que el cine tiene las dos vertientes: la cultural y la industrial. Por eso es una industria audiovisual, una industria cultural. Tenemos que cuidar el cine como cultura, pero el cine como cultura pide invertir, mientras que el cine como industria trae dinero de afuera, trae trabajo, lo que el país en este momento tan particular de crisis que nos toca vivir, necesita: trabajo y divisas. Eso lo puede traer la industria audiovisual. Y eso es lo tenemos que hacer para que el pibe que trabaja en una serie y tiene una continuidad de ocho o diez meses de trabajo, presente su proyecto al Incaa de su ficción o su documental. Pero que el resto del año trabaje en el audiovisual y no manejando un taxi. Se puede hacer. Es una cuestión de organización. Y sabemos cómo hacerlo.

La reunión con el Presidente

Luis Puenzo señala que fue “muy cálida” la reunión que mantuvo con el presidente de la Nación, Alberto Fernández, y con el ministro de Cultura, Tristán Bauer, junto a Nicolás Batlle, vicepresidente del Incaa. “Fue una reunión de más de una hora, donde hablamos de la cultura, del cine, del lugar que ocupamos, en el que estamos insertos. Fue una muy buena reunión. Cuando salíamos, Nico, Tristán y yo nos preguntamos: ‘¿Fue tan especial como nos parece?’ Y los tres coincidimos en que sí, que estuvo muy bien, en un día que era muy difícil para el Presidente”, recuerda Puenzo. Y lo contrasta con lo que salió publicado en algunos medios: “Veníamos de una situación en la que cada día había una opereta diferente. ¡Las cosas que se dijeron! Se decían cosas sobre Tristán, sobre mí, si yo estaba, si no estaba, si me iba. Fue una cantidad de basura que ahora se cortó”, comenta Puenzo. No deja de llamarle la atención el nivel de “operación” que hubo en algunos medios. “Si nos ponemos a pensar la dimensión que tiene el tema del cine comparado con los problemas que tiene hoy el país, con el hambre que hay,  que existan estas operaciones… ¡Cuántos tipos jodidos hay haciéndo estas cosas! ¿Y quién sabe por qué?”, se pregunta Puenzo.

El documental y la ficción

Consultado acerca de si está pensando en alguna política específica para el documental, tan castigado por la política del Incaa en estos últimos años, Puenzo explica: “Hay una situación contradictoria. Cuando yo empecé a filmar, el documental era Prelorán, Birri. Eran cuatro o cinco locos que filmaban documentales. Les costaba mucho exhibir sus películas”, recuerda Puenzo. “La producción de documentales que se hacen en la Argentina –y algunos excelentes– es muchísima comparada con lo que se podía hacer antes: en diez años creció mucho, en veinte creció más. Y creo que merece una atención particular porque la forma de producción del documental es otra, la forma de exhibición del documental es otra, hay que cuidarlo y merece una atención en sus formas de producción y de exhibición”, plantea Puenzo. «Pero eso implicaría decir también que el documental estaría particularmente desprotegido. Y no es necesariamemte así: el documental está tan desprotegido como el resto del cine”. Puenzo entiende que salvo algunas películas de grandes productoras y grandes elencos, “que son dos o tres al año, el cine de ficción está exactamente igual de desprotegido que el del documental”.

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