escritorVíctor Hugo Ghitta

LA NACION

Son muy conocidos los casos de bibliotecas enteras que fueron destruidas en tiempos de guerra, desde el incendio de la de Alejandría hasta la pulverización de la de Sarajevo, en 1992. Lo que se conoce menos son historias como las de Daraya, en Damasco: esta semana se conoció la noticia de que en un sótano de esa ciudad, bajo los escombros de un edificio demolido por los bombardeos, un grupo de hombres, sorteando el silbido de las balas, había decidido rescatar los libros de entre las cenizas y los esqueletos de las casas saqueadas.

Más de 14.000 ejemplares conforman este santuario literario. Muchos de ellos -los de medicina y primeros auxilios- son frecuentemente consultados por los voluntarios que atienden a los heridos y enfermos. Otros sirven para que los chicos sigan estudiando. Pero también los hay de ficción (Shakespeare es, al parecer, uno de los autores preferidos). Uno de esos lectores frecuentes dejó esta idea: «La biblioteca me devolvió la vida. Así como el cuerpo necesita comida, el alma necesita libros».