¿ES POSIBLE NACER DE NUEVO?
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
No nos sucede muy a menudo. Pero en algunas oportunidades quisiéramos volver el tiempo atrás y cambiar algunas cosas. Tal vez decisiones equivocadas que hemos tomado, o palabras hirientes que dijimos e hicieron mucho daño, o haber cedido a la tentación y enredarnos en situaciones complejas.
Pero no es factible. Como expresa el dicho: “a lo hecho, pecho”.
Sin embargo, es posible una mirada nueva que nos ayude a cambiar de perspectiva. Porque el camino recorrido es parte de nuestra vida, como lo es el presente. Pero lo decisivo hoy es hacia dónde nos dirigimos. Si por delante sólo hay oscuridad y tinieblas, todo lo vivido –aun el éxito– es una carga pesada. Pero si en el horizonte logro visualizar una luminosa vida, el camino se transforma, los dolores y tropiezos, incluso el pecado más grave, pueden ser redimido.
Cuando Jesús conversaba con un hombre piadoso y justo llamado Nicodemo, éste le preguntó: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”. Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’”. (Jn 3, 4-7)
Se trata entonces de un verdadero y nuevo nacimiento del agua del Espíritu Santo. O sea, el bautismo. Por medio de este sacramento somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros, y miembros del Cuerpo de Cristo. La muerte y resurrección de Cristo llega de esta manera a tocar las fibras más íntimas de nuestra existencia.
En la Pascua de Cristo nos alegramos por su vida nueva. Pero también es gozo en cada uno de nosotros llamados a apropiarnos de la resurrección. Así como Cristo resucitó, estamos convocados a participar de su gloria. Por el bautismo morimos con Cristo para resucitar con Él. San Pablo lo enseñó de modo elocuente: “¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Crist o Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepulta dos con Él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nue va. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección”. (Rm 6, 3-5).
Dos signos se destacan en la Vigilia Pascual y este Domingo: el agua y la luz: Agua que remite al bautismo que nos purifica y da vida, luz nueva que simboliza la Vida de Cristo Resucitado y la fe que se enciende en nuestros corazones.
Volviendo al planteo inicial de estas reflexiones, no se trata de hacer “borrón y cuenta nueva”; no podemos por un acto voluntarista eliminar el pasado. Pero sí podemos redimirlo, bañarlo con la luz nueva del Espíritu Santo.
Esto es más que capitalizar experiencias o aprender de los errores. Es asumir y purificar para darle un sentido nuevo a nuestra relación con Dios, con los demás, con la creación toda.
La tentación que tenemos queda bien expresada en el Evangelio (Mc. 16, 1-8). Las mujeres fueron de madrugada en la mañana de la Pascua para ungir el cadáver de Jesús. Y fue tal la sorpresa al ver la tumba vacía, que ni siquiera dieron crédito al anuncio del ángel “ha resucitado, no está aquí”. Varios de los relatos de la resurrección nos muestran estas dificultades de los discípulos para la fe en la vida nueva de Jesús.
Será necesaria la luz del Espíritu Santo para que los ilumine y ayude a ir más allá de las apariencias.
Dejate conducir por el amor de Dios. ¡Feliz Pascua!