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Escribe: Prof. Damián D. Reggiardo Castro.
Un 18 de enero de 1983, durante el Gobierno de Facto del General Reynaldo Benito Bignone, el fallecimiento del Doctor Don Arturo Umberto Illia conmovió a la República Argentina. El hombre que en 1963, con el 25% de los votos, había llegado a la Presidencia de la Nación, de la mano de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), acompañado por el entrerriano Carlos Humberto Perette, y que provenía de la rama del Radicalismo Sabattinista de Córdoba, que en el devenir histórico mantuvo intacto los principios del Radicalismo popular, democrático e intransigente, levantados en otros tiempos, y llevado adelante, por el Doctor Don Hipólito Yrigoyen, había muerto.
El Doctor Don Illia nació, en Pergamino (Provincia de Buenos Aires), el 4 de agosto de 1900. Más tarde, en 1927, egresó de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, habiendo realizado sus prácticas, desde 1923, en el Hospital San Juan de Dios de la ciudad de La Plata.
En 1928 mantuvo una entrevista con el Primer Líder de Masas del siglo XX, y Presidente de La Nación Argentina, Doctor Don Hipólito Yrigoyen, “al que le ofreció sus servicios y este le propuso trabajar como Médico ferroviario en distintas localidades”, a lo que el joven Don Illia aceptó, radicarse en la localidad cordobesa de Cruz del Eje. Allí, desempeñó su actividad de Médico, desde 1929 hasta 1963, interrumpida sólo por los tres años (1940-1943) en que fue Vicegobernador de la Provincia de Córdoba. Lo llamaban el “Apóstol de los Pobres”, por su dedicación “en especial a los enfermos sin recursos, viajando a caballo, en sulky, o a pie, para llevar medicamentos que él mismo compraba con sus escasos ingresos ya que muchas de las veces la retribución a su trabajo consistía en animales o productos de granja que le entregaban sus pacientes”.
Su gestión, como Presidente Constitucional, entre 1963 y 1966, “se caracterizó por la austeridad y la moral en la administración de los recursos del Estado”. Además, tal como había prometido en la campaña electoral, «anuló los contratos petroleros, firmados por el Doctor Arturo Frondizi, que entregaron gran parte de la soberanía nacional al capital extranjero».
En otro ámbito, «estableció el Salario Mínimo Vital y Móvil y planificó democráticamente la economía llevando adelante el Plan de Desarrollo». Además, «sancionó la Ley de Medicamentos a fin de impedir que los laboratorios de las empresas multinacionales manejan a su antojo el mercado», entre otras obras de Gobierno.
Además, “el Producto Bruto Interno Nacional creció del 2% en 1963 al 9,5% en 1965 (en especial en el sector industrial), se incrementaron las reservas y disminuyó la deuda externa, interviniendo activamente el Estado para regular precios. En cuanto a los trabajadores, sus salarios crecieron del 36% en 1963 al 41,10, en 1966 y bajó la desocupación del 9% en 1963 al 5 % en 1966”.
En materia educativa, «se sancionó uno de los mayores presupuestos de Educación de nuestra historia (23%) y las Universidades Argentinas fueron de las más prestigiosas de Latinoamérica».
Como puede observarse, el Doctor Don Illia, fue el gobernante que logró las mejores cifras de crecimiento argentino, en su época, el nacionalista que se opuso a enviar tropas a la República Dominicana, además, de lograr el apoyo de la mayoría de los países que integran la Organización de Naciones Unidas (ONU) para el reconocimiento pacífico de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas y archipiélago austral; el demócrata ejemplar; el defensor de la cultura y la universidad, que luego serían pisoteadas por fascistas; el gobernante austero cuyo único bien era una casa regalada por sus pacientes y que no contaba ni con automóvil ni con cuantas bancarias propias. Su tremenda superioridad moral sobre quienes no pueden explicar su derrocamiento y sólo atinan a excusarse o sobre quienes sueñan con volver a la larga noche iniciada el 28 de junio de 1966 resulta incuestionable.
En la Historia Argentina de la Nueva Democracia, iniciada el 10 de diciembre de 1983, con el Doctor Don Raúl Ricardo Alfonsín, ocupa un lugar esencial, como estadista cuyas acciones ha de continuarse; “la vida de aquel humilde médico rural, fallecido en la pobreza, depositario de la ley, del respeto de la palabra empeñada, del ejemplo que todo hombre público debe detentar, que es alejarse de las pompas y vivir en los caminos polvorientos de la libertad y la decencia”, son las banderas que nos muestran el camino que tienen que tomar los ciudadanos que llegan a los cargos públicos y el ejemplo cabal que se puede realizar éste principio.
En cuanto a nuestro presente, como diría el Doctor Don Illia “Esta es la hora de la gran revolución democrática, la única que el Pueblo quiere y espera; pacífica sí, pero profunda, ética y vivificante, que al restaurar las fuerzas morales de la nacionalidad nos permita afrontar un destino promisorio con fe y esperanza”.