El cigarrillo, una amenaza creciente
La Organización Mundial de la Salud y asociaciones globales advierten sobre el impacto negativo del tabaco en el medio ambiente.
La epidemia de tabaquismo es una de las mayores amenazas para la salud pública que ha tenido que afrontar el mundo. Mata a más de 8 millones de personas al año, de las cuales más de 7 millones son consumidores directos y alrededor de 1,2 millones son no fumadores expuestos al humo ajeno.
En nuestro país, según la Cuarta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, la prevalencia de consumo de tabaco (cigarrillos) muestra un sostenido descenso desde 2005. Si bien estas cifras son alentadoras, todavía fuma 1 de cada 5 adultos del país; 1 de cada 5 trabajadores permanece expuesto al humo de tabaco en su lugar de trabajo y casi la mitad de la población vio publicidad de tabaco en los puntos de venta de cigarrillos.
Acompañando estas tendencias, un 50% de los fumadores intentó dejar de fumar en el último tiempo. Sin apoyo para dejar de fumar, solo el 4% de los intentos funciona. El acompañamiento profesional puede duplicar con creces las probabilidades de éxito para abandonar el tabaco.
El cigarrillo y la problemática ambiental
En el contexto de la crisis ambiental en todo el planeta, la Organización Mundial de la Salud y asociaciones globales alertaron sobre el negativo impacto ambiental del tabaco, desde su cultivo y producción hasta su distribución, sin olvidar los residuos que genera.
Según explicó Cristina Borrajo (M.N. 60.747), neumonóloga y coordinadora de la sección Tabaquismo de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria, el impacto nocivo de la industria del tabaco sobre el medio ambiente es enorme y va en aumento, lo que añade una presión innecesaria sobre los ya escasos recursos y frágiles ecosistemas de nuestro planeta.
Esta industria, cuyas emisiones de gases de efecto invernadero equivalen a 84 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono, contribuye al cambio climático y reduce la resiliencia ante este cambio, además de desperdiciar recursos y dañar los ecosistemas.
Cada año se destruyen unos 3,5 millones de hectáreas de tierras para cultivar tabaco en ellas, se requieren 22 millones de litros de agua y se talan 600.000 árboles.
El cultivo, la fabricación y el consumo de tabaco envenenan el agua, el suelo, las playas y las calles de las ciudades con productos químicos, residuos tóxicos, colillas, incluidos los microplásticos, y residuos de cigarrillos electrónicos.
El humo del tabaco contribuye a aumentar los niveles de contaminación del aire y contiene tres tipos de gases de efecto invernadero. La carga ambiental recae en los países que menos preparados están para hacerle frente y los beneficios van a parar a empresas tabacaleras transnacionales que tienen su sede en países de renta alta.
El tabaquismo es un factor de riesgo modificable y prevenible y, en los últimos años, la implementación de políticas de control del tabaco se ha extendido mundialmente.
Las medidas para controlar el daño que provoca el tabaco
Cada vez es mayor la población que toma conciencia del daño que genera el tabaco y que está protegida por alguna de las 5 principales políticas contenidas en el Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco:
- Prohibición completa de la publicidad, promoción y patrocinio, incluyendo la exhibición de los productos.
- Disponibilidad de estrategias de tratamientos asequibles para dejar de fumar.
- Advertencias sanitarias con pictogramas en los envases de los productos de tabaco.
- Ambientes cerrados 100% libres de humo de tabaco.
- Aumento de impuestos para generar productos más caros y menos asequibles.
En la Argentina, aunque la tendencia del consumo es descendente tanto en jóvenes como en adultos, la prevalencia y la mortalidad siguen siendo altas en comparación con otros países de la región.