La Revolución del Parque: una lucha cívica y popular
Escribe: Profesor Damián D. Reggiardo Castro
Hacia 1890, el Estado Argentino había sido diseñado para beneficio de una élite Conservadora y oligárquica, que concentraba todo el poder (económico, político y social), en un sistema Unitario, (más allá de lo que establece la Constitución Nacional), en el cual el Presidente de la República era a la vez el Jefe del partido gobernante y el Estado garante de los intereses particulares de ésta clase social, excluyendo de la vida cívica al 95 % de los ciudadanos. Además, la sucesión, en la función pública, se realizaba entre unos pocos, a través del fraude y la violencia.
En ese marco, el Gobierno del Señor Miguel Juárez Celman (1886-1890), que era concuñado del General Julio Argentino Roca, su antecesor, se caracterizó por la corrupción, en la administración pública, y los negociados con el capital extranjero, sobre todo el inglés, lo que generaba graves dificultades económicas y conflictos en su fracción política, el Partido Autonomista Nacional (el PAN).
Ante ésta situación, un grupo de jóvenes, muchos de ellos universitarios, plantearon la necesidad de “luchar por el voto secreto, obligatorio y universal, el acatamiento a la Constitución Nacional, la honradez gubernativa, un sistema federal, que garantice el respeto a las autonomías de los municipios y las provincias, y llevar a cabo campañas de concientización, para levantar el espíritu público, inspirando a los ciudadanos a la participación y un justo celo por el ejercicio de sus deberes cívicos”.
A partir de una serie de reuniones (Jardín de Florida, en 1889, y Cancha de Pelota, en 1890), se constituyó una nueva fuerza antagónica de variada composición que dio lugar, primero a la Unión Cívica de la Juventud (U.C.J) y luego a la Unión Cívica (U.C), con la incorporación de dirigentes adultos, como el Doctor Don Leandro N. Alem, el General Bartolomé Mitre, entre otros. La crisis económica del noventa llevó a éste grupo opositor a tomar las armas.
El 26 de julio, día predeterminado para el alzamiento, estalló la Revolución. Un grupo de civiles encabezados por el Caudillo Don Alem “se presentó en el Parque de Artillería y se alzó en armas contra las fuerzas gubernamentales”. En las calles, “los cívicos, levantaban trincheras y armaban cantones”. Luego se libran combates sangrientos, donde participan batallones de líneas sublevados contra tropas veteranas que acuden de diversos puntos del país. Dentro del heterogéneo movimiento revolucionario, el mitrista General Manuel Campos, es el jefe militar y el Doctor Don Alem, lidera la Junta Civil.
Los rebeldes se identifican con una bandera tricolor: verde, blanca y rosa y con boinas blancas; tienen coraje, les sobra valor, pero un improvisto cambio de planes dejo a los revolucionarios inactivos a la espera de los acontecimientos, lo que facilitó los propósitos de los hombre leales al Gobierno del Señor Juárez Celman. Luego de algunos combates, los revolucionarios se quedaron sin municiones. Al cabo de unos días son vencidos por el Ejército Nacional, capitulando el 29 de julio.
En el Senado de la República se dice: “la Revolución esta vencida, pero el gobierno está muerto”. Días más tarde, el Presidente de la Nación, Señor Miguel Juárez Celman renuncia al cargo.
Este hecho fue tomado como una victoria por algunos hombres de la Unión Cívica (entre ellos el General Mitre), pero no por el grupo que acaudilla el Doctor Don Alem, que advirtió que poco había cambiado: “se había ido el Presidente, pero continuaba el mismo sistema que no permitía la participación popular”; por ello, Alem ordena colgar crespones negros en las puertas del Comité.
Esta diferencia de opiniones entre los grupos internos de la fuerza opositora provocó, en 1891, la división de la Unión Cívica en dos líneas: La Nacional, con el General Mitre a la cabeza, que terminó pactando con el régimen oligárquico y la Radical, liderada por los Doctores Don Alem y Don Hipólito Yrigoyen, que continuarían la lucha a través de la abstención, intransigencia y revolución.
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