Desde que Mauricio Macri lo ungió como figura del campo, Alfredo De Ángeli dejó atrás la tierra húmeda del sur entrerriano y cambió el caballo por los pasillos alfombrados del Senado. A fuerza de una simpatía campechana y frases hechas que buscan caer bien a la audiencia, logró mantenerse visible, aunque su actuación legislativa ha sido, en el mejor de los casos, intrascendente a pesar de haber llegado a la presidencia del bloque PRO.

Lejos de recorrer los departamentos de Entre Ríos, como prometió, su figura se fue diluyendo en una narrativa de apariencias. Su figura perfiló una mezcla de desparpajo y candidez que ya no sorprende a quienes lo vieron transformarse, más en personaje que en representante.

De Ángeli habla con soltura, se muestra como “el hombre común” que llegó al Congreso desde el tractorazo y la protesta agraria, pero al momento de presentar propuestas concretas o asumir posturas claras ante las demandas del interior, sus silencios han sido más notorios que sus discursos. En el Senado no ha logrado construir una agenda legislativa firme ni defender con solidez las necesidades productivas de la provincia.

Su evolución pública parece más guiada por el marketing político que por el compromiso institucional. Del referente combativo del 2008 al legislador de sonrisa fácil y declaraciones previsibles, hay un largo trecho. Y en ese trayecto, lo que se perdió fue justamente lo que lo había vuelto creíble: la autenticidad del reclamo y la cercanía con su gente.

Hoy, mientras el país atraviesa nuevas tensiones entre sectores productivos y el poder central, el rol de De Angeli es más el de un espectador con micrófono que el de un protagonista comprometido. Las luces de Buenos Aires le ganaron a la tierra entrerriana.