El acceso temprano a contenido sexual y la ausencia de información confiable crearon una brecha que afecta tanto a adolescentes como a adultos. Qué implica realmente educar en sexualidad y por qué sigue siendo una deuda pendiente.

Especialistas advierten que la educación sexual no es enseñar a tener relaciones. Pixel-Shot - stock.adobe.com
Especialistas advierten que la educación sexual no es enseñar a tener relaciones. Pixel-Shot – stock.adobe.com

Hablar de sexo nunca fue tan fácil… ni tan confuso. Mientras las redes sociales normalizan cuerpos perfectos, fantasías irreales y consumo de pornografía desde edades tempranas, todavía cuesta hablar de consentimiento, deseo, vínculos sanos o prevención de infecciones de transmisión sexual (ITS). La brecha entre lo que vemos y lo que sabemos sigue siendo enorme.

La socióloga y educadora sexual española Cecilia Bizzotto, divulgadora con miles de seguidores, lo resume así: “Se piensa que la educación sexual es ‘follología’ y no es eso.”

Para ella —y para muchos especialistas— el problema no es que haya más exposición a temas sexuales, sino que no hay suficiente información confiable ni espacios seguros para aprender y preguntar.

Lo que falta entender: educación sexual no es enseñar a tener relaciones

Uno de los mayores temores de familias y docentes es creer que educación sexual significa explicar técnicas sexuales. Pero es todo lo contrario.

“La educación sexual es hablar de consentimiento, autoestima, autoconocimiento del cuerpo, emociones, vínculos y límites”, opina Bizzotto.

Eso implica que temas como:

  • “Mi cuerpo es mío”
  • autoestima y respeto
  • privacidad
  • gestión del deseo
  • diversidad
  • consentimiento
  • prevención

Estos temas pueden —y deberían— abordarse desde la infancia, en lenguaje adecuado a la edad.

La pornografía como educadora involuntaria

Hoy la primera exposición al porno ocurre en promedio entre los 8 y 11 años, según datos citados por la especialista.

Y ahí aparece la contradicción:

  • Los chicos acceden a contenido explícito sin mediación.
  • Pero no hablamos con ellos sobre lo que ven, sienten o imaginan.

Eso genera una consecuencia silenciosa: creencias irreales sobre el cuerpo, el sexo, el consentimiento y el rendimiento.

Aunque hoy hablamos más de sexo, seguimos sabiendo poco.
Aunque hoy hablamos más de sexo, seguimos sabiendo poco.

“Si no educamos en sexualidad, la pornografía lo hará”, advierte Bizzotto sin rodeos.

Adultos desinformados, adolescentes sin referentes

Aunque la conversación suele centrarse en los y las adolescentes, la especialista advierte algo incómodo: “La mayoría de los adultos tampoco recibió educación sexual. También consume pornografía. Pero pocas veces se pregunta cómo eso afecta su vida sexual y emocional”.

La falta de educación sexual no es un problema generacional. Es una herencia.

¿Por qué cuesta tanto hablar de sexualidad?

Bizzotto señala una raíz cultural clara: “Nuestra educación —muy influenciada por la tradición cristiana— asoció la sexualidad al pecado, al silencio y al deber”.

Esto dejó huellas:

  • vergüenza al nombrar genitales
  • miedo al placer
  • desigualdad en la educación emocional por género
  • tabú en torno al deseo femenino

Y aunque hoy el discurso aparenta libertad, persiste la confusión.

La buena noticia: hablar sí cambia las cosas

La ciencia lo confirma: quienes reciben educación sexual integral tienen:

  • mejor autoestima
  • mayor capacidad para poner límites
  • más uso de métodos de cuidado
  • relaciones afectivas más sanas
  • menos prejuicios
  • menos riesgo de violencia sexual

Un cambio necesario y posible

La sexualidad forma parte de la salud, del bienestar y de la vida afectiva. Negarla no la detiene: la vuelve confusa, silenciosa o peligrosa.

Como dice Bizzotto: “Hablar de sexualidad es hablar de derechos, cuidado, placer, vínculos y bienestar. No de pornografía ni de rendimiento.”

La educación sexual no busca imponer una forma de vivir la sexualidad: busca dar herramientas para que cada persona pueda hacerlo de forma libre, informada, segura y respetuosa.

Porque tarde o temprano, todos hacemos educación sexual: con silencio, con prejuicios… o con información.