Pablo es consumidor de marihuana y conoce el submundo de las adicciones y el narcotráfico mejor que nadie. Accedió a hablar con Paralelo 32 y desde luego, Pablo no se llama Pablo, pero lo llamaremos así para proteger su identidad. Costó mucho convencerlo para esta entrevista, su reticencia, no obstante, era justificada. Victoria es una ciudad muy pequeña como para ahondar en detalles de su vida personal sin que alguien lo identifique o se aproxime a su identidad, y la sociedad en general se resiste a devolverles la confianza a los redimidos. Sin embargo, se puede decir que comenzó con la marihuana a los trece años cuando su hermano mayor lo convidó en una ronda en la cual el porro se pasaba de mano en mano, como un mate. “Dale, fumá. No seas boludo”, le dijo. Con esas palabras comenzó a rodar un mundo que Pablo jamás podría detener: el de las adicciones.

La ciudad de las siete colinas es un lugar bohemio de angostas calles oblicuas en las que uno puede perderse contemplando la arquitectura europea, los símbolos masones, o viendo cómo el cielo y el Paraná se unen en el horizonte. Pero detrás de esta realidad late también otra. Para verla hay que abrir bien los ojos, dicen. Un sitio con otro idioma, otros gestos, otros códigos. Un secreto a voces que no siempre sale en las páginas de los diarios. Hoy hablaremos de estupefacientes; no los que consumen los victorienses de alto poder adquisitivo en ámbitos más recoletos o más reservados, sino el de aquellos que cayeron en la trampa y deben seguir en ella como pueden.

Desde la sección narcóticos, el oficial principal Cristian Pereyra sabe muy bien de qué se trata, pues ha participado de varias investigaciones hasta llegar al límite de enfrentarse a tiros con conocidos delincuentes de la ciudad. Hace algún tiempo, cuando él era un joven recién egresado de la academia, le tocó la peor parte: un enfrentamiento armado. Habían llamado al comando radioeléctrico porque dos sujetos estaban tiroteando la casa de un funcionario. Él, como jefe de calle por aquel entonces, tuvo que intervenir. Luego de un largo cruce con armas de fuego de por medio, logró detener a los agresores gracias al apoyo recibido. Fue allí cuando los revisaron y encontraron en la botamanga de uno de ellos sesenta y nueve cigarrilos de marihuana. Así recibía el mundo del narcotráfico a Pereyra, a los tiros.

La clandestinidad rentable

Por su parte, Pablo pasó de ser consumidor a también ser vendedor cuando vio en la droga un negocio que le permitía llevar algo de dinero extra a su casa. Cabe aclarar que el Pablo de este relato dista mucho (demasiado) de aquel que tuvo a Medellín a sus pies. El Pablo de aquí sólo vendía a unos pocos conocidos y en pequeñas cantidades, sin lugar a dudas, el último eslabón en la cadena del crimen organizado.

Esto no significa que no conozca el negocio de la droga, todo lo contrario. La información que conoce sobresaltaría a cualquier trabajador si de números se trata. Para resumir, un kilo de cocaína equivale a ciento cuarenta mil pesos y uno de marihuana a diez mil. Al transa la marihuana le deja el doble de ganancias y la cocaína el triple. Por supuesto, todo libre de impuestos y en el acto.

Literlamente, los vendedores no saben qué hacer con el dinero, pues es tanto que deben cuidarse al gastarlo. Los menos cuidadosos lo despilfarran sin temores; los más astutos lo lavan.

Pablo ya no está en el negocio debido a que lo detuvieron con una cantidad mínima (es preferible no revelar la cifra) de marihuana y a causa de eso tiene una causa federal. Luego de ese episodio cambió de amistades y, a pesar de que sigue consumiendo, ahora trabaja y prefiere desligarse de lo que refiere al negocio. El tiempo le demostrará que esta fue la mejor decisión de su vida.

A pesar de que la policía sólo ha incautado marihuana y cocaína en la ciudad, lo cierto es que también existe el cartón (una forma de consumir el LSD) y Éxtasis. La primera es un alucinógeno y la segunda causa una sensación de euforia. El LSD cuesta alrededor de 200 pesos el cartón para un sólo consumo. También hay en la ciudad el denominado Popper, que es un frasco que se inhala entre otras cosas para aumentar el placer sexual. Pero en algo coinciden las fuentes oficiales y la alternativas: no hay Paco.

Pablo cuenta que hay un distribuidor mayor que no es de la ciudad y que reparte a los transas locales que siempre son tres o cuatro. Quizá sea éste el que mantenga el equilibrio que hace que no se produzcan enfrentamientos fatales entre vendedores. Quizá no. Lo que sí se puede decir es que los vendedores menores (como Pablo) jamás le vieron la cara al distribuidor mayor. “No sé si la droga entra por tierra, por río o por aire. Pero entra”, cuenta Pablo. Y sentencia: “Por la plata baila el mono”.

Policía y justicia

En lo que refiere a los uniformados, hay que aclarar varias cosas. Sería sencillo caer en el facilismo de decir que no hacen nada o que son todos corruptos, pero sería un comentario adocenado. Lo que ocurre es que a muchos policías a veces les toca sentir la frustración en la carne. Con esto quiere decirse que han habido casos de investigaciones que perseveraron dos años para por fin dar con el delincuente y que luego éste salga en libertad, también en dos años. Algunos policías sienten esto, que para resumir en una frase sería que ellos los atrapan y la justicia los larga. El famoso entran por una puerta y salen por la otra.

Para conseguir droga en la ciudad basta tener el contacto, alguien que “te haga la onda”. Ese intermediario te presenta y sanseacabó. De ahí en adelante con un mensaje de whats app el cliente podrá contactar al vendedor y comprar la droga. Esta modalidad delibery es conocida e investigada por la policía constantemente. Incluso hay grupos de whats app donde en lugar de charlar sobre el último partido de River o Boca, o de lo que hay que hacer el jueves para matemáticas, se ofrece droga.

La edad de iniciación ha bajado drásticamente con respecto a los últimos diez años y Pablo ha visto casos de niños de ocho inhalando pegamento. A base de práctica empírica notó también que la época donde más se consume es en tiempos de corso.

Esta historia no se trata de Cristian el bueno y Pablo el malo, pues no se intenta hacer un juicio moral, sino contar una realidad, dejar en el papel este secreto gritado. La discusión de la despenalización también es otra, cuyo punto de debate no debería ser si las drogas son buenas o malas, más bien hasta dónde interviene el Estado en la vida privada de las personas.

El negocio de la droga es en Victoria una realidad y cuenta con transas, proveedores y “soldados” armados que vigilan las transacciones. El tema es largo e involucra un marco amplio. Aquí se ha intentado dar un breve atisbo de cómo funciona el negocio para dejar a las claras que Victoria no es simplemente una ciudad de paso donde ocasionalmente se consume. Por eso es imposible darle fin a esto, porque estas líneas no empezaron en la primera oración, lo hicieron en la realidad, en la vida cotidiana. Tampoco finalizarán en el punto. Hay muchos Pablo y muchos Cristian, y sus mundos suelen chocarse de manera caótica. No obstante, cabe recordar que no todas las historias comienzan con “había una vez”, algunas lo hacen con un seco “dale, fumá. No seas boludo”.

Fuente: Paralelo32.com.ar